“Borges nunca fue bebé”, dice una vieja canción de Divididos. Es que, en cierto punto, la vida del escritor nace como un mito. A los nueve años se publica su primera traducción, de “El príncipe feliz”, en el diario El País.
Sigmund Freud habló del bebé como una “majestad”, que bien podría ser el príncipe de Oscar Wilde, que progresivamente tiene que desprenderse de su narcisismo. En la anécdota inaugural del niño Borges está la diplopía que marca una vida: feliz es el otro, a él le queda la condición mortífera de Gran Autor Nacional.
Borges enamorado es un gran título. Estábamos acostumbrados a Borges lector, como a Borges profesor y así. Pero “enamorado” suena a provocación. Si tal vez la referencia hubiera estado en la línea de un Prometeo encadenado u Orlando furioso… o bien hubiera ido por el lado –no menos escandaloso– de Borges “amante”, pero ¿Borges como encadenado y furioso, sujetado de una pasión?
Patricio Zunini escribió un libro que debe ser leído detenidamente. En este ensayo hay mil detalles históricos, pero la hipótesis sustantiva no está a la vista. Es un libro que seguro le va a gustar a los borgeanos, pero este es un intento que los trasciende. En estas páginas hay diversas referencias que también hablan del autor.
Un escritor merece ser nombrado como tal cuando consigue que sus libros respondan a sus obsesiones y lleven la huella de su persona. Borges mismo tituló Antología personal una de sus compilaciones. Un escritor tiene libros personales, no sobre temas. Temas tienen las monografías del secundario.
Luisa Valenzuela contó una vez que Borges y su madre (la escritora Luisa Mercedes Levinson) la llamaron para preguntarle si acaso los apellidos Zunino y Zungri le parecían lo suficientemente ridículos. Estos apellidos no fueron usados en esa oportunidad, pero Borges los guardó para El Aleph.
¿Quiénes eran Zunino y Zungri? Los dueños de una empresa que destapaba cloacas en Constitución. ¿Por qué Patricio Zunini no evita contar esta anécdota que reenvía directamente a su apellido? Podría haberlo hecho perfectamente, porque la secuencia de su ensayo no lo requiere. Entonces, decidió hacerlo para señalar un énfasis.
Zunini se propone como un autor menor que se anima al Gran Autor Nacional. ¿Qué es lo que quiere “destapar”? Si fuera una cloaca, su libro sería impúdico. Y esta es una época en la que los chismes se cuentan como monedas de oro. Zunini hace algo más interesante, busca leerse a sí mismo a través de Borges. Dicho de otra manera, ¿en qué medida los amores de Borges nos dicen algo del modo en que nosotros, los mortales, vivimos el amor?
Una de mis películas favoritas se llama Alta fidelidad, dirigida por Stephen Frears y basada en un libro excelente de Nick Hornby. Es la historia de un hombre (Rob Gordon) que tiene una crisis con su pareja y, entonces, comienza a visitar a todas sus ex para entender por qué le pasó lo que le pasó.
De la misma forma en que después de ver-leer Alta Fidelidad es inevitable concluir “Todos somos Rob”, el libro de Zunini lleva a confesar que también “Todos somos Borges”. Borges enamorado es una meditación serena sobre la educación sentimental de un hombre al que el amor no lo perdonó ni le pidió disculpas.
El primer capítulo comienza con el contexto de publicación de Fervor de Buenos Aires: “Era su primer libro, pero era sobre todo una gesta familiar: la constatación de que habían parido un escritor”. Después de una introducción de este tenor, ¿a alguien puede llamarle la atención que la primera novia de Borges se llamara Concepción Guerrero?
Para no abundar en minucias, digamos que este romance tiene la forma de un vínculo social, en el que el joven Borges se comporta más bien como el adolescente que quiere tener novia para contarlo. Incluso le escribirá un poema, que en futuras ediciones sufrirá cambios y hasta ocultará su dedicatoria.
En este primer noviazgo, Borges no hace nada para quedarse con la amada. Sigue a la familia en un viaje y la relación se enfría, a pesar de las cartas de amor que se envían. ¿Quién no se reconoce en esos amores de verano, o una tarde, que tienen menos la experiencia de un afecto que la tibia certidumbre de ser correspondido?
Borges no fue bebé, pero sí fue joven.
En una segunda estación, tenemos un enigma. Han pasado varios años y estamos en la época del Borges que trabajaba en la Biblioteca Miguel Cané. Para ese entonces, vivía con su madre. Su padre había muerto y la hermana se había casado y ya había tenido hijos. Para las malas lenguas, el escritor tiene una relación “simbiótica” con Leonor.
El enigma está en adivinar quién fue la mujer a la que Borges fue a visitar una tarde de diciembre de 1938. Lo cierto es que nunca llegó; mejor dicho, al subir las escaleras se golpeó con el marco de una ventana y, en el departamento, fue recibido bañado en sangre. Tuvo que ser hospitalizado y de este episodio nace –nuevamente un nacimiento– el escritor de cuentos inmortales.
“1938 es un parteaguas en su vida y en su obra. Los libros anteriores a ese año, o no los volvió a publicar o lo hizo con grandes cambios”. ¿Quién fue la mujer que esperó al hombre y encontró al dañado? ¿Qué hombre, cuando ya no es joven, no conoce la verdad: que ante una mujer es menos que su reputación?
Algunos hablan de Emmita Risso Platero, una diplomática uruguaya a la que le decían Beba “y [a la que] él decía que le gustaría escuchar que un día le dijeran ‘Beba Borges’”. Para este momento, es claro que el amor precisa de una realización matrimonial. A ella le dedicó el relato “La escritura del dios”.
Ahora bien, también hay otro referente para la ventana fatídica, la escritora chilena Luisa Bombal. Parafraseando lo que Truman Capote decía de sí, esta mujer era “alcohólica, homicida y una escritora genial”. No queda muy claro por qué no prosperó esta relación, pero sí que a un hombre se lo conoce por las mujeres que se le niegan.
Uruguaya o chilena, la mujer de la ventana se compone de diferentes piezas y configura la imagen de un rechazo exterior: Borges ya no es un novio, sino un hombre atado a mujeres trágicas. Bombal escribió la novela La amortajada (que también podría escucharse “El amor tajada”).
Ahora sí, prepárense, porque llegó el turno de Estela Canto. Ella no es ni la novia ni la mujer trágica, sino la encarnación del sexo. Borges es impotente. Va al psicoanalista y este lo mejor que puede hacer es pedirle a Estela que acepte casarse con Borges como contribución a la literatura.
La vida de Estela Canto es el tema de un libro específico. Son mil cosas las que pueden decirse de la mujer a la que le fue dedicado el cuento “El Aleph”. Quedémonos con la escena que narra Zunini:
“Era diciembre de 1965 […]. Caminaron algunas cuadras, entraron a un bar –Borges llamó a la casa–, ella pidió un whisky y él un vaso de leche. Minutos después llegó Leonor. En batón y con el pelo blanco desmelenado. ‘Georgi’, le dijo, ‘te están esperando’. Y salió. Él llamó al mozo y pagó la cuenta. Apenas alcanzó a despedirse […]. Unos meses después, en una comida, un amigo le dijo a Estela: ‘¿Sabés que se casa Borges?’.”
Después del enigma de la trágica mujer de la ventana, viene el conflicto entre el sexo y el matrimonio. Después de la novia imaginaria, la educación sentimental trajo a la mujer que nunca era la adecuada, cuyo rechazo forjó la profesión; luego, con Estela, vino el destino de tener una esposa. Que esta haya sido elegida por su madre, es lo de menos. Que la esposa hubiera podido ser María Esther Vázquez, de quien Borges se enamoró en aquellos años, tampoco cambia el resultado.
Borges no se iba a casar sin el consentimiento de su madre. Y lo hizo con una mujer que provenía de su pasado, que lo rechazó a mediados de la década del ’30. Leamos: “Hasta que una tarde atendió la madre de Elsa.
–Mire, Borges –le dijo–, discúlpeme, pero me siento obligada a decírselo. No llame más. Elsa se casó.
Del otro lado, silencio.
–Ah… Caramba– dijo, y cortó.”
Sin la integración de la sexualidad a su vida, Borges regresa a un amor pretérito y esta sombra del pasado cae sobre él como una maldición. Borges se casa en 1967 con Elsa Astete, cuando ella era viuda y tenía un hijo. En busca de una esposa, Borges consuma un amor que –en su momento– no fue. Esto solo podía salir mal.
Él mismo reconoce haberse casado por error: “Entonces pensé que encontrarme con ella era encontrarme con la época […]. Los dos confundimos el encuentro con el hecho de recobrar el pasado. Ese fue el error”.
Quizá para no desairar a su madre, Borges se obligó a vivir junto a una mujer que fue una condena; pero no se puede culpar a Leonor de esta desgracia. Si no fuera una hipótesis demasiado “psi”, quisiera pensar que es el retorno trágico de lo que no pudo asumir en vida. De repente, Borges era un marido, incluso hasta un padrastro, pero ya no un hombre.
Tampoco puede decirse que Elsa fuese un monstruo. Hacerse odiar por una mujer es el artilugio con que los hombres suelen disfrazar su sadismo con un velo masoquista. Como no soy borgeano, no tengo que ser fiel a los hechos. Así que me atrevería a decir que con Elsa es que Borges se separa de su madre, en un doble sentido: haciéndole caso (casándose), es que la traiciona; como víctima de una esposa despótica, logra despreciarla por delegación.
Aquí podría argüirse que las coordenadas de la separación fueron cobardes, que Borges huyó sin dar la cara, que mandó gente en representación a avisarle a la pobre Elsa que él ya no volvería. Incluso que volvió con la madre. Pero nada de esto importa. Porque el exorcismo ya estaba cumplido.
Así llegamos a la última estación: María Kodama. Una vieja foto resume el vínculo, en la puerta de la calle Maipú: “Con la mano derecha agarra con fuerza a María. Le clava los dedos. Si ellos no fueran Borges y Kodama, uno podría creer que él la atrae hacia sí para besarla o pegarle. Pero como son ellos, hay un tono de fragilidad cotidiana. La foto es perfecta. Una historia en sí misma”, escribe Zunini.
Comparto la fascinación por esa imagen, que podría ponerse junto a la escultura del rapto de Perséfone. Borges ahora es un hombre, cuando ya está vencido –por la vejez y la ceguera. Quizá nunca haya disfrutado de la vida sexual con una mujer, pero no cabe dudar de que hizo la experiencia de transformación de su masculinidad a lo largo de su vida. A María Kodama se la odia, como se odia a la mujer de un hombre cuando este decide poseerla de la manera que todos consideran insensata: dándole todo.
De Kodama se dice que lo alejó de sus amigos; que quizá le hizo firmar un testamento apócrifo; que su matrimonio fue interesado y mil cosas más. Nos resulta intolerable aceptar que la mujer de un hombre tenga ese derecho inexpugnable. La vida de Borges muestra que Kodama tuvo todo, menos por ser su esposa que por ser su mujer.
La historia de los amores de Borges es la historia de su virilidad, desarrollada más allá de los ritos ordinarios de la iniciación, la consumación y la constitución de una familia. Borges es también el héroe de un drama que comienza con amores blancos, continúa con la elección de mujeres que simbolizan su tragedia –realizarse como escritor antes que como un hombre– para quedar, finalmente, expuesto en una castración humillante.
Pero esto no fue todo. En el piso, el héroe se levanta y realiza un acto catastrófico (su primer matrimonio), un sacrificio que lo redime y prepara para, con todo lo que no pudo, al igual que Hamlet, actuar cuando está herido de muerte. Kodama es la contracara que redime el que fuera su baño bautismal con sangre en la escena de la ventana.
No por nada, como cuenta la anécdota, alguna vez Leonor dijo “Esa piel amarilla se va a quedar con todo”. Es lo justo. Nuestra sociedad odia a los hombres capaces de amar a una mujer. No a las mujeres, sino a una mujer. Le pasó a John Lennon y muchos más.
Y esa mujer tiene todo el derecho del mundo a hablar por ese hombre, porque Kodama no fue solamente la compañera de Borges. Kodama también es Borges.
Quizá no sea una ironía del destino que la historia que comenzó con una joven mujer de apellido Guerrero concluya con otra a la que Borges llamaba “mi samurái”.