En la Argentina, el sistema de etiquetado frontal con octógonos negros se implementó a fines de 2021, como parte de una estrategia para advertir a los consumidores sobre el contenido excesivo de azúcares, sodio, grasas saturadas, grasas totales y calorías en los alimentos procesados. Desde entonces, la normativa ha sido modificada para ajustar los criterios de los límites de nutrientes críticos, entre otras incorporaciones. La más reciente actualización, en diciembre de 2024, introdujo un manual de aplicación que cambia los parámetros de cálculo para determinar los excesos.

A cuatro años de su implementación, este sistema busca promover elecciones alimenticias más saludables y educar al consumidor sobre los riesgos asociados a ciertos productos. Sin embargo, persiste el interrogante sobre su verdadera efectividad.

Muchos países han implementado legislaciones de etiquetado para los alimentos envasados. En EE.UU., la Administración de Alimentos y Medicamentos (FDA) está revisando su normativa. Durante los últimos días de la gestión de Joe Biden, se anunció que los alimentos incluirían etiquetas de advertencia en el frente de los envases, similar al sistema de octógonos negros vigente en la Argentina. La medida responde al aumento de los casos de diabetes tipo 2 y enfermedades cardiovasculares.

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¿Qué impacto tiene el etiquetado en la percepción del consumidor? Fernando Arendar, fundador de Nitid Studio y especialista en neuropackaging –una disciplina que aplica la psicología del consumidor y la ciencia del comportamiento al branding–, explica que, aunque existe amplia investigación sobre cómo el etiquetado frontal influye en la aceptación, la comprensión y la intención de compra, casi no se ha explorado su impacto en aspectos como “la percepción del sabor, la calidad y la confianza del consumidor en marcas y productos”.

Con este objetivo, diseñó un experimento en el que un grupo de participantes probó el mismo producto (galletitas con chocolate) en dos versiones de envase diferentes: una con octógonos y otra sin ellos. Los participantes no sabían que estaban degustando el mismo producto ni qué se estaba evaluando. “Quería entender si la presencia de los sellos tenía un impacto en estas dimensiones clave de percepción”, explica Arendar.

Los hallazgos fueron reveladores: aunque las diferencias en la percepción del sabor no fueron estadísticamente significativas, algunos participantes describieron la versión con octógonos como “más mantecosa”, “más dulce” o “con un sabor a endulzante artificial”. En cuanto a la confianza, los consumidores mostraron una preferencia notablemente mayor por la opción con etiquetado frontal. “Esto puede deberse a la familiaridad que ya tienen los consumidores con el sistema de sellos”, concluye Arendar, quien aplica estas teorías al desarrollo de marcas de consumo masivo y comparte regularmente insights sobre la psicología del consumidor y los envases en su perfil de LinkedIn.

Los especialistas advierten que los octógonos pueden generar categorizaciones instantáneas como asociar el sello a lo “no saludable” y, por ende, “más rico” y, en contraposición, a los alimentos sin sello con algo “más aburrido”

Mara Galmarini es licenciada en Tecnología de Alimentos, doctora en Bromatología, docente e investigadora independiente del Conicet. En su experiencia estudiando los alimentos y su percepción, sostiene que, cuando se incluye una advertencia como los octógonos en los alimentos sin el acompañamiento de buena información y educación, esto puede recaer “en sesgos que dañen la relación de las personas con la comida y, en consecuencia, afectar de forma negativa a la alimentación que cada quien necesita, especialmente en los más pequeños”.

Asociación instantánea

Galmarini explica que los octógonos pueden generar, por ejemplo, categorizaciones instantáneas tales como asociar el sello a lo “no saludable” y, por ende, “más rico” y, en contraposición, a los alimentos sin sello con algo “más aburrido”. Se trata de asociaciones que la investigación de Arendar encontró como hallazgos llamativos en la percepción de los consumidores de galletas.

Fernando Arendar:

“En relación al etiquetado frontal”, explica Galmarini, “lo que hay que tener en cuenta es que, al menos como fue concebida la ley en una primera instancia, la presencia o no de un octógono no hace referencia específicamente a la concentración que se tenga de ese ingrediente sino a la proporción de ese ingrediente en relación a otros. Esto hace que se pueda jugar con las concentraciones de los diferentes ingredientes, por ejemplo en los yogures o postres lácteos, donde además de azúcar hay proteína, geles y diferentes tipos de almidones”. Siendo un cociente, si aumentan los otros nutrientes, la proporción de azúcar disminuye. “Sin educación y una reflexión sobre por qué está el sello y qué quiere decir, no se está fomentando una buena relación con la comida”, opina la investigadora, quien comparte habitualmente información científica sobre los alimentos en sus perfiles de Instagram @infoalimentos y @mara.comidologa.

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Más allá de los sellos

¿Existen entonces otros caminos efectivos para mejorar los hábitos alimenticios del consumidor más allá de los sellos? Arendar explica que, para promover hábitos alimentarios saludables, la investigación ha identificado estrategias complementarias al etiquetado frontal, como los empujones o “nudges conductuales”. “Se trata de intervenciones que modifican el entorno para facilitar elecciones más saludables de forma subconsciente. Por ejemplo, reducir el tamaño de las porciones de los alimentos o ubicar opciones saludables en posiciones más accesibles dentro de las góndolas”, detalla.

“Un meta-análisis de 96 experimentos de campo reveló que los nudges conductuales son altamente efectivos, logrando reducir la ingesta calórica diaria hasta en 320 calorías. Esto destaca que modificar el entorno físico, como la disposición de productos o el tamaño de los envases, tiene un impacto mucho mayor que simplemente ofrecer información en el etiquetado frontal”, explica el especialista. Desde su mirada, los octógonos negros son solo una pieza dentro del rompecabezas pero; para avanzar hacia una alimentación más saludable, “es fundamental integrar estrategias que consideren cómo las personas toman decisiones en contextos reales”.