La mañana de lunes se abrió con un mensaje que cruzó las redes sociales como una piedra lanzada a un lago en calma. Como si detrás de las luces de la fama se escurrieran las sombras de una batalla privada, Thiago Medina rompió el pacto tácito de cordialidad que había seguido a su reciente ruptura con Daniela Celis con una declaración en la que reivindicó su derecho a ver a sus hijas, Laia y Aimé, por encima de cualquier polémica.
El joven, conocido por su paso en el reality Gran Hermano (Telefe) eligió Instagram—su vitrina más expuesta—para exhibir ese quiebre. “Buen comienzo de semana para todos. Nadie me va a impedir que vea a mis hijas, para los que preguntan. Los quiero a todos”, escribió, sumando a su millón de seguidores como testigos y jurado involuntario de su duelo familiar.
La reacción del otro lado de la pantalla no tardó. Los comentarios oscilaron entre el respaldo fervoroso y la crítica por ventilar disputas íntimas. Las redes, con su termómetro implacable, dejaron claro que nada en la vida de Medina y Celis pasaría ya desapercibido.
Pero la escena no se montó de un solo lado. El viernes, Daniela publicó un video íntimo: en el registro, las dos gemelas, Laia y Aimé, lloraban desconsoladas sobre la cama de su madre, mientras ella las abrazaba en la penumbra de la habitación. No había filtros ni melodías alegres, solo llanto y el rumor de la soledad.
“A todas esas mamás solteras con hijos múltiples. Mis respetos, todo mi amor, mi admiración. Y cuando pienses que estás sola, cansada, respirá, que te juro que la vida pone todo en su lugar“, reflexionó desde su cuenta, tejiendo redes invisibles entre madres solas.
La publicación pasó inadvertida durante la noche, como una pequeña vela encendida en la tormenta. Pero con el amanecer del sábado, el contenido adquirió otra dimensión: se convertía en el prólogo de una disputa pública, una invitación a leer la intimidad a cielo abierto.
Esa misma mañana, Thiago salió al cruce con un texto que muchos interpretaron como una réplica: “Yo sé la clase de persona que soy y sé también que estuve desde el primer momento junto a mis hijas”, escribió, sumando gravedad a la frase. “La verdad que me daría vergüenza andar difamando cosas que ni siquiera tienen sentido”.
Medina empleó un tono que oscila entre la defensa y la acusación sutil: “Hay que facturar, ¿no? Yo lo único que pido es que respeten mi decisión y no anden hablando mierda de los demás para generar un poco de vistas“.
El posteo, largo y medido, encierra una paradoja: no quiere exponer a sus hijas, pero la disputa se desarrolla ante miles de seguidores, atrapando a las gemelas en la trama de los adultos. “No hace falta dar tantas explicaciones porque no quiero andar metiendo a mis hijas en un problema de adultos y eso es lo que no entiende mucha gente”, destacó al marcar la distancia entre el público y su intimidad, pero dejando la puerta entreabierta para la especulación.
En otro pasaje, destacó: “Soy un pibe de veintidós años y tengo mucha más madurez que mucha gente para no andar dando nombres”, como si la exhibición parcial fuera un gesto de contención y no de exposición.
Y para cerrar dejó en claro: “Desde ya les aviso que todo lo que brilla no es oro y que la gente piensa que es todo color de rosa, pero no. Uno se cansa de que lo basureen tanto, hay límites y yo ya me cansé. Les deseo que tengan un excelente día”.
En el centro de la tormenta, dos niñas, Laia y Aimé, dormitan lejos de los titulares. Afuera, el mundo digital espera el próximo posteo, la próxima indirecta, el próximo capítulo en la novela sin final de vivir expuestos.