El economista Leopoldo Tornarolli está especializado en temas de pobreza, desigualdad y otros aspectos socioeconómicos, como la distribución del ingreso y aspectos del mercado laboral. En una entrevista con LA NACION, analizó la dinámica de la pobreza en el último año y explicó por qué el mercado laboral prácticamente no varió en la última década, pese a las crisis económicas.

–Según los primeros datos preliminares, 2024 terminó con un nivel de pobreza en torno a 38%, por debajo del año anterior, pese al fuerte ajuste fiscal que hizo el Gobierno.

–Son datos bastante precisos. Se esperaba una caída en la pobreza para el segundo semestre, después del pico en el primer semestre de 52,9%, pero sorprendió la magnitud de esa caída. Si bien todavía no tenemos el dato del cuarto trimestre, todo indica que el dato semestral va a estar incluso por debajo del 41,7% del segundo semestre de 2023. Claramente la inflación es el fenómeno que explica en los últimos años la evolución de la pobreza monetaria, que es como se llama la medición de la pobreza argentina, que es por ingresos. Este método es muy sensible a la variación de la inflación. Si el Gobierno lograba desacelerar la inflación, iba a haber una caída en la pobreza. Quizás no se esperaba una caída de esa magnitud.

–¿A qué se debe?

–Lo explicaría por tres cosas. Primero, que el salto en la pobreza no fue tan fuerte a principios de año, en la práctica. Para eso hay que diferenciar la pobreza en sí y el instrumento que usamos para medirla. Estamos tratando de cuantificar ese fenómeno a través de una metodología particular, que quizás exageró la suba de la pobreza a principios de año y también exagera un poco la caída, porque justamente había exagerado la suba. El método de pobreza por ingresos no es particular de la Argentina; también lo usan los países de América Latina. Lo que han empezado a hacer otros países es agregar como complemento la medición multidimensional, pero es un método estándar. Lo que pasa es que en general la mayoría de los países usa ese método dentro de un contexto de mayor estabilidad de precios. Con tanta volatilidad de precios, este método tal vez no captura bien la realidad. Nos da una buena indicación de la dirección, pero quizás no cuantifica exactamente cuánto sube y cuánto baja ese fenómeno.

–¿Qué otras explicaciones hay?

–Dentro de esta medición hay una característica particular que tuvo el proceso de desinflación en la segunda parte del año, a partir de mayo en particular, que es que la inflación que nosotros usamos para medir la pobreza no es exactamente la inflación general, sino que es la inflación que está implícita en la canasta básica alimentaria y en la canasta básica total, que se usan para medir la indigencia y la pobreza, respectivamente. La inflación general mide el consumo promedio de la población total, mientras que las canastas están basadas en los patrones de consumo de un grupo particular de la población, aquellos cuyos ingresos les alcanzan más o menos para llegar a fin de mes. Los precios de los bienes y servicios de estas canastas subieron menos, lo que agrega un par de puntos más a la caída de la pobreza. Por eso no es incompatible que la pobreza haya caído y que aún en el tercer trimestre los indicadores de salarios en términos de poder adquisitivo sigan estando más bajos que el año anterior, porque el poder adquisitivo se mide en general utilizando la inflación general y no los valores de la canasta.

–La canasta básica, por ejemplo, no tiene tanto en cuenta los servicios, que es lo que más aumentó el año pasado.

–En la canasta total, la participación de los alimentos es más alta que en la inflación general. Cualquier otra cosa, incluidos servicios, pesan menos. Además hay una cuestión metodológica. Para conformar esas canastas, el Indec mira los patrones de consumo de esa población de referencia, pero no se actualizan muy seguido, porque es algo que en general va cambiando muy gradualmente. La Argentina ha sido particularmente lenta en la forma en que fue actualizando esos patrones de consumo. Hasta 2016, cuando el Indec recuperó de a poco la credibilidad, retomó la medición de la pobreza con una nueva canasta y actualizó los patrones de consumo a los de 2004 y 2005. Pero hasta 2016 se venían usando los patrones de consumo de 1985 y 1986, que eran muy distintos. Ahora hay datos de 2017y 2018, que es la última encuesta donde el Indec pudo mirar los patrones de consumo, pero todavía no se incorporó eso en las mediciones y se sigue usando los de 2004 y 2005.

–¿Cómo son esos patrones de consumo?

–En los de 2017 y 2018, la importancia que tienen los servicios en los patrones de consumo es bastante más alta que la que tienen actualmente en la medición, porque en esos años se habían reducido también los subsidios a la energía. Ahora todavía se usan patrones de 2004-2005. Entonces, en primer lugar, los más pobres efectivamente consumen menos servicios, porcentualmente, que los que no son pobres. Eso es real en todo momento, porque los más pobres destinan un porcentaje mayor de su presupuesto a alimentos. Y además está la cuestión metodológica: la canasta actual que se usa para medir la pobreza podría tener un componente de servicios más bajo de lo que debería. De cualquier modo, cuando el Indec haga el cambio de consumo, va a usar la misma canasta también para hacer los cálculos hacia atrás, no es que habrá un efecto tan fuerte. Otra cuestión que es muy particular de la Argentina es que no solo hay variaciones muy fuertes en la inflación, sino que además hay cambios muy fuertes en los precios relativos. No es que todo sube por igual, sino que cambian muy fuerte los patrones de consumo de un momento al otro.

–¿Cómo mide la canasta básica total, que se usa para medir la pobreza, los servicios? ¿Tiene en cuenta los alquileres?

–No existe una canasta total que tenga servicios específicos como los alimentos. En la página del Indec uno ve cuáles son exactamente los alimentos que componen la canasta básica alimentaria, como por ejemplo podría ser 120 gramos de pan por día por persona. Pero si uno quiere buscar cuál es el resto de las cosas, no está, porque se usa una metodología que se llama la inversa del coeficiente de Engel, que en realidad mira para ese grupo de referencia el patrón de consumo de alimentos y de no alimentos. Por ejemplo, si el hogar promedio gana $100 y gasta $50 en alimentos y $50 en otras cosas, la canasta total va a ser el doble de la canasta alimentaria, porque ese hogar gasta el doble en total que lo que gasta en alimentos. El problema que tiene la medición en los alquileres no es que no los considera, pero los considera en un promedio. Si la mitad del grupo de referencia no alquila, el valor del alquiler promedio es 50% dividido dos, porque la otra mitad no alquila. El problema que tiene con los alquileres es que luego esa canasta se compara tanto contra hogares que alquilan como contra los que no alquilan.

–¿Qué otro problema tiene la medición?

–La encuesta para saber los ingresos de los hogares se hace solo en zonas urbanas, que obviamente no es representativa de la población total del país. La encuesta no se realiza en ciudades menores de 100.000 habitantes. Inclusive puede ser que respecto al último censo haya ciudades que hayan llegado a ese umbral de 100.000 y todavía no están incorporadas. La otra es que la encuesta cada vez capta menos a los más ricos, porque en general se van alejando de las ciudades, viven en barrios cerrados y salen de la encuesta.

–¿Qué análisis hace de la política de ingresos del Gobierno?

–El Gobierno trató de preservar el poder adquisitivo de los ingresos sociales, inclusive de incrementarlos, tal vez porque era consciente del impacto tan fuerte que iba a tener las medidas iniciales de estabilización y devaluación. Eso tuvo algún impacto, aunque no creo que sea la explicación principal para los números de pobreza. Si vemos los ingresos de los hogares que viven cerca de la línea de la pobreza, los que son menos pobres entre los pobres y los que son más pobres entre los no pobres, siguen teniendo principalmente ingresos laborales. Algunos tienen algún complemento de las transferencias estatales, pero sobre todo son hogares que viven del trabajo. Por lo tanto, el impacto que pueden haber tenido las transferencias estatales en la caída de la pobreza es bajo. Esto no significa, por supuesto, que las transferencias no tengan ningún efecto en el nivel de bienestar de los hogares. En la medición de la indigencia, que es otro grupo de hogares muy diferente, porque son los pobres dentro de los pobres, ahí sí es posible que la caída de la indigencia esté más explicada por las transferencias, por la asignación universal por hijo (AUH) y por la tarjeta Alimentar.

–Se habla de que hay un nivel de pobreza estructural de las últimas décadas que estaría entre 25 y 30% de la población. ¿Qué se necesita para disminuirla?

–Es difícil definir los niveles de pobreza estructural, porque todos hablamos habitualmente del núcleo duro de pobreza, pero es difícil de definirlo. Nosotros en algún trabajo lo pensamos como aquel grupo de hogares que continuaría siendo pobre aun si la economía se recupera. Esto es así porque quizás sus miembros ya estuvieron mucho tiempo fuera del mercado laboral, sin un empleo registrado y se les hace difícil incorporarse a la dinámica económica aun cuando la economía se reactiva. Tienen niveles muy bajos de calificación, quizás en momentos de crisis se desprendieron de activos que les servían a ellos para participar del mercado laboral, como podrían ser herramientas de albañilería o de plomería y ahora no pueden recomprarlas. O son hogares donde hay madres solteras con varios hijos y entonces la mujer no tiene demasiado tiempo para dedicar al mercado laboral. Son hogares que van a seguir dependiendo mucho del Estado, aún si la economía se recupera.

–¿Qué puede hacer el Estado?

–La reactivación de la economía hará que el grupo que haya que apuntalar o asistir sea mucho más bajo del que hay ahora. Va a seguir siendo grande, entre 25 y 30% por varios años, pero ya son menos. Presupuestariamente, significa mucho menos y ya se los puede mirar con más detalle para entender cuál es la problemática que mantiene a ese grupo en la pobreza. Si es una cuestión de empleo, de que son familias numerosas donde hay un solo mayor y muchos niños, si es falta de educación, si es falta de calificación, si son problemáticas relacionadas con la violencia, con las adicciones. Ahí se puede intervenir en forma más específica sobre los diferentes grupos con diferentes políticas. De cualquier modo, para eso se necesita primero crecer, que es una verdad de perogrullo, para absorber a aquellos que son empleables, que tienen capacidad de por sí mismo de generar ingresos autónomos cuando la economía funciona bien.

–¿Cómo ve al mercado laboral?

–En los últimos años, el mercado laboral no está mostrando una dinámica muy diferente. Obviamente, hay un montón de nuevas modalidades de trabajo, ya sea a través de las economías de plataformas o a través de las redes sociales, que han permitido en forma informal que la cantidad de empleo no haya caído. El mercado laboral se ha mantenido relativamente estable en los últimos años, salvo en la pandemia, pero incluso ha crecido a niveles históricamente altos. Aun con una economía en crisis y con caída del producto, no hubo unos saltos en el desempleo tan fuertes como hubo en otros momentos del tiempo.

–¿Cómo se explica eso?

–En primer lugar, porque el impacto del deterioro económico de esa mala performance ha sido la falta de creación de empleo privado registrado, que no cayó muy fuerte, pero no creció, y sobre todo si se lo compara con el crecimiento poblacional. La otra explicación es el deterioro en el poder adquisitivo de los salarios. Si bien los salarios ahora vienen recuperándose, todavía están en un nivel bajo. El mercado laboral ha ajustado a través de salario, a través de precios y no de cantidades. Si hubiera ajustado a través de cantidades, hubiera caído el empleo, pero no cayó porque se volvió relativamente barato.