Jansher Khan nació el 15 de junio de 1969 en Peshawar, Pakistán. Está considerado una de las figuras de squash más reconocidas de la historia (Grosby)

¿Alguna vez soñaste con ser el campeón mundial?

Yo sí.

Hace muchos años fui campeón nacional de squash y soñaba con ser el mejor jugador del mundo. Entrenaba con disciplina, dedicación y una determinación feroz. Sin embargo, por múltiples razones no lo logré. Mientras era deportista estudiaba mi carrera universitaria, lo cual limitó bastante las horas que podía entrenarme. Así y todo, siempre sentí que no llegué a la cumbre mundial por otras razones.

Años después, en un viaje de trabajo, encendí la televisión y se jugaba una de las finales más importantes del mundo. Ahí estaba el mejor jugador de la historia, un pakistaní llamado Jansher Khan. Me detuve a mirar con interés, porque en el pasado, yo había jugado contra él. Mientras observaba su destreza, una pregunta incómoda comenzó a formarse en mi mente: ¿Por qué yo no pude ser campeón mundial? ¿Qué me faltó para llegar a ese nivel?

Decidí analizar cada movimiento, cada expresión, cada acierto y cada error de Jansher Khan. Después de un rato de ver el partido, y frustrado por no poder identificar qué me separaba a mí del campeón mundial, apagué la televisión y me fui a bañar. Cuando salí, mientras me vestía, volví a prender la tele y el partido continuaba. Al principio me fastidié un poco pero decidí continuar viendo. Hasta que se produjo la epifanía.

Primero fue un error del campeón mundial, que a mí me pareció inaceptable y hasta diría, bochornoso. Y después varios más. Errores que a mi nivel resultaban inaceptables. Y él, sin embargo, seguía jugando lo más tranquilo. Por mucho menos yo hubiera estado furioso, me hubiera maldecido, convirtiéndome en mi peor enemigo.

El campeón mundial no hizo nada de eso. Cometía algunos errores graves, quizás inaceptables, pero daba vuelta la página con rapidez, y seguía adelante. Y ahí lo comprendí: la clave no estaba tanto en la técnica o en la preparación física sino en la relación que él tenía consigo mismo.

¿Era posible que un atributo central para ser campeón mundial fuera la capacidad de perdonarse a uno mismo? ¿Poder ver los errores con compasión, misericordia y hasta ternura, para soltarlos rápidamente?

El deporte, que tantas lecciones me había dado, tenía aún una más reservada para mí. Quizás la más importante de todas.

Todo deportista de alto rendimiento y también cualquier persona que haya llegado lejos, sabe perfectamente que el mayor obstáculo, el mayor desafío, no suelen ser los rivales sino uno mismo.

Yo me había pasado mi carrera peleando conmigo mismo. Mucho más que con mis rivales. Yo era el más implacable, no mis adversarios. Y ahora venía a darme cuenta de que varios de esos errores que para mí me resultaban imperdonables, al campeón mundial -que obviamente jugaba mucho mejor que yo-, no le parecían tan graves. O en el caso que sí, los soltaba rápidamente.

¿De dónde salía mi pretensión delirante de ser perfecto? ¿De no poder cometer errores?

Esa tarde comprendí que debía dejar atrás la falsa de idea de que uno no debe cometer errores. El tema es cómo metabolizarlos con rapidez, cómo poder aceptarlos y seguir adelante, sin quedarnos aferrados al pasado mientras el presente se nos escurre entre los dedos de las manos.

En el Antiguo Testamento, Dios decide destruir a Sodoma por su maldad. Sin embargo, le permite a Lot y su mujer escapar, con la única condición de no mirar atrás. Edith, la esposa de Lot, no resiste la tentación y al darse vuelta y mirar, se convierte en una estatua de sal.

La vida es siempre para adelante.

¿Y vos? ¿Vivís mirando el pasado o podés concentrarte en vivir el presente, aun sabiendo que nunca será perfecto?

* Juan Tonelli es speaker y escritor. El texto es parte del libro “Un elefante en el living, historias sobre lo que sentimos y no nos animamos a hablar”. www.youtube.com/juantonelli