Detrás de la búsqueda incansable de perfección, muchas personas enfrentan una presión interna que afecta su bienestar y su salud (Freepik)

El perfeccionismo, lejos de ser una virtud, representa una fuente de sufrimiento y riesgo para la salud mental y física, según décadas de investigación de los psicólogos Gordon Flett y Paul Hewitt, citadas por The New Yorker. Aunque muchos lo asocian con la búsqueda de la excelencia, Flett y Hewitt advierten que esta percepción resulta engañosa y peligrosa.

No se dan cuenta del profundo costo humano”, afirmó Flett en entrevista con el medio estadounidense. Hewitt lo describe como “un estado debilitante, personalmente aterrador para las personas”. Ambos sostienen que el perfeccionismo nace del miedo y la convicción de que solo la perfección garantiza seguridad y aceptación.

El perfeccionismo: la trampa invisible

En entornos populares y profesionales, el perfeccionismo suele destacarse como una debilidad noble, una respuesta preferida en entrevistas de trabajo o como un sello de ambición. Sin embargo, Flett y Hewitt dedicaron gran parte de su carrera a desmontar esta idea. Consideran que el perfeccionismo es una trampa: conduce a la autocrítica permanente y a la insatisfacción crónica.

La presión por cumplir estándares inalcanzables se intensificó en la era digital, ya que las redes sociales amplifican la brecha entre la vida real y las versiones “perfectas” que circulan en línea.

Según un estudio realizado por Flett, el 54% de los estudiantes de secundaria en Canadá se identifican con la frase “necesito ser perfecto”. Una encuesta de Gallup en 2024 respalda esta tendencia: más de uno de cada tres adolescentes estadounidenses siente presión por la perfección.

La diferencia entre perfeccionismo y búsqueda de la excelencia radica en que, para el perfeccionista, ningún logro resulta suficiente. Hewitt explica que, aunque se alcance una meta —como una calificación sobresaliente, un peso ideal o un éxito profesional—, “no toca ese sentimiento fundamental de ser inaceptable”. Así, el perfeccionismo perpetúa un estado de insatisfacción y autoexigencia, donde incluso el éxito no genera la esperada sensación de valía.

Intentar no fallar nunca convierte el éxito en una meta inalcanzable y el error en una carga difícil de sobrellevar (Freepik)

El modelo de Flett y Hewitt: tres formas de perfeccionismo

La colaboración entre ambos psicólogos comenzó en 1987, cuando se incorporaron al departamento de psicología de la Universidad de York en Toronto. Desarrollaron el Modelo Integral de Conducta Perfeccionista, que diferencia tres tipos principales:

  • Autoexigente: búsqueda de perfección en uno mismo.
  • Exigente con los demás: expectativa de perfección en otros.
  • Prescrito socialmente: creencia de que los demás esperan perfección de uno.

Este modelo, publicado en 1991 tras superar el escepticismo inicial, se convirtió en el marco de referencia dominante sobre el tema. Su importancia reside en que ayuda a comprender cómo el perfeccionismo atraviesa y agrava diversas condiciones psicológicas. Una psicóloga clínica relató a Flett que el modelo le permitió entender la conducta autodestructiva de pacientes con anorexia, quienes, pese a poner en riesgo su vida, sentían que nunca era suficiente.

La expectativa de perfección hacia otros genera frustración y conflictos, dejando poco espacio para la comprensión y la tolerancia (Freepik)

Consecuencias en la salud mental y física

Las investigaciones de Flett y Hewitt, recogidas por The New Yorker, vinculan el perfeccionismo con trastornos graves como la depresión, los trastornos alimentarios y el suicidio. Incluso al ajustar otros factores, el perfeccionismo emerge como un predictor significativo del suicidio.

La muerte de Alina Templeton-Perks, ocurrida en 2008 en Reino Unido, incluyó el perfeccionismo entre las causas oficiales. Otro caso ejemplar es el del cirujano cardíaco Jonathan Drummond-Webb, quien dejó una nota suicida con una lista de errores de quienes le rodeaban, mostrando así un perfeccionismo orientado hacia los demás.

El impacto también abarca la salud física: mayor prevalencia de úlceras, hipertensión, fibromialgia, artritis, síndrome de intestino irritable y enfermedad de Crohn, además de la tendencia a retrasar la búsqueda de atención médica por aparentar bienestar.

El psicólogo Samuel Mikail, colaborador de Flett y Hewitt, estudió la relación entre perfeccionismo y dolor crónico. Narró el caso de un paciente que, incapaz de jugar con sus hijos o tener relaciones con su esposa por el dolor, se consideraba un fracaso absoluto como padre y esposo. Mikail señala que, a diferencia de otros, los perfeccionistas experimentan la pérdida de una capacidad como un fracaso total, lo que dificulta la recuperación.

El perfeccionismo no solo afecta la mente; puede desencadenar dolencias físicas y empeorar la calidad de vida (Imagen ilustrativa Infobae)

Relatos personales: el costo humano

Más allá de la teoría, los relatos recogidos por The New Yorker reflejan el impacto devastador del perfeccionismo. Michael Cohen, joven que trabajó en China, cayó en depresión profunda al no cumplir sus expectativas propias. Su madre, Carol Fishman Cohen, compartió con Flett: “Nuestro hijo murió de perfeccionismo”.

Se suma el caso de Tom, estudiante de doctorado que colaboró con Flett en investigaciones sobre perfeccionismo y procrastinación. Talentoso y sociable, Tom se exigía estándares imposibles y vivía bajo un miedo constante al fracaso. Esa presión lo llevó a la postergación, deudas y problemas de salud agravados por estrés crónico. Murió a los 41 años. Para Flett, el perfeccionismo influyó en su muerte prematura.

Mikail atendió a pacientes que, al temer ser insuficientes, buscan compensar con conductas extremas. Una madre, por ejemplo, se esmeraba por mantener su casa impecable y preparar comidas excepcionales, pero no podía aceptar cumplidos o relajarse, debido a que percibía cualquier señal de satisfacción como riesgo.

Las experiencias de quienes viven bajo la exigencia extrema muestran el profundo impacto emocional del perfeccionismo (Imagen Ilustrativa Infobae)

Influencias culturales y sociales

El perfeccionismo se ve alimentado constantemente por factores culturales y sociales. El John Henryismo, concepto propuesto por el epidemiólogo Sherman James en los años ochenta, describe la presión experimentada por muchos afroamericanos por ser “imposiblemente buenos” para superar barreras sistémicas, actitud asociada a tasas elevadas de hipertensión.

En otras culturas, la exigencia de perfección también existe: Flett menciona el caso de una estudiante china que, investigando el perfeccionismo en niños, descubrió que sus profesores, influenciados por el confucianismo, nunca consideraron los efectos negativos de la perfección.

Sin embargo, existen tradiciones alternativas. La “imperfección persa”, por ejemplo, consiste en incluir intencionadamente un defecto en las alfombras para recordar que solo Dios es perfecto. En Escandinavia, la Ley de Jante favorece la modestia y desalienta la búsqueda de excepcionalidad individual, priorizando la armonía social.

Algunas culturas reconocen el valor de aceptar las propias limitaciones y ven en la imperfección una forma de sabiduría (Freepik)

Una alternativa: la “psicología de la importancia”

Ante estos riesgos, Flett desarrolló la “psicología de la importancia” (mattering), que propone sustituir la obsesión por la perfección por el sentimiento de ser valioso y esencial para otros. Considera que es algo más que ser querido o pertenecer; implica experimentar que uno es irreemplazable y reconocido en su singularidad. “Las sensaciones de importancia suelen estar arraigadas en que alguien reconozca nuestra singularidad”, explicó a The New Yorker.

Flett sostiene que el perfeccionismo suele surgir como un intento de superar la sensación de insignificancia, pero fracasa porque cada paso hacia la perfección aleja de la auténtica conexión con los demás. Por el contrario, la experiencia de importar a alguien otorga dignidad y sentido y puede ser un antídoto frente a la autoexigencia destructiva.

El propio Flett se orientó hacia esta línea tras atravesar una grave enfermedad que casi le quita la vida. En su recuperación, comprendió la importancia de invertir tiempo en actividades y relaciones con verdadero significado. Desde entonces, publicó numerosos estudios y libros sobre el tema y, en sus conferencias, observa cómo la idea de “importar” conmueve especialmente a cuidadores y profesionales de la salud.

Más allá de la perfección: abrazar la imperfección

En la vida diaria, la percepción de la importancia varía: a veces cruciales, otras pasamos inadvertidos. Esta oscilación puede ser desconcertante, pero invita a dejar atrás la ilusión de que la perfección es imprescindible. Reconocer que todos son importantes, aunque no sean perfectos, permite reconciliarse con la humanidad y acceder a un valor personal que no depende de cumplir estándares imposibles.