Es raro que la presentación de un libro, en una librería coqueta de Palermo, termine con los asistentes de pie, con el puño izquierdo en alto y gritando el nombre del autor. Pero así fue: entre las mesas de la librería Dain, una voz gritó “¡Diego Rojas!» y las cincuenta, sesenta personas que habían ido al lanzamiento de su novela Los días de la zona respondieron: “Presente”.
Y es que, claro, el periodista Diego Rojas, el escritor Diego Rojas -el autor de libros como ¿Quién mató a Mariano Ferreyra?, La izquierda o El kirchnerismo feudal, el colaborador de Infobae, el hombre que andaba por los bares, el militante trotskista, el amigo de muchos amigos-, Diego Rojas no estaba presente, salvo en dos hermosas fotos en una mesita, sobre el escenario. Porque Diego Rojas murió el 13 de mayo del año pasado, a los 47 años. Dejó, recién terminada, una novela, que fechó: «Hospital Alemán, mayo de 2024″.
Desde allí le dejó su novela a su amiga, la profesora Elsa Drucaroff, para que la editara. Ella abrió, este martes, la presentación de la novela, en la que participó junto a la escritora Claudia Piñeiro y los periodistas Martín Sivak y Olga Viglieca. Entre todos hicieron una presentación intelectual, íntima y política. Lo que Rojas merecía.
Los días de la zona transcurre en una Argentina donde, de hecho, la dictadura parece no haber terminado, aunque siga por otros medios. Gobierna la ultraderecha, hay clima de opresión y se ha decidido “desbolivianizar” el país. Pero los inmigrantes bolivianos, que viven en una especie de ghetto con checkpoints y todo, se organizan y se rebelan. Habrá mucha violencia, mucha, de ambos lados: Rojas no vuelve santos a los que se están levantando y eso -ya lo dirán los presentadores- tiene que ver con su formación y con las muchas preguntas que se hizo sobre una revolución que defendió en todas las arenas.
“Voy a decir una palabra jugada: es hermoso estar acá”, arrancó Drucaroff, ante un público que ya contenía las lágrimas. Contó que Rojas le dio la novela recién terminada y “tenía un ritmo y un trabajo con el suspenso y con la intriga magníficos y que trabajaba muy fuertemente con el thriller negro. En una Buenos Aires extrañísima, una Buenos Aires totalmente reconocible por un lado y totalmente irreconocible por el otro. Una Buenos Aires que es una especie de cementerio en vida, donde los bares están cerrados, donde la noche está vacía, donde por el Parque Centenario a las diez de la noche no camina un alma. Una Buenos Aires de dictadura”.
Drucaroff habló también de algunas claves políticas de Los días de la zona: “La novela de Diego no está tan segura como las bajadas de línea de sus personajes. Y yo creo que eso la vuelve notable. Está absolutamente seguro quiénes son los oprimidos y quiénes son los opresores, quién comenzó y es responsable de la horrorosa violencia que se desata. De eso, en principio, no hay duda. El problema es que no está tan claro qué es lo que está bien y qué es lo que está mal y qué se puede hacer en nombre de la política revolucionaria. Y ahí la novela se mueve en un borde que es fascinante porque es implacable, porque no es condescendiente con nada, ni con la derecha ni con la izquierda, ni con la guerrilla ni con la atroz represión. La guerrilla también hace acá cosas atroces, atroces de verdad. Es enormemente incómoda la novela”.
Drucaroff agregó que le llegó a decir a Diego lo que le gustaba de la novela: “cómo utilizaba la ficción para hacerse preguntas revolucionarias de verdad y de una audacia notable”. Y concluyó: “Para eso sirve la literatura y yo lo festejo”.
Olga Viglieca arrancó con una bronca: “Es un escándalo que Diego Rojas no esté acá. Es una injusticia feroz que vamos a tratar de capear como podamos”. Y habló del silencio, el silencio enorme que dejó la muerte de alguien presente en las redes, en los medios y en los teléfonos de sus amigos a cualquier hora. “Cuando, sobre el final de la novela, el protagonista presencia la muerte de su amiga, dice: ‘Nunca más me iba a hablar’. Y esa ha sido una constatación terrible. Diego nunca más nos iba a hablar. Pero Diego nos dejó un bonus track, la continuidad de su palabra, la ruptura de ese silencio, es la novela. Porque en la novela está la voz de Diego en su alter ego, el protagonista. Es una voz inconfundible y es una restitución de su, su presencia, de alguna manera”.
En el libro, dijo Viglieca, ese alter ego mezcla, como Rojas, “ferocidad e inocencia”. Y “muchas veces el protagonista se pregunta si esa revolución es una revolución que él pueda tolerar. Eso no se lo pregunta a Diego por primera vez, también se lo preguntó Sergei Esenin, y nadie diría que Esenin no fue un bolchevique”.
La periodista señaló que “el personaje es un temeroso y es un torpe, le da miedo bajar por las escaleras, en una oportunidad se cae incluso, atemorizado por lo que está haciendo. Diego era un temeroso y también fue el tipo que se sentó enfrente de la bestia que determinó el asesinato de Mariano Ferreyra y, en una entrevista que debería estar en las escuelas de periodismo, lo fue llevando, llevando, hasta que esas respuestas se convirtieron en un argumento basal de la condena a Pedraza”.
Con todos sus cuestionamientos, dijo Viglieca, en la novela Rojas dejó clara su posición: “Cuando él tiene que nombrar a una organización revolucionaria, dice ‘Los Wermus’. Como mucha gente sabe, Wermus es el nombre de origen de Jorge Altamira. Hay una adscripción política tajante para que no haya dudas respecto de dónde está parado, aunque se permita reflexionar y pensar, en las mejores tradiciones del trotskismo».
Finalmente, la autora de Las obreras que voltearon al zar mostró otro costado de la novela de Rojas: “El rescate de los orígenes, el rescate de la sintaxis, del español del pueblo boliviano, donde ahí aparece un Diego que no es un Diego muy conocido por nosotros, pero que demuestra hasta dónde está enraizado en el origen de sus padres, hasta donde él reconoce una pertenencia».
Claudia Piñeiro sacó una hoja. Dijo que ella no suele leer pero esta vez… mejor tener la intervención escrita. “Leer Los días de la zona es una forma de volver a hablar con Diego», sostuvo. Y contó que, con un grupo de amigos, todavía tienen un chat que se llama “Rojas Pibe Trosko”. Y que “en ese chat, muy a menudo, cuando nos enfrentamos a situaciones de esta increíble realidad que nos toca vivir a diario, nos preguntamos: ‘¿Qué diría Diego acerca de esto?’ Y cada uno ensaya una versión de Diego, así presente sigue Diego en nuestros días, en nuestras vidas“.
Sobre la novela, Piñeiro agregó: “El periodista, Ariel Schraiber, se arriesga a transmitir información prohibida, algo que Diego hacía también”. También, dijo, “hay un líder indígena que organiza un ejército, cholas que luchan con polleras, trenzas y sombrero… En definitiva, un pueblo que se niega a ser borrado de la historia. Frente a ellos, una ultraderecha con nombres y discursos que resuenan demasiado familiares“.
Los días de la zona es, dijo la autora de Las maldiciones, “perturbadora, entretenida, política, violenta, por momentos graciosa, con ese humor ácido tan de Diego y hasta tierna”. Y aludió a la sintaxis boliviana: “Dice, por ejemplo: ‘En paz estamos con ustedes’, ‘Quieto vas a estar, joven’, ‘Tranquilo también’. Nosotros diríamos ‘vas a estar tranquilo’. Y eso se sostiene durante toda la novela”. No se trata de un toque de color, dice Piñeiro. “Es una reivindicación del habla de Bolivia, un acto de resistencia cultural”.
Porque, sostuvo, Los días de la zona nos llama a no olvidar que la xenofobia, el autoritarismo y el fascismo no son ficciones lejanas, sino peligros muy vigentes“.
Martín Sivak arrancó agradeciendo el honor de ser parte de esa mesa y dio una interpretación: “Mi primera reacción fue leerla como una novela insurreccional, una novela insurreccional con la ironía de Diego. ¿En qué consiste esa ironía? En que esta novela insurreccional está escrita por un escritor trotskista pero su sujeto de cambio no son los obreros fabriles, no son los mineros, que han sido el gran foco de interés del trotskismo en Bolivia, y no solamente en Bolivia, sino empobrecidos migrantes aimaras en Argentina». “Es un enorme y significativo homenaje a las tradiciones de la izquierda radical latinoamericana: la del trotskismo, la del indigenismo. Y Diego encuentra una manera no solemne de traerlos a la novela”.
Sivak señaló, también, que en el líder de la revuelta en la novela, el “Mallku”, resuena Felipe Quispe, que “fue el proyecto más radical de ese indigenismo en los últimos treinta años”. Quispe, dijo, “organizó un grupo guerrillero, el GTK, en el que estaba Álvaro García Linera, que es más conocido en Argentina porque después fue el vicepresidente de Evo Morales”.
Una vez, contó el periodista, se entrevistó con Quispe-que hablaba de organizar un “Ministerio de Asuntos Blancos”- y le preguntó qué haría con los blancos en su proyecto. “‘Si estás preocupado por vos, va a haber una zona para blancos en La Paz, va a haber una zona donde los blancos van a estar por un lado, y nosotros los indígenas que somos mayoría’, me dijo. ‘Como creo que me caés bien, vas a poder pasar cada tanto’” .
El público -entre quienes había periodistas, editores, la familia de Rojas, Jorge Altamira– se ríe. Sivak señala: “el final tan pero tan hermoso, no es un final de derrota. Porque cuando alguien se va a morir, supuestamente es el momento para evocar con nostalgia lo que sucedió en su vida, los momentos lindos o los momentos tristes. Diego eligió terminar su novela sin nostalgia del pasado y les dice a sus interlocutores: ‘Hay una revolución, ¿qué es lo que puedo hacer?’. Es un hombre que muere diciendo: ‘Quiero una revolución’“.
En el mismo sentido, Sivak habló de Rojas como periodista. Era diferente, dijo, porque “ Diego no quería controlar al poder, Diego quería cambiar el mundo”.
Entonces, sí. Bandeja, copas, brindis. Y la voz de una mujer que grita: “¡Diego Rojas!“, ”¡Presente!»