Para recorrer Colombia no hace falta mucho. La familia Valderrama-Casallas, un matrimonio colombiano con dos hijos de 10 y 13 años, lo hace sin apenas dinero, pertenencias o ataduras. Muchas noches duermen bajo carpas en páramos, llanos y montañas, limitan coger transporte y comen gracias a la caridad o con fondos recaudados a su paso.

Puede que a muchos esto les suena a aventura. A otros, en un país marcado por décadas de violencia, crimen y conflicto, una temeridad. Para esta familia es un sueño. “Nos enriquecimos. Conocimos realidades y personas en las que jamás pensamos y nuestros hijos maduraron enormemente”, me cuenta Óscar Valderrama desde el patio de su casa en el departamento de Cundinamarca.

Desde el 1 de enero de 2022, esta familia lo dejó prácticamente todo para recorrer departamento a departamento de Colombia. Sacaron temporalmente a sus hijos del colegio, vendieron lo inutilizado, ignoraron las limitaciones de su presupuesto y emprendieron la marcha. “Tras la pandemia surgieron inquietudes. Pensamos que era una oportunidad para conocer juntos nuestro país en los últimos años de niñez de nuestros hijos”, dice Óscar. Fue el comienzo de un viaje que acumula más de tres años y en él aprendieron lecciones desconocidas para millones de colombianos y visitantes extranjeros.

Por qué lo dejaron todo

La vereda donde viven los Valderrama-Casallas queda a una hora y media caminando de Fómeque, un pueblo cundinamarqués a unos 55 kilómetros al oriente de la capital Bogotá. Allí viven alrededor de 12.000 personas. Como muchos habitantes del campo colombiano, esta familia vive relativamente aislada de un centro urbano con servicios suficientes.

Matías y Gabriel, los niños, estudian en una pequeña escuela rural donde una única profesora enseña a entre 15 y 27 alumnos de varias edades y niveles. Hasta hace poco ni contaba con Internet y, si lo instalaron, fue gracias a las gestiones que el matrimonio de Óscar Valderrama, licenciado en educación física, y Yaqueline Casallas, ingeniera industrial, realizan para mejorar la educación de sus hijos y compañeros.

Hay una brecha grande entre la educación rural y urbana en Colombia. Aquí intentamos reducirla tocando muchas puertas: las de proveedores de red, universidades e instituciones para que manden estudiantes de arte y ciencia, por ejemplo, a hacer pasantías a la escuelita de la vereda”, relata Óscar.

En 2023, el Laboratorio de Economía de la Educación de la Pontificia Universidad Javeriana expuso algunas cifras sobre la disparidad educativa en Colombia.

A pesar de la brecha campo-ciudad, varias escuelas rurales en Colombia ganan reconocimientos en, por ejemplo, sostenibilidad y conciencia ambiental

Hubo varios datos alarmantes, como que casi el 80% de las escuelas rurales no tiene acceso a Internet. O que, en 2022, el 90,8% de la población rural de 15 años sabía leer y escribir, frente al 97,3% en las zonas urbanas de la misma edad.

Es un panorama que de algún modo también alimentó el plan de los Valderrama de dejarlo todo y educar a sus hijos recorriendo Colombia en vez de en el salón de clases durante una temporada.

Dice Yaqueline que desecharon todo lo innecesario y evitaron pensar en el dinero. “Si pensábamos en el presupuesto no hacíamos el viaje porque no tenemos mucho. Óscar y yo somos trabajadores independientes, sin ataduras. Viajamos ligeros: mochilas, carpa, libros y…¡Juguetes, pero solo unos pocos!“, interrumpe el adolescente Matías.

Descubrir Colombia

La familia primero viajó hacia las veredas y territorios cerca de casa. Querían probar; ver cuánto necesitaban realmente para la travesía y si se adaptaban bien a esa nueva realidad nómada que ansiaban explorar. Acabaron desprendiéndose de más pertenencias. “Entonces nos desplazamos hacia Santa Marta, en la Sierra Nevada, donde vive un amigo de papá. Allí comenzó la primera temporada del viaje”, cuenta Matías.

Matías y Gabriel, de 13 y 10 años respectivamente, han aprendido habilidades como la de cuidar el ganado o montar a caballo durante sus viajes

Los viajeros dividen sus recorridos por temporada. Acumulan dos y ahora descansan esperando por la tercera. Aguardan hasta que se calme la inseguridad que azota a algunos de los departamentos que desconocen, como Arauca, Norte de Santander, Chocó, Vaupés o Caquetá. Ya recorrieron 27 de los 32 departamentos de Colombia.

“Los que más me gustaron fueron Antioquia por su naturaleza y todas las aves que vimos. Nariño por la amabilidad de la gente y Casanare porque yo jamás había visto una sabana tan grande o montado tanto tiempo a caballo”, recuerda Matías. “Le gustó tanto la Orinoquía que se aprendió varios poemas llaneros de memoria que recita con mucho respeto”, revela Óscar sobre su hijo mayor.

La familia completa su misión con bajo presupuesto. Pernoctan la mayoría de noches bajo su carpa y comen en plazas de mercado, unos centros de ventas de alimentos frescos, humildes fondas y otras tiendas misceláneas donde convergen colombianos de todos los estratos por la calidad y moderación de precios.

En su cuenta de Instagram @losvalderramaviajeros esta familia muestra su viaje, como la carpa en la que duermen la mayoría de noches

Otros días se alojan en casas de huéspedes solidarios o pagan por hoteles modestos. “Recaudamos fondos por el camino de distintas formas. Hacemos y vendemos pulseras, los niños cantan y tocan la guitarra por unos miles de pesos y Matías, aficionado a fotografiar aves, vendió varias imágenes por más de 100.000 pesos”, dice Yaqueline.

El constante trato con desconocidos supone descubrir una Colombia desconocida para esta familia y una educación complementaria para los niños. “Extraño a mis compañeros de clase, pero viajando tenemos más libertad, aprendemos con la experiencia, conociendo culturas, personas que nos brindan sus casas, muy amables, que a veces tienen poco, pero dan mucho”, comenta Gabriel, el más pequeño de la familia.

Lecciones de un país inabarcable

En 2024, Colombia rompió su récord histórico de visitantes no residentes con casi siete millones. Es una cifra reveladora para un país que, a pesar de la inseguridad y los estigmas, de a poco parece mostrar otra cara al mundo. También a los propios colombianos.

La exuberancia y diversidad de la geografía colombiana es un reto para el desarrollo del país, a la vez que un atractivo turístico y una abundante fuente de recursos

“Mi madre entró en pánico cuando fuimos al Cauca porque en los noticieros solo se habla de esa región cuando pasa algo malo, inseguro. A nosotros nos pareció una maravilla y conocimos de cerca cómo muchos campesinos se ganan la vida con la hoja de coca sin que implique un vínculo con el narcotráfico o la violencia, como uno normalmente piensa”, analiza Yaqueline.

Tras la firma del acuerdo de paz entre las Farc y el gobierno en 2016, más colombianos se aventuran a conocer otros rincones de este país casi inabarcable, abierto a dos océanos y atravesado por cordilleras, ríos, desiertos, sabanas, selvas y valles. Muchas zonas antes inaccesibles por el conflicto y problemas de infraestructura se abren de a poco a los visitantes, quienes descubren realidades dispares al imaginario.

Es una de las lecciones sobre su país que sacan los Valderrama-Casallas. “Confirmamos que es un país muy diverso; en personas, paisajes, especies, etnias indígenas con realidades distintas. Diría que estos viajes nos hicieron más prudentes al generalizar cuando uno habla desde aquí, el centro del país, más moderno, desarrollado y comunicado”, reflexiona Óscar.

Para los padres de los niños, uno de los mayores valores del viaje es el contacto que tienen con sus hijos con distintas etnias indígenas

Presenciaron cómo, por ejemplo, los habitantes de Leticia y Puerto Nariño, en la amazonía colombiana, pagan más por los productos y se transportan horas a través de ríos por el aislamiento y la falta de carretaras. O las dificultades con la electricidad que tiene Puerto Carreño, en los Llanos Orientales, dependiente de la energía venezolana. “Estas diferencias regionales nos revelan cómo es Colombia. Hay que ser muy cautelosos a la hora de opinar o generalizar. Ni todo es conflicto ni todo es lo que pasa en las grandes ciudades”.

La familia recauda fondos durante el viaje cantando y tocando instrumentos

“Son otros niños”

Óscar y Yaqueline no tienen intención de promover una educación alternativa para sus hijos, que combinan estos viajes con clases virtuales y realizan exámenes para validar su progreso con las lecciones presenciales que se pierden. También reconocen que, aunque viajen con poco presupuesto, su aventura no está al alcance de muchos colombianos que viven con mayor precariedad o que no tienen el tiempo y condiciones para hacerlo.

Los niños se lo toman como una forma de afincar el aprendizaje. “No es lo mismo que te den la historia de Colombia en clase a que te la cuenten sus propios personajes o estudiar la geografía y biología que recorrerla y apreciarla con tus propios ojos”, dice Matías.

Los niños Valderrama crecieron física y espiritualmente recorriendo todo Colombia

Los padres cuentan que los niños maduraron y crecieron en este tiempo como nunca imaginaron. Son otros. “Testigos de la abundancia y la escasez. Valoran las diferencias, las aceptan. Dialogan con cualquiera. Maduran y sopesan sus opiniones. Saben ser felices, haya mucho o poco en la alacena”, coinciden los adultos.

La familia espera reemprender su viaje el próximo mes de junio, ese que realizan con mochilas casi vacías de objetos, pero llenas de sueños y curiosidades.

*Por José Carlos Cueto