La abducción masiva de niños ucranianos por parte de Rusia constituye un crimen de guerra, según expertos, y ha dejado a miles de familias sumidas en la desesperación mientras intentan recuperar a sus hijos, muchos de los cuales han sido trasladados a campamentos militares u orfanatos en territorio ruso o zonas ocupadas.
Aproximadamente 35.000 niños ucranianos permanecen desaparecidos y se cree que están retenidos en Rusia o en territorios bajo control ruso, de acuerdo con un equipo estadounidense de expertos citado por The Guardian. Las familias afectadas se ven obligadas a tomar medidas extremas y peligrosas para intentar rescatarlos, enfrentando obstáculos legales, políticos y logísticos que dificultan enormemente la reunificación.
La invasión rusa de Ucrania, iniciada en febrero de 2022, marcó el comienzo de una campaña sistemática de secuestro de menores. Los niños han sido arrebatados de orfanatos, capturados en el campo de batalla tras la muerte de sus padres o separados de sus familias bajo coacción directa. Las autoridades rusas han rechazado las exigencias de devolución de los menores, llegando incluso a acusar a Ucrania de “montar un espectáculo sobre el tema de los niños perdidos” durante las conversaciones de alto el fuego celebradas en Turquía este mes, según The Guardian.
El drama humano detrás de estas cifras se refleja en historias como la de Natalia, una madre ucraniana que relató a The Guardian el rescate de sus dos hijos adolescentes, quienes permanecieron casi seis meses en un campamento en Rusia. Tras la ocupación de su ciudad natal, Jersón, por fuerzas rusas en septiembre de 2022, una vecina le sugirió enviar a sus hijos a un campamento infantil en Anapa, una localidad costera rusa en el mar Negro. “El viaje de 21 días era gratuito y se suponía que regresarían a Jersón al final. Los chicos también querían ir, pero fue un gran error de mi parte permitirlo”, confesó Natalia.
La situación se complicó cuando las fuerzas ucranianas liberaron Jersón a finales de 2022, pero los hijos de Natalia seguían en el campamento, al otro lado de la línea del frente, y Rusia no permitió su retorno. “Las autoridades del campamento se negaron a dejar salir a los niños sin mi presencia física”, explicó. Sin saber cómo proceder, Natalia recurrió a una organización ucraniana que le ayudó a obtener pasaportes y documentos de identificación para sus hijos. Emprendió sola el viaje hacia Anapa, cruzando numerosos puestos de control y justificando su presencia ante soldados rusos. El trayecto duró seis días, bajo bombardeos, hasta que logró reunirse con sus hijos en febrero de 2023. “No puedes imaginar mis emociones, porque mis hijos son todo lo que tengo”, expresó.
Hasta la fecha, solo 1.366 niños han regresado o escapado de vuelta a Ucrania, según la organización ucraniana Bring Kids Back. El equipo de expertos de la Universidad de Yale estima que hasta 35.000 menores podrían encontrarse en Rusia o en territorios ocupados. Muchos han sido enviados a campamentos militares, acogidos en familias rusas o integrados en el sistema de adopción ruso, donde las leyes se han modificado recientemente para facilitar la adopción y acogida de niños ucranianos por ciudadanos rusos.
La investigación del Humanitarian Research Lab de Yale, dirigida por Nathaniel Raymond, ha permitido identificar a miles de niños mediante el análisis de bases de datos rusas, documentos oficiales, conexiones familiares e imágenes satelitales de instalaciones y edificios oficiales en Rusia. Raymond declaró a The Guardian: “Esta es probablemente la mayor sustracción de menores en una guerra desde la Segunda Guerra Mundial, comparable a la germanización de niños polacos por los nazis”.
Los testimonios de niños rescatados revelan que recibieron instrucción militar en los campamentos y sufrieron castigos por hablar ucraniano. Un niño de nueve años relató: “Teníamos que cantar el himno ruso y dibujar la tricolor”. Además, según Daria Kasyanova, presidenta de la Ukrainian Child Rights Network, los menores eran amenazados con represalias contra sus padres si no obedecían. Kasyanova, quien trabaja por la repatriación de los niños, recordó que este tipo de deportaciones forzadas no es un fenómeno nuevo. Durante la invasión rusa de Crimea en 2014, ella ayudó a evacuar a más de 40.000 personas de Donetsk y Lugansk, incluidos 12.000 niños. “Mi hija tenía 11 años entonces, y algunos de sus amigos que se quedaron fueron enviados a campamentos militares en Rusia”, relató.
El riesgo de desaparición de los menores en el sistema de adopción ruso es alto. Kasyanova advirtió: “A veces ocurre que un progenitor está en territorio ucraniano y el otro en la ocupación con el niño. Si ese padre muere o es arrestado, el niño queda solo y corre el riesgo de acabar en un orfanato. Si eso sucede, es básicamente imposible recuperar al niño. Se perderán”.
Raymond subrayó la importancia de documentar estos casos: “Llevar a un niño de un grupo étnico o nacional y hacerlo parte de otro grupo étnico o nacional es un crimen de guerra”. La Corte Penal Internacional coincide con esta valoración y, en marzo de 2023, emitió órdenes de arresto contra el presidente ruso Vladimir Putin y su comisionada para los derechos de la infancia, Maria Lvova-Belova, por el “crimen de guerra” de deportación ilegal de niños ucranianos.
La devolución de los menores sigue siendo una exigencia central de Ucrania en cualquier negociación de paz. Ksenia, especialista en evacuaciones de la organización ucraniana Helping to Leave, afirmó: “Estamos discutiendo territorios, y nuestra gente, nuestros niños, son nuestros territorios. ¿Cómo podemos renunciar a ellos? Son nuestros niños, son ucranianos y deben ser traídos [a casa]. Rusia no tiene ningún derecho sobre ellos”.
Raymond explicó a The Guardian que los niños se han convertido en moneda de cambio en las negociaciones. “Cuando los rusos comenzaron, pensaban que iban a lograr la victoria rápidamente, así que este programa se implementó no para retener a los niños, sino para poder rusificar Ucrania. Pero como las cosas empezaron a torcerse, tuvieron que pasar de la fase de ocultamiento de responsabilidades a usar a estos niños como rehenes para obtener ventajas en las negociaciones”.
La magnitud de la tragedia, la complejidad de los rescates y la utilización de los menores como herramienta política evidencian la gravedad de la situación. Las familias ucranianas continúan luchando por la reunificación, mientras la comunidad internacional observa con preocupación el destino de miles de niños que, lejos de sus hogares, enfrentan un futuro incierto bajo la sombra de la guerra y la ocupación.