NUEVA YORK.– Se viene la temporada estival en Estados Unidos, y con ella un clásico: el traje de lino blanco para los hombres. Pero este año, más que nunca, el regreso es con gloria. Se cumplen cien años de la publicación de El Gran Gatsby y, entre los múltiples homenajes culturales que genera el aniversario, la moda no podía quedar afuera. Desde los desfiles en Londres hasta las colecciones cápsula en Nueva York, todo apunta a que este look, asociado al personaje más famoso de F. Scott Fitzgerald, será ineludible en los próximos meses.
Ocurre que Jay Gatsby no solo usaba traje blanco: lo encarnaba. Ninguna de las versiones icónicas llevadas a la pantalla —de Robert Redford a Leonardo DiCaprio— hubiera tenido sentido sin el protagonista vestido del color de la nieve combinado con una camisa plateada y corbata dorada, según detalla minuciosamente el autor.
Gatsby no es solo un nuevo rico que quiere impresionar: es un actor de su propia fantasía, y el traje que elige es un manifiesto
El simbolismo del vestuario es devastador. Gatsby no es solo un nuevo rico que quiere impresionar: es un actor de su propia fantasía, y el traje que elige es un manifiesto. Los brillos en la camisa y la corbata representan el éxito, pero el blanco sugiere pureza. Es su intento de alinearse con la aristocracia de la Costa Dorada de Long Island —el equivalente a los Hamptons de entonces, refugio estival de la élite neoyorquina— y presentarse como digno de Daisy, su amor imposible. Pero como en toda buena ficción, lo que brilla no es oro. Su elección sartorial revela también la ilusión detrás del sueño americano que no logra completar. Por ejemplo, los muchachos de familias rancias que rodeaban a Daisy, incluso en los locos años 20, siempre eran mucho más discretos en su ropa. Y todo ese despliegue, todo ese esfuerzo, al final sólo lo conduce —elegantemente vestido— directo a la ruina.
Eso sí: qué bien luce Gatsby —o Robert, o Leo— en ese intento por conseguirlo todo. No sorprende que se haya convertido en un arquetipo estético. Tampoco que, cada vez que alguien se viste “de Gatsby” —sea para una gala temática, un catálogo de moda veraniega o una película de época— elija un traje blanco. Lo curioso es que hoy el material siempre es el mismo: lino, pero eso nunca ocurrió en la novela.
Estos días basta recorrer aquí las tiendas de ropa masculina —incluso Ralph Lauren, que hizo el vestuario original de franela para Redford— para confirmar que es casi imposible encontrar un traje blanco que no sea de lino
Fitzgerald describe el atuendo con precisión quirúrgica: “un traje de franela blanca con camisa plateada y corbata del color del oro”.
En la versión de 1974, protagonizada por Redford, el traje blanco es, efectivamente, de ese género, que en los 20 era de rigor. Pero no fue esa imagen la que quedó en el imaginario popular. Por el contrario, fue DiCaprio —de pies a cabeza en lino en la versión de Baz Luhrmann de 2013— quien consolidó la silueta Gatsby del siglo XXI.
El fenómeno tiene lógica: la franela hoy suena a invierno y a camisa escocesa de leñador o pantalones grises de oficina. Nunca a fiestas con orquesta al atardecer sobre la bahía de Long Island. En cambio el lino simboliza más fácilmente la frescura y sofisticación — que parece heredada aunque se haya comprado en cuotas— que Gatsby tanto anhelaba. Al arrugarse transmite cierto desparpajo cuidado, e insinúa que se cuenta con alguien encargado de plancharlo después de cada uso — o al menos fondos para la tintorería— . Es un tejido aspiracional, como él, y sin haberlo usado nunca, Gatsby terminó convertido en el mayor influencer del traje de lino blanco.
Estos días basta recorrer aquí las tiendas de ropa masculina —incluso Ralph Lauren, que hizo el vestuario original de franela para Redford— para confirmar que es casi imposible encontrar un traje blanco que no sea de lino.
Pero con el aluvión de análisis y rescates históricos que trajo este aniversario, algo curioso está ocurriendo: empieza a asomar una nueva generación de “puristas” del look Gatsby que reclaman el regreso de la franela. Quizás, a fuerza de insistencia, logren imponerla otra vez. Después de todo, si en la realidad o en la ficción se va a fracasar en el sueño americano, al menos que sea con el género correcto.