El 8 de mayo es la fiesta de Nuestra Señora de Luján, patrona de Argentina. La imagen de la Virgen de Luján es una pequeña escultura de 38 centímetros de altura, realizada en terracota (arcilla cocida) en el Valle de Paraíba, en San Pablo, Brasil, una región conocida en el siglo XVII por su producción de esculturas religiosas.
La imagen representa a la Inmaculada Concepción de María, que simboliza la pureza de la Virgen, concebida sin pecado original. La figura muestra a María de pie, con las manos unidas en oración en el pecho y sobre un nimbo de nubes del que emergen cuatro cabezas de ángeles. A ambos lados de la imagen se asoman las puntas de una luna en cuarto creciente, un símbolo tradicional de la Inmaculada Concepción que remite a la iconografía del Apocalipsis (12:1), donde se describe a una mujer “vestida del sol, con la luna bajo sus pies”. La imagen gemela de la virgen de Luján podría ser la de Nuestra Señora aparecida, patrona del Brasil, la similitud entre ambas es más que notoria.
La imagen original de la Virgen
Originalmente, la imagen estaba policromada: su manto era azul, salpicado de estrellas blancas, y su túnica era de un tono encarnado (rojizo). Sin embargo, con el paso del tiempo, los colores originales se desvanecieron debido al deterioro natural de la terracota y a la exposición a los elementos durante los primeros años de su veneración.
El historiador Juan Guillermo Durán, en su obra De la frontera a la Villa de Luján – Los comienzos de la gran Basílica, describe la imagen como “una figura humilde, pero cargada de simbolismo, que refleja la devoción sencilla de los primeros pobladores del Río de la Plata”. Durán destaca que, a pesar de su tamaño modesto, la imagen tiene una presencia que inspira reverencia, lo que explica su rápida aceptación entre los fieles.
La Virgen de Luján es conocida también como la “Virgen Gaucha”, apodo que refleja tanto el color oscuro de la terracota como su conexión con la vida rural de la pampa argentina. Su rostro de rasgos serenos y delicados y su simplicidad contrasta con la majestuosidad de la Basílica de Luján, construida en su honor a finales del siglo XIX y principios del XX.
Jorge María Salvaire, sacerdote lazarista francés, desempeñó un papel crucial en la difusión del culto a la Virgen de Luján y en la preservación de su imagen. En 1904, el entonces Obispo de La Plata, Juan Nepomuceno Terrero, ordenó que la imagen fuera recubierta con una coraza de plata para protegerla del deterioro. Esta decisión fue ejecutada bajo la supervisión del Padre Salvaire, quien había dedicado gran parte de su vida a la Virgen tras un episodio que marcó su vocación. En 1872, mientras evangelizaba en las tolderías indígenas de la provincia de Buenos Aires, fue capturado y estuvo a punto de ser ejecutado. Según la tradición, Salvaire rezó a la Virgen de Luján y prometió dedicar su vida a su culto si sobrevivía. Milagrosamente, fue liberado por intervención de Bernardo, hermano del cacique Namuncurá, quien lo reconoció y lo protegió.
El motivo principal para encerrar la imagen en un cofre de plata fue su fragilidad. La terracota, un material poroso y susceptible a la humedad, había comenzado a desintegrarse tras más de dos siglos de exposición. Además, la imagen había sido manipulada frecuentemente durante procesiones y traslados, lo que aceleró su desgaste. Salvaire, consciente de la importancia histórica y espiritual de la figura, buscó preservarla para las generaciones futuras.
La coraza de plata, diseñada para cubrir todo el cuerpo excepto el rostro y las manos, no solo protege la imagen, y le confiere un aspecto más solemne. Antes de aplicar la cubierta, se tomaron moldes de la imagen para permitir su reproducción auténtica, un detalle que el historiador Maqueda menciona en sus registros: “La decisión de Salvaire no solo salvó la imagen de la destrucción y permitió que su forma original se conservara en réplicas que hoy se veneran en todo el mundo”.
El Padre Salvaire también ornamentó la imagen con una rayera gótica en 1887, que lleva inscrita la frase: “Es la Virgen de Luján, la primera fundadora de esta villa”, tomada de un documento de 1755 que elevaba a Luján a la categoría de villa. Además, le añadió una aureola de doce estrellas, simbolizando la perfección y la realeza de María, y una corona imperial bendecida por el Papa León XIII durante la coronación canónica de la imagen el 8 de mayo de 1887.
Los cambios en la vestimenta
Las vestimentas de la Virgen de Luján evolucionaron a lo largo de los siglos, reflejando tanto la devoción de los fieles como las tradiciones litúrgicas. En sus primeros años, la imagen no llevaba vestimentas adicionales, ya que su policromía original simulaba un manto y una túnica. Sin embargo, a partir de 1681, según registros del historiador Maqueda, se comenzó a venerar la imagen con vestimentas de tela, una práctica común en la iconografía mariana para resaltar la dignidad de la Virgen. En 1737, el Padre De Los Ríos estableció que el vestuario de la Virgen debía renovarse cada tres meses. Hoy el cambio del vestuario de la Virgen se realiza una vez al año.
Actualmente, la Virgen de Luján es vestida con un manto blanco y una túnica celeste, colores típicos de la Inmaculada Concepción. El manto suele estar bordado con hilos de oro y decorado con estrellas, en alusión a su advocación y el diseño va cambien de año en año de acuerdo a algún evento de importancia que se celebrará en el año, como ser un jubileo o una fiesta importante.
El viaje de la Virgen
La Virgen de Luján no viajó sola desde Brasil en 1630. Junto a ella, en la misma carreta, venía otra imagen destinada a la estancia de Antonio Farías de Sá en Sumampa, en la actual provincia de Santiago del Estero. Esta segunda imagen, que representa a María con el Niño Jesús en brazos, llegó a su destino y se convirtió en la Virgen de la Consolación de Sumampa, una advocación venerada en el centro y norte argentino.
La historia comienza con el encargo de Farías de Sá, un hacendado portugués que residía en la región de Córdoba del Tucumán, entonces parte del Virreinato del Río de la Plata. Quería una imagen de la Inmaculada Concepción para su capilla en Sumampa, pero su amigo en Pernambuco, Brasil, le envió dos imágenes: una de la Inmaculada Concepción (la futura Virgen de Luján) y otra de la Maternidad de la Virgen. Ambas fueron colocadas en cajones y transportadas en una carreta desde el puerto de Buenos Aires. Sin embargo, al llegar a la actual localidad de Zelaya (Municipio de Pilar) en un paraje conocido como “Árbol Solo”, la carreta se detuvo inexplicablemente. Los troperos, tras varios intentos fallidos, descubrieron que la carreta solo se movía al retirar el cajón con la imagen de la Inmaculada Concepción, un hecho que los fieles interpretaron como un signo divino de que la Virgen deseaba quedarse allí.
La segunda imagen continuó su viaje hasta Sumampa, donde fue recibida por Farías de Sá. En 1670, se le construyó un templo, y la imagen fue venerada bajo la advocación de Nuestra Señora de la Consolación de Sumampa. Aunque menos conocida que la Virgen de Luján, esta advocación tiene una profunda importancia en Santiago del Estero, donde se la considera protectora de los pobladores y un símbolo de consuelo en tiempos de dificultad. El historiador Federico Suárez señala en sus escritos: “La Virgen de Sumampa, aunque eclipsada por la fama de su compañera de viaje, representa un vínculo directo con las intenciones originales de Farías de Sá y con la devoción mariana del interior del Virreinato”.
La festividad de la Virgen de Luján se celebra el 8 de mayo, una fecha que conmemora la coronación canónica de la imagen en 1887, un evento impulsado por el Padre Salvaire y aprobado por el Papa León XIII. Este acto consolidó a la Virgen como patrona de Argentina, Uruguay y Paraguay, y marcó un hito en su devoción. La coronación fue un reconocimiento oficial de la Iglesia a la importancia de la Virgen de Luján en la vida espiritual de la región, y el Papa León XIII estableció un Oficio y una Misa propios para su festividad, fijándola en el sábado anterior al cuarto domingo después de Pascua, que suele coincidir con el 8 de mayo.
La elección de esta fecha tiene una conexión simbólica con la cueva de Gargano, en Italia, un lugar sagrado asociado a la aparición de San Miguel Arcángel. El 8 de mayo es también el día en que la Iglesia celebra la aparición de San Miguel en el Monte Gargano, un evento que data del siglo V y que marcó el inicio de una devoción que se extendió por toda Europa. La cueva de Gargano, ubicada en la región de Apulia, se convirtió en un importante centro de peregrinación, y la fecha del 8 de mayo quedó asociada a la protección divina y a los milagros.
La relación entre la festividad de la Virgen de Luján y la cueva de Gargano radica en el simbolismo de la protección y la intercesión divina. San Miguel Arcángel es considerado un protector contra el mal, y su aparición en Gargano fue interpretada como un signo de la presencia de Dios en los lugares más humildes. De manera similar, la Virgen de Luján eligió quedarse en un paraje remoto a orillas del río Luján, un lugar humilde en medio de la pampa argentina, para proteger a los pobladores y convertirse en un faro de fe. Como se dijo una vez: “La Virgen de Luján, al igual que San Miguel en Gargano, representa la irrupción de lo divino en lo cotidiano, un recordatorio de que Dios elige a los pequeños para manifestar su grandeza”.
La Virgen de Luján, con su imagen sencilla de terracota, ha sido durante casi cuatro siglos un símbolo de fe, unidad y protección para los argentinos. Su descripción, con un manto azul estrellado y una túnica encarnada, refleja la iconografía tradicional de la Inmaculada Concepción, mientras que la coraza de plata ordenada por el Padre Salvaire la preserva como un tesoro de la devoción popular. Sus vestimentas, renovadas periódicamente, son un testimonio de la reverencia de los fieles, y su relación con la Virgen de la Consolación de Sumampa nos recuerda el origen compartido de estas dos advocaciones marianas.
La celebración del 8 de mayo, que conmemora su coronación canónica, tiene un eco simbólico en la cueva de Gargano, uniendo la devoción a la Virgen de Luján con una tradición milenaria de protección divina. Su Basílica, un monumento de estilo neogótico, sigue siendo un faro para millones de peregrinos que, cada año, acuden a ella en busca de consuelo y renovación espiritual.