¿Cómo puede ser que un país con tantos recursos y talento como el nuestro haya arrastrado durante décadas niveles altísimos de pobreza?
Nos lo preguntamos una y otra vez. Hay una verdad más profunda que rara vez se menciona: somos pobres porque tenemos pocas empresas y poco empleo privado.
Durante décadas, el Estado intentó liderar el crecimiento, creyendo que podía reemplazar al sector privado. Fracasó porque el Estado no crea riqueza.
En la Argentina, el debate económico suele girar en torno a lo macro: inflación, déficit fiscal, deuda, tipo de cambio. Son variables importantes, sin duda, pero el objetivo de una macroeconomía ordenada no puede ser la estabilidad en sí misma: la macro debe ser el medio, no el fin. La estabilidad macroeconómica es una condición necesaria, pero no suficiente. Su verdadero valor se manifiesta cuando se traduce en más empresas, más empleo formal, más inversión y un entramado productivo más robusto. El objetivo final debe ser siempre el desarrollo económico con inclusión y capacidad productiva sostenida.
Este índice, casi nunca mencionado, refleja la verdadera salud de nuestra economía real. Y los datos muestran que la Argentina enfrenta un problema muy grave.
El sector privado en números
La Argentina tiene una empresa cada 80 personas. En otros países, la realidad es muy distinta:
- Chile: una cada 22
- Brasil: una cada 22
- México: una cada 24
- España (con población similar): una cada 34
En números absolutos, la brecha es aún más alarmante:
- Argentina: 600.000 empresas
- Chile: 900.000 (con menos de la mitad de nuestra población)
- México: 5,5 millones
- España: 1,4 millones
- Brasil: 9,4 millones
Brasil tiene 15 veces más empresas que Argentina, con solo 4,5 veces más población. Este retraso no es anecdótico: es estructural y explica buena parte de nuestra pobreza.
Un entramado industrial que resiste
El caso de la industria es todavía más preocupante: la Argentina tiene una empresa industrial cada 830 habitantes. México, una cada 200. España, una cada 240. Chile, una cada 280. Brasil, una cada 360.
El problema es doble: de stock y de flujo. No solo tenemos pocas empresas, sino que además ese stock, ya de por sí reducido, está estancado desde hace más de una década. Por cada empresa que nace, otra cierra. La tasa de crecimiento neto es nula.
Esto contrasta con lo que ocurre en países como Chile, Brasil o México, donde las tasas de natalidad empresarial superan a las de mortalidad, generando un crecimiento neto del 2% al 3% anual. Esa renovación es esencial: sin nuevas empresas, no hay innovación, no hay nuevos sectores, no hay más empleo.
Dos conceptos que debemos comprender:
-Primero: las distorsiones económicas acumuladas en la Argentina no sólo generaron inestabilidad macroeconómica, sino que impidieron la multiplicación de empresas, consolidando un modelo en el que el Estado ocupó un rol que es propio del sector privado. Más Estado no resolvió la pobreza. Solo con más empresas, más empleo formal, más exportaciones y más inversión se pueden generar los recursos genuinos para sostener un país.
-Segundo: la macroeconomía ordena el marco, pero es la microeconomía —las empresas, los emprendedores, los industriales— la que genera desarrollo real. El sector privado es la clave. El desafío en este proceso de ordenamiento es que ese entramado productivo pueda adaptarse y crecer.
No se trata solo de ordenar el Estado. Hay que acompañar, cuidar y promover el trabajo productivo, porque partimos de una situación de debilidad: tenemos pocas empresas. Por eso, este proceso debe tener como objetivo preservar y potenciar el tejido empresarial existente, para que esté en condiciones de emprender una nueva etapa de desarrollo en la Argentina.
Más empresas, más futuro
La verdadera riqueza de un país no está solo en sus recursos naturales, sino en su entramado productivo: en cuántas empresas tiene, qué hacen, con qué tecnologías, qué capacidades construyen y qué valor generan. Esa es la base que sostiene el empleo, la innovación, el crecimiento y, en definitiva, el nivel de vida de su sociedad.
Por eso, multiplicar empresas —y fortalecer sus capacidades— no es un tema sectorial, es una causa nacional. Es el único camino posible hacia un desarrollo que sea sostenido, inclusivo y federal. El progreso es solo con el sector privado. La movilidad social se da con producción, y el futuro próspero es con más empresas.