No fue el sonido lo que habló primero, sino la forma. El signo precedió a la palabra que llegó sin estridencias, como una nota baja que marca el inicio de una melodía aún desconocida. Solo una imagen, un escudo, y una fecha manuscrita al pie: 8 maggio 2025.
Con la publicación oficial del retrato y el escudo de armas del recién elegido León XIV, el Vaticano dio a conocer este sábado los primeros trazos visuales del nuevo papado. Y en ese gesto contenido, se reveló algo más que un protocolo: una dirección espiritual.
La fotografía, tomada en la Capilla Paulina del Palacio Apostólico, es más que un retrato ceremonial. Es el mismo espacio donde Robert Prevost —pocos minutos después de ser elegido Papa— hizo su primer rezo como sucesor de Pedro, antes de asomarse al balcón central de la Basílica de San Pedro. Ese instante íntimo, recogido y denso, es el que la imagen oficial parece prolongar: el Papa en pie, sin mitra, sin trono, con los ojos apenas iluminados por la luz del mármol y la historia.
Viste la sotana blanca, la rocheta de encaje y la muceta fucsia, el color que aún recuerda su condición de cardenal, aunque ya convertido en pontífice. El único ornamento sobrepuesto es la estola papal, rojo escarlata con bordados dorados, que cae recta sobre el pecho. Sobria y ceremonial, la estola retoma modelos antiguos del ajuar pontificio, sin ornamentos añadidos ni reinterpretaciones contemporáneas. No hay signos de autoridad ostentosa, sino una deliberada contención. La escena se construye desde el silencio.
A un costado se presenta el escudo papal, que León XIV decidió conservar en gran parte desde su ordenación episcopal. El diseño está dividido diagonalmente. En la parte superior, sobre fondo azul, se ve un lirio blanco: símbolo de pureza, obediencia y consagración. En la parte inferior, sobre fondo claro, destaca un corazón rojo atravesado por una flecha, que reposa sobre un libro cerrado.
Este signo central alude directamente a una frase de San Agustín en sus Confesiones: “Vulnerasti cor meum verbo tuo” del latín “Has traspasado mi corazón con tu Palabra”, evocando su proceso de conversión y la experiencia interior de la fe como herida transformadora.
El escudo se completa con los elementos heráldicos tradicionales del papado: la tiara de tres coronas y las llaves cruzadas de San Pedro. En la cinta inferior se inscribe el lema que el Papa ha elegido conservar: “In Illo uno unum”, expresión tomada de la Exposición del Salmo 127 de San Agustín. La frase “en el único, uno” sintetiza el ideal agustiniano de unidad eclesial: muchos cristianos, un solo Cristo.
Durante una entrevista concedida en julio de 2023, cuando aún era prefecto del Dicasterio para los Obispos, Prevost había anticipado esa dimensión clave de su pensamiento:
“Como agustino, promover la unidad y la comunión es fundamental. San Agustín habla mucho de la unidad en la Iglesia y de la necesidad de vivirla”.
El Vaticano ofreció también este sábado nuevos detalles sobre otro de los signos que acompañaron al Papa desde el primer momento: la cruz pectoral que lució el 8 de mayo, día de su elección. No se trató de una cruz litúrgica del tesoro pontificio, sino de un regalo personal recibido meses antes. Fue la Curia General de la Orden Agustiniana la que encargó el relicario como obsequio para el entonces cardenal, con ocasión de su creación como purpurado, el 30 de septiembre de 2023.
El diseño fue confiado al artesano Antonino Cottone, y su contenido, preparado por el padre Josef Sciberras, postulador general de la orden. En su interior se guardan cinco reliquias cuidadosamente seleccionadas: una de San Agustín, colocada al centro; otra de Santa Mónica, su madre, en la parte superior; una de Santo Tomás de Villanueva en el brazo izquierdo; del beato Anselmo Polanco, en el derecho; y finalmente del venerable Bartolomeo Menochio en la base.
Cada figura representa un aspecto clave de la espiritualidad agustiniana y del testimonio cristiano. Agustín y Mónica encarnan la conversión, la interioridad y la fidelidad en la búsqueda de Dios. Tomás de Villanueva, arzobispo de Valencia en el siglo XVI, fue un reformador ejemplar, preocupado por la formación del clero y la atención a los pobres. Anselmo Polanco, mártir de la Guerra Civil española, murió fusilado por permanecer fiel a su pueblo y a su fe. Menochio, sacristán papal en tiempos de Napoleón, se negó a jurar fidelidad al emperador y permaneció firme en la defensa de Roma, muriendo con fama de santidad.
Sciberras contó que envió un mensaje a Prevost la noche anterior al cónclave, recomendándole llevar esa cruz para tener ‘la protección de los santos Agustín y Mónica’. El nuevo Papa no solo la usó durante su juramento, sino también en su primera aparición pública, prefiriéndola a otros modelos.
La elección de símbolos en estos primeros días —la fotografía tomada en oración, la continuidad del escudo, el lema agustiniano, la cruz con reliquias— revela una narrativa coherente: León XIV ha comenzado su pontificado sin gestos espectaculares, pero con signos deliberados. En lugar de marcar una ruptura, parece preferir el trazo fino. Más que anunciar, sugiere. Más que prometer, invoca.