Un drone captó la imagen de las ruinas de edificios residenciales en la ciudad abandonada de Maryinka, destruida durante el conflicto entre Rusia y Ucrania en la región de Donetsk, el 7 de agosto de 2025 (REUTERS/Alexander Ermochenko/Archivo)

La región de Donetsk es, desde hace más de una década, el epicentro de la resistencia ucraniana contra Rusia y, al mismo tiempo, una de las principales obsesiones estratégicas de Moscú. Tras la cumbre de Alaska, donde el presidente ruso Vladimir Putin habría planteado congelar la guerra sobre la línea actual del frente si Kiev acepta entregar Donetsk y Lugansk, el debate volvió a girar sobre el verdadero valor de este territorio. Según fuentes diplomáticas citadas por la agencia AFP, el presidente estadounidense Donald Trump incluso mostró disposición a considerar ese esquema en conversaciones posteriores con líderes europeos, aunque Ucrania lo rechaza de plano al considerar esas provincias “temporalmente ocupadas”.

Rusia controla hoy alrededor del 79% de Donetsk y prácticamente la totalidad de Lugansk, pero la franja occidental de Donetsk sigue en manos de Kiev. Son unos 6.600 kilómetros cuadrados en los que aún viven unas 240.000 personas, concentradas en ciudades como Kramatorsk, Sloviansk, Kostyantynivka o Druzhkivka. Para el gobierno ucraniano, esa zona no solo es un símbolo de resistencia sino también un punto neurálgico de sus defensas. Allí están instalados centros logísticos, puestos de mando y las últimas posiciones fortificadas que desde 2014 se levantaron para frenar el avance ruso en el Donbás.

El Instituto para el Estudio de la Guerra (ISW) ha definido la zona como un “cinturón fortificado” de unos 50 kilómetros, construido a lo largo de once años con trincheras, búnkeres, alambrados, campos minados y obstáculos antitanque. Se trata de una de las defensas más sólidas que Ucrania ha conseguido consolidar en toda la línea de combate, y para muchos analistas representa una muralla que Rusia difícilmente pueda superar en el corto plazo. El propio ISW estima que conquistar completamente la región, especialmente en dirección a la estratégica Pokrovsk, podría llevarle al ejército ruso varios años.

La geografía añade un factor crucial. El investigador Nick Reynolds, del Royal United Services Institute británico, explicó a la cadena BBC que el control de elevaciones como la ciudad Chasiv Yar ha sido fundamental para sostener la línea defensiva ucraniana. Sin embargo, advierte que, en general, el relieve favorece más a Rusia: la ciudad de Donetsk se asienta en una meseta que domina la zona, lo que le otorga a Moscú mejores condiciones para observar, coordinar artillería y desplegar drones. Esta ventaja topográfica convierte cualquier repliegue ucraniano en una tarea aún más arriesgada, porque cuanto más retroceda Kiev hacia el oeste, más vulnerable quedará a la supervisión y el fuego enemigo.

La importancia de Donetsk no se limita a lo militar. El Donbás es un territorio de fuerte peso simbólico e histórico en la narrativa del Kremlin, que desde 2014 lo presenta como un espacio “naturalmente ruso” por su composición demográfica y lingüística. Esa idea fue la base del levantamiento separatista impulsado por Moscú hace más de diez años y también del anuncio de anexión realizado en septiembre de 2022, cuando Rusia proclamó haber incorporado Donetsk, Lugansk, Kherson y Zaporizhzhia, pese al rechazo internacional.

Los combates en Donetsk han sido algunos de los más sangrientos de toda la guerra: Mariupol quedó prácticamente destruida tras meses de asedio; Bakhmut se convirtió en un símbolo de desgaste con miles de bajas en ambos bandos; Avdiivka cayó después de intensas batallas urbanas. Cada ciudad de la región parece condensar la ferocidad del conflicto y, al mismo tiempo, refuerza la percepción de que Donetsk es el corazón militar del este.

Para Rusia, culminar la conquista del Donbás significaría consolidar la narrativa de la “liberación” de sus territorios más codiciados y evitar el costo político y humano de nuevas ofensivas prolongadas. Para Ucrania, perder esa franja occidental sería una catástrofe estratégica: no solo implicaría ceder un territorio fuertemente defendido, sino también abrir un corredor hacia el centro del país y provocar un nuevo desplazamiento masivo de civiles.

Un soldado de la 82.ª Brigada Aerotransportada Independiente de las Fuerzas Armadas de Ucrania dispara un obús D-30 contra las tropas rusas en una línea del frente en la región de Donetsk, Ucrania, el 5 de agosto de 2025 (REUTERS/Oleksandr Ratushniak/Archivo)

A diferencia de otras regiones, como Kherson o Zaporizhzhia, donde las líneas se han mantenido más estables, en Donetsk los combates continúan con intensidad porque allí se juega una parte decisiva de la resistencia. Por eso, las sugerencias de que Kiev acepte entregar la región como parte de un eventual alto el fuego generan un rechazo rotundo. El presidente ucraniano Volodimir Zelensky lo expresó sin rodeos: cualquier concesión en el Donbás se transformaría en una plataforma para futuras ofensivas rusas, y aceptar ese intercambio sería hipotecar la supervivencia del Estado ucraniano.

La pregunta de por qué Donetsk importa tanto para Ucrania tiene varias respuestas: es un baluarte defensivo construido con años de esfuerzo, es un territorio cuya geografía puede inclinar el curso de la guerra, es un símbolo de resistencia nacional y, al mismo tiempo, el botín más codiciado para Moscú. En ese cruce entre lo militar, lo político y lo simbólico se explica por qué Donetsk sigue siendo la pieza más difícil de negociar en cualquier intento de paz.

(Con información de AFP)