El pasado 17 de mayo, en medio de un impactante show con las gradas colmadas en la Arena Cañaveralejo de Cali, Andrés Calamaro vivió uno de los momentos más tensos de su gira Agenda 1999. Durante la interpretación de “Flaca”, un gesto suyo —el movimiento de toreo con su saco rojo— encendió una chispa que pronto se convirtió en fuego cruzado de aplausos, abucheos y debate. El cantante arrojó la prenda al suelo y abandonó el micrófono. “Están cancelados y bloqueados”, expresó. Al rato volvió para interpretar las últimas canciones de la lista, pero el público ya estaba dividido entre la ovación y el rechazo.
No era un gesto aislado. El cantante venía cargando una posición firme, una convicción profunda sobre un tema que hiere sensibilidades en Colombia: la tauromaquia. Al referirse a la reciente prohibición de las corridas en la histórica plaza de toros de Cali —ahora transformada en la Arena Cañaveralejo—, expresó en voz alta su tristeza por lo que considera una pérdida cultural y social: “Quiero dedicar esta canción a todos los toreros, ganaderos, banderilleros y aficionados que se quedan sin trabajo, porque votaron para eso: dejarlos en la calle”.
Las redes sociales se convirtieron en un campo de batalla. Algunos lo defendieron, señalando su coherencia. Otros, lo condenaron con dureza. Entre apoyos y críticas, el artista decidió no callar y publicó en Instagram un extenso mensaje, cargado de emociones, en el que dejó ver no solo su indignación, sino también su vulnerabilidad ante una sociedad que, según él, está dejando de lado la tolerancia.
“Tolerancia o autoritarismo, y no hay mucho más. O sí. Anoche y esta mañana recibí mensajes fraternales de sectores ideológicamente antagónicos. La izquierda solidaria que se moja en la calle defendiendo a los humildes, y también sectores conservadores. Ambos, desde lugares distintos, comprenden que no se trata solo de corridas o animales, sino del desprecio por el destino de los más humildes. La violencia verbal que recibí, que incluso invita a que mi madre muera herida por banderillas, no es libertad de expresión. Es otra cosa. Es odio”, señaló el músico, en el inicio de su extenso mensaje, acompañado por una imagen del recinto donde se realizó el evento.
En su descargo, el cantante apuntó a lo que considera una nueva forma de censura disfrazada de sensibilidad social, y no dudó en señalar los extremos de ese rechazo: “Ya no es la libertad de expresión la que está en jaque, sino los modos nazis de acorralar personas por su origen o sus ideas. Lo que ahora veo no es debate: es linchamiento moral”, dejó en claro su posición.
La publicación continuó con palabras dirigidas a quienes, desde distintas trincheras ideológicas, lo abrazaron en medio de la tormenta. Reconoció el apoyo recibido por sectores con los que no siempre coincide, pero que —como él— se sintieron golpeados por lo que ven como una intolerancia que no distingue ni razones ni trayectorias.
Este episodio vuelve a poner en el centro de la conversación un conflicto latente en Colombia: la tensión entre tradición y cambio, entre identidad cultural y nuevas sensibilidades. Y lo hace a través de una figura pública que, con o sin consenso, eligió no quedarse en silencio.
Y Andrés no se detuvo ahí. Continuó su descargo en redes sociales apuntando directamente a la legisladora que impulsó la prohibición de las corridas de toros en Cali. Sin alzar el tono, pero sin disimular su descontento, escribió: “No sé con qué méritos llegó la legisladora progresista a ocupar su cargo. Es joven, y no tengo por qué dudar de su capacidad o su experiencia para ejercerlo y acceder, eventualmente, a su jubilación. Pero mientras en el estrato uno la gente pasa hambre, ella me falta el respeto. No voy a ser igual de miserable ni de maleducado”.
A lo largo del texto, el cantante volvió sobre un punto que repitió con vehemencia: lo que considera una forma de intolerancia agresiva, disfrazada de moral superior.
“Voy a insistir con los modales nazis de estos veganos carnívoros, que desprecian las necesidades de los humildes porque encontraron una causa hecha a la medida de su ignorancia. Son cobardes, son crueles. Los conocemos bien: ayer animalistas, mañana antisemitas”.
En su mensaje, Calamaro recordó otros episodios similares ocurridos en Medellín y en otras ciudades, donde, según él, pequeños grupos de activistas buscaron imponer sus posiciones mediante lo que calificó como “autoritarismo disfrazado de sensibilidad”.
“Rezamos para que quienes castran a sus animales preferidos no tomen decisiones por los demás”, escribió, sin filtro. Y añadió: “Colombia me adora, me quiere más que en Argentina. Eso no va a cambiar. Lo siento en la calle, porque no vivo en un frasco”.
Aunque reconoció que no era necesario pronunciarse sobre la tauromaquia ni despedirse de la plaza de toros de Cali, sostuvo que lo haría una y mil veces más: “Sé que el público viene a escuchar y cantar nuestras canciones. Siempre me ha brindado auténtica gloria bendita. Unos pocos energúmenos en Internet no van a empañar el amor ni la razón”.
Con esa frase, cerró su publicación. Un mensaje que, lejos de calmar la controversia, dejó expuesta una grieta profunda entre la tradición cultural, la expresión artística y las nuevas corrientes que reclaman transformaciones éticas y sociales en el mundo del espectáculo.