En el centro de la plaza, en el altar, el cajón sencillo de madera y, encima, el libro del Evangelio abierto. Alrededor, los colores del urbi et orbi (‘la ciudad y el mundo’, según la locución latina) y el silencio más profundo y respetuoso. El sábado 26 de abril, el último adiós en la Plaza San Pedro a Francisco, el papa número 266 y primero en nacer en Argentina, quien murió el 21 de abril a los 88 años, movilizó al mundo entero y, por supuesto, a los líderes más importantes del momento. A la emotiva ceremonia asistieron delegaciones de 148 países y territorios, cerca de 50 jefes de Estado y contó con la presencia de representantes de la mayoría de las casas reales europeas, excepto la de Países Bajos.

Una imponente vista de Plaza San Pedro y de la Vía de la Conciliación –es la entrada al Vaticano–, repleta de gente para asistir al funeral del papa Francisco. Unas 250 mil personas lograron acceder a la zona acordonada tras superar varios controles de seguridad. De un lado del cajón del pontífice, se ubicaron los cardenales; del otro, los jefes de Estado y los reyes.

Unidos y y conmovidos, estuvieron atentos a la homilía de las exequias a cargo del cardenal decano Giovanni Battista Re, quien hizo una amorosa semblanza y un recorrido de todos los hitos que, estos doce años, realizó Francisco, a quien definió como “un papa en medio de la gente, con el corazón abierto a todos (…) y profundamente sensible a los dramas actuales (…). Alzó incesantemente su voz implorando la paz e invitando a la razonabilidad y a las negociaciones honestas para encontrar posibles soluciones”. Mientras la emoción se mezclaba con los aplausos, no hubo quien al ver juntos al presidente de los Estados Unidos Donald Trump y al presidente de Ucrania Volodímir Zelenski teniendo un diálogo hacia la paz en el interior de la basílica de San Pedro no recordara ese estandarte de Francisco de dar la vida para construir puentes y no muros.

PROTOCOLO Y DIPLOMACIA

La despedida del Papa que cambió la historia de la Iglesia fue un evento sin precedentes.

Felipe VI y Letizia de España cumplieron a rajatabla con el dress code requerido. Mientras el Rey llevó un traje de corte clásico y corbata negros, Letizia acertó con la elección del vestido midi y la mantilla de encaje para cubrir la cabeza y llevó unos pendientes de perlas australianas y un broche de perlas histórico.

Uno de los primeros en llegar a San Pedro para rendir honores y darle el último adiós a Francisco fue el ex presidente norteamericano Joe Biden, quien ingresó con su mujer, Jill, casi una hora antes de que el cardenal Giovanni Battista Re, decano del Colegio de Cardenales (es el consejo que, en las próximas semanas, nombrará un nuevo Papa), comenzara con la liturgia del funeral. Biden, al igual que los demás líderes mundiales, se ubicó enfrente del área destinada a los cardenales, obispos y al clero: un sector destinado a los mandatarios y funcionarios.

Si bien Joe Biden y su mujer, Jill, llegaron puntuales a San Pedro, su dress code fue criticado: el expresidente eligió corbata azul y su mujer, un conjunto con botones poco apropiados y una falda un poco corta. El príncipe William, quien viajó al Vaticano en representación de su padre, el rey Carlos III, recibió críticas por haber llevado un traje “demasiado” azul. Al funeral fue sin su mujer Kate. Acompañada por su marido, el príncipe Haakon de Noruega, la princesa Mette-Marit, también fue de negro total, con mantilla y una pequeña cartera. Este viaje a Roma es el primero de tipo oficial que la princesa realiza desde que se anunció su enfermedad, la fibrosis pulmonar crónica.El gran duque Enrique y la gran duquesa María Teresa de Luxemburgo, con un vestido largo con mangas transparentes, cinturón ancho y pendientes con una perla, en la Plaza San Pedro. Su elección fue puesta en duda: no sólo por las transparencias, sino por el escote en forma de pico y los stilettos, con touch en dorado.

Para no herir susceptibilidades, se estableció un criterio para determinar quién se sentaba en qué silla, en qué fila, al lado de quién: la Argentina, país natal del Papa, tuvo prioridad; luego, Italia, que fue el país de residencia del Sumo Pontífice en estos años: después, rigió el orden alfabético. En eventos de magnitud y solemnidad como este, el funeral del jefe de la Iglesia católica y del Estado Vaticano, el dress code fue respetado a rajatabla. O casi…

El rey Carlos Gustavo de Suecia y su mujer, la reina Silvia, quien también lució mantilla en encaje a tono con su vestido. Para algunos, el collar de brillantes llamaba demasiado la atención.

En rigor de verdad, hubo varios que hicieron una interpretación bastante sui generis del protocolo, que indica que los hombres deben ir con traje negro… o lo más oscuro posible. Para las mujeres, la recomendación es elegir zapatos cerrados y elegir vestidos largos o hasta la rodilla, medias, mangas largas y sin adornos: si, para los funerales en general, llevar joyas puede interpretarse como ostentación, en este entierro en particular, la recomendación era más rigurosa.

La presencia de Donald Trump en el Vaticano fue una de las más comentadas. No sólo por el peso político, sino por su polémico traje azul casi eléctrico, desde ya, mucho más claro de lo sugerido para un funeral. Melania Trump acertó con su outfit: un abrigo cruzado con doble botonadura y largo midi y una mantilla bien colocada. Sumó unos guantes de encaje, olvidó quitárselos para saludar a los demás. El presidente argentino Javier Milei, acorde con el luto, y su hermana Karina, secretaria general de la presidencia, con vestido y saco clásico con solapas satinadas y mantilla.

Como ya se sabe, el año pasado Francisco modificó y simplificó los ritos establecidos en el Ordo Exsequiarum Romani Pontificis, el libro litúrgico que detalla los procedimientos para los funerales papales: él quería que su despedida fuera lo más austera posible, como la “de un pastor y discípulo de Cristo, y no el de una persona poderosa en este mundo”.

Mary de Dinamarca, que asistió al funeral sin su marido, el rey Federico X, con un conjunto de blazer y falda de la marca finlandesa Andiata y velo de encaje. Además de la cartera, de Mulberry, lució el broche Ivy, que pertenece a la familia real danesa.Alberto de Mónaco, con anteojos oscuros y un traje negro, con su mujer. Para el funeral, Charlene eligió un vestido a la rodilla con cuello redondo y mangas largas. Lo complementó con una mantilla de encaje floral y una cartera chica de Prada. Si bien acertó con la elección del vestido –sobrio y del largo correcto–, zapatos cerrados y la mantilla aconsejada, Matilde de Bélgica sorprendió con el collar de perlas de varias vueltas que llevó al Vaticano el sábado. Se trata del mismo que llevó al funeral de Benedicto XVI… y por el que también fue criticada.La primera ministra italiana Giorgia Meloni saluda a Karina Milei y a Patricia Bullrich, ambas funcionarias con mantilla. Meloni asistió con conjunto de saco y pantalón, que, por tratarse de un funeral, llamó la atención.

El sábado y durante todo el servicio de homilía, que incluyó el Responsorium –fue el momento cuando el cardenal Re arrojó agua bendita y roció con incienso el cajón de Francisco– y pronunció una oración encomendando el Papa a Dios antes de su entierro, hubo, sin embargo, accesorios fuera de protocolo: así como algunos miembros de la protegerse del sol), varios líderes mundiales y monarcas tuvieron que recurrir a sus anteojos oscuros. Sucede que, el funeral –que duró más de dos horas– se realizó al aire libre, bajo el sol y con una temperatura que alcanzó los 24 grados centígrados.

Rania, reina de Jordania, con chaqueta de grandes solapas y falda amplia. Asistió junto con el rey Abdalá II, y al igual que otras royals, recurrió a los anteojos de sol.Acompañado por su mujer, Olena, el presidente de Ucrania Volodímir Zelenski eligió un traje particular para el funeral. Si bien era negro, no era de corte clásico, sino de estilo militar. Poco después de las 10 de la mañana del sábado y mientras las campanas de la basílica de San Pedro empezaron a repicar, los sediarios pontificios –las personas que estaban al servicio del Papa– ingresaron a la plaza llevando el cajón con los restos de Francisco en sus hombros. Detrás, en la primera fila de los jefes de Estado y líderes mundiales, se los ve, de izquierda a derecha, a Brigitte (con chaqueta y blusa con lazo en el cuello, de acuerdo con el luto) y Emmanuel Macron, presidente de Francia; a Alexander Stubb, presidente de Finlandia; al presidente norteamericano Donald Trump y a su mujer, Melania; a Alar Karis, presidente de Estonia; y a los reyes Felipe VI y Letizia, de España. En primer plano, el ataúd del Santo Padre, que fue colocado sobre una alfombra y junto a un cirio encendido. Sobre el féretro, se colocó el libro del Evangelio abierto. Detrás y a la izquierda de un guardia suizo, se puede ver al presidente Javier Milei, quien asistió junto con su hermana,
Karina. Ambos fueron ubicados en primera fila porque, además de respetarse el orden alfabético, la Argentina era el país de origen del pontífice.

LA MORADA FINAL

Al otro lado del río Tíber y a 6 kilómetros del Vaticano, que es un microestado soberano rodeado por murallas antiquísimas, está la basílica Santa María la Mayor, una de las cuatro más importantes de Roma. Construida en el siglo IV, fue la primera iglesia dedicada a la Virgen María, de quien Francisco fue devoto toda su vida. Tanto durante su etapa como cardenal y como en sus años como pontífice, el Santo Padre visitaba con frecuencia este templo. Lo hizo incluso el 23 de marzo de este año, cuando recibió el alta del hospital Gemelli de Roma tras su internación por una neumonía bilateral pasó por la basílica para dejar flores al ícono de la Salus Populi Romani, protectora del pueblo romano.

Después de la capilla ardiente, se cerró el féretro del papa Francisco en el Altar de la Confesión de la basílica de San Pedro. Francisco lleva túnica color roja, una mitra blanca y un rosario en las manos. Tiene el anillo de plata que usaba en Buenos Aires y un rosario de cuentas negras. En el féretro, además, se colocó una “bolsa de monedas”, que reflejan su vida de servicio al Vaticano. Y el “Rogito”, un pergamino que resume su vida y su pontificado.

Escribió Francisco en su testamento: “Deseo que mi último viaje terrenal termine en este antiguo santuario mariano, donde siempre me detengo a rezar al inicio y al final de cada viaje apostólico (…)”. Y, desde el sábado 26 de abril, la morada final del primer papa argentino, el primer jesuita y también el primer pontífice en elegir el nombre de Francisco –en homenaje a San Francisco de Asís– se encuentra en la nave lateral de Santa María la Mayor (entre la capilla Paulina y la capilla Sforza) y no en las grutas de la basílica de San Pedro, donde tradicionalmente se entierra a los papas.

En la basílica de San Pedro, el cardenal Kevin Farrell sella el cajón. El cardenal Giovanni Battista Re bendice el cajón del Papa al finalizar el servicio funerario, el sábado, en el Vaticano.

Ubicado casi al ras del suelo, el sepulcro está realizado con piedra de Liguria (que es la región de Italia de donde provenían sus abuelos); tiene la reproducción de la cruz que usó siempre en su pecho y una única inscripción en la lápida: Franciscus, su nombre en latín. La sencillez de su tumba refleja el mensaje que Francisco transmitió durante sus doce años de pontificado y condensa los pilares profundos que abrazó toda su vida.

Luego de la misa, en el Vaticano, el cajón con el cuerpo del Sumo Pontífice fue trasladado en el papamóvil (la parte trasera fue adaptada para este recorrido) hasta Santa María la Mayor. A lo largo de 6 kilómetros, miles de personas lograron despedirse de él. La tumba de Francisco, en Santa María la Mayor, un templo que está ubicado cerca del Coliseo y de la populosa estación Roma
Términi. Francisco es el primer pontífice en un siglo que no es sepultado en las grutas de la basílica de San Pedro. La tapa de revista ¡Hola! de esta semana