La especie conocida como Amanita phalloides, comúnmente llamada death cap y responsable de aproximadamente el 90% de los fallecimientos debido al consumo de hongos, volvió a atraer la atención pública tras un reciente incidente en Leongatha, Australia.
Una familia consumió carne envuelta con este hongo durante una comida y tres personas murieron. Su aspecto inofensivo, con sombrero amarillo pálido y láminas blancas, lleva a que se confunda con otras especies comestibles, lo que contribuye a su letalidad. Solo media seta puede causar la muerte.
Según la revista New Scientist, Amanita phalloides representa solo una de las numerosas especies inciertas y sorprendentes del reino fungi, al que se le reconoce una semejanza más cercana con los animales que con las plantas. Existen unas cinco millones de especies descritas, aunque solo un cinco por ciento cuenta con un estudio formal.
Algunas, como Cordyceps unilateralis, emergen del cuerpo de insectos, mientras otras exudan sustancias para atraer animales carroñeros. Sin embargo, Amanita phalloides destaca por el interés científico que despierta su toxicidad, la cual motivó una serie de investigaciones sobre su rápida adaptación, su creación constante de toxinas novedosas y su expansión mundial.
De acuerdo con registros históricos, se sospecha que Amanita phalloides provocó la muerte de figuras notables, como el emperador romano Claudio y el papa Clemente VII. Incluso en casos donde la evidencia no es concluyente, este hongo suele ser señalado por su reputación mortífera.
Actualmente, su toxicidad sigue siendo motivo de preocupación: “Basta una cantidad mínima de 0,1 miligramos por kilo de peso para que resulte fatal”, explicó James Coulson, farmacólogo clínico y toxicólogo de la Universidad de Cardiff. La supervivencia depende de la dosis y del estado general del paciente.
Conforme a los estudios más recientes, el principal mecanismo letal de A. phalloides reside en una toxina llamada alfa-amanitina. Esta sustancia bloquea la acción de la enzima ARN polimerasa II, esencial para la producción de proteínas y, en consecuencia, para la supervivencia celular en casi todos los organismos. Al ser ingerido, el veneno pasa al torrente sanguíneo y se aloja en la vesícula biliar.
Tras una aparente mejora inicial, el paciente experimenta un nuevo ciclo de intoxicación cuando come, ya que la toxina vuelve a circular y multiplica el daño. El hígado suele ser el órgano más afectado y, en los casos más graves, el resultado es la muerte por insuficiencia hepática, hipoglucemia, coma y alteraciones en la coagulación.
¿Por qué este nivel de letalidad en un hongo? Conforme a Yen-Wen Wang, investigadora en la Universidad de Yale, gran parte del misterio se debe a la dificultad para cultivar A. phalloides y estudiar su biología genética. La alfa-amanitina se clasifica entre los metabolitos secundarios del hongo, lo cual implica que producirla requiere recursos que solo se justifican si otorgan algún tipo de ventaja evolutiva.
Se plantea que los hongos venenosos desarrollaron toxinas para impedir que se los comiera antes de dispersar esporas; sin embargo, la intoxicación suele ocurrir con efectos retardados, por lo que la principal función parece estar dirigida a defenderse de insectos y competidores del suelo.
Esta defensa química también puede influir en la relación del hongo con árboles, donde desarrolla conexiones simbióticas llamadas ectomicorrizas. Amanita phalloides proporciona nutrientes a las raíces del árbol, que a cambio suministra carbohidratos. Así, la toxina favorece al hongo permitiéndole colonizar y proteger su territorio subterráneo frente a otras especies rivales, microbios e invertebrados, consolidando su éxito evolutivo.
Conforme a Wang, la investigación reciente muestra que A. phalloides produce un cóctel genético de toxinas que continúa diversificándose a lo largo del tiempo. Los cambios en la combinación de genes responsables de esas toxinas no son aleatorios, sino que responden a presión ambiental, lo que lleva a la rápida evolución de nuevas variantes capaces de resistir a diversos competidores y adaptarse a hábitats novedosos.
Según Anne Pringle, investigadora de la Universidad de Wisconsin-Madison, DNA y registros históricos demostraron que Amanita phalloides llegó a América del Norte desde Europa mediante árboles importados. Lo llamativo es su capacidad para coexistir y asociarse con especies arbóreas ajenas a su entorno original, lo que prueba una flexibilidad adaptativa importante.
Recientemente, Pringle y Wang detectaron una estrategia reproductiva inédita en hongos silvestres: la reproducción unisexual. Mientras la mayoría de los hongos requiere la fusión de dos individuos genéticamente distintos para formar setas, A. phalloides es capaz de generar esporas y colonias a partir de un solo núcleo no apareado. Este descubrimiento plantea que la invasión de nuevos territorios podría acelerarse gracias a su habilidad para establecer colonias autosuficientes a partir de un único esporangio y luego reproducirse durante décadas.
De acuerdo con Wang, este conjunto de estrategias reproductivas y evolutivas, sumado a la diversificación genética de sus toxinas, explica el éxito de A. phalloides en adaptarse y expandirse rápidamente a nivel mundial, redefiniendo su papel de simple organismo invasor a ejemplo de un cambio evolutivo activo y continuo. El seguimiento de sus mutaciones ofrece información fundamental sobre los patrones de invasión biológica y el impacto de los hongos en los ecosistemas locales.
Aunque resulta alarmante imaginar un hongo capaz de evolucionar venenos constantemente, colonizar el mundo y sobrevivir bajo formas de reproducción variadas, también hay hechos alentadores. Conforme a los datos aportados por James Coulson, aunque el death cap sigue provocando intoxicaciones fatales, en la actualidad la tasa de supervivencia ronda el 90% gracias a tratamientos como el carbón activado oral, fluidos intravenosos, corrección de hipoglucemias y la administración de penicilinas para reducir el daño hepático. Pese a ello, la intoxicación exige intervención temprana, aspecto complicado por los signos clínicos intermitentes que produce la toxina.
La Amanita phalloides pone a prueba los límites de la evolución y desafía las ideas preconcebidas sobre los hongos. Su compleja biología es reflejo de la vastedad y adaptabilidad del reino fungi.