No es algo nuevo, pero cada vez se propaga más. Algunos jugadores ni siquiera habían pisado las islas británicas hasta que recibieron las propuestas. ¿Cómo empezó? Tal vez con la intención de alguna nación de reforzar algún puesto débil por la falta de buenos exponentes en alguna camada. Pero si la norma lo permite, lo que era una excepción pasa a ser la regla. La expresión “Project player” fue definida por el sistema irlandés de captación de talentos “extranjeros”. Primero fueron uno o dos. Ahora son decenas de jugadores. Tanto que los más conservadores amantes del Seis Naciones, el torneo más tradicional del rugby mundial dicen que la competencia se desvirtuó. Que así las cosas no tienen sentido. Las naciones señaladas en este momento son dos: Escocia e Irlanda.
“Si querés iniciar un debate acalorado en un bar, sacá el tema del Project players y observá cómo se desata una masacre”, escribió Rory Keane en el portal irlandés Extra.ie.
Todo es legal. Pero eso no significa que deje conformes a los simpatizantes del rugby. Y no se trata de la simple nacionalización de “fronteras flexibles” entre Escocia e Inglaterra, por ejemplo. Aquí se apunta, específicamente a los cracks del hemisferio Sur. Los Springboks, los Wallabies y los All Blacks tienen jugadores de sobra. Y la tentación es enorme para todas las partes.
Ganan los rugbiers que no tienen posibilidades de integrar los seleccionados de Sudáfrica, Australia o Nueva Zelanda, que encuentran una oportunidad para ingresar en un certamen de jerarquía y sumar ingresos valiosos.
Ganan también los seleccionados del Seis Naciones, que consiguen robustecer sus planteles y se vuelven cada vez más competitivos.
Las reglamentaciones que permiten esta migración masiva son dos:
- Regla de residencia: un rugbier que vive cinco años de manera consecutiva en un nuevo país puede representar al seleccionado de su nueva nación.
- Los jugadores “internacionales” que no juegan para su selección durante tres años, pueden cambiar de nacionalidad por única vez en la vida y jugar para otro país. Para poder hacerlo deben tener pasaporte del nuevo país.
Como las nuevas disposiciones están vigentes desde hace cuatro años, es en este momento en el que la ventana temporal permite ver los resultados de aquella búsqueda sistemática. Entre los que ya estaban y los que se sumaron, el crecimiento es exponencial.
Los refuerzos escoceses
Pierre Schoeman llegó a Escocia como pilar izquierdo para jugar en Edimburgo. Había representado a los Juniors Springboks y no tiene raíces británicas. La regla de residencia en 2021 lo benefició con menos de cinco años para convertirse en jugador del Cardo (en ese momento eran tres).
El tercera línea Jack Dempsey hasta jugó un Mundial con Australia, en 2019, y es uno de los jugadores más distinguidos entre los que tomaron ventaja de esta nueva modalidad.
Alexander Masibaka nació en Perth, Australia, juega en Francia (es el octavo de Sochaux), pero representa a Escocia. Su convocatoria para este Seis Naciones está justificada a través de los vínculos sanguíneos, ya que su madre nació en Escocia.
Fergus Burke nació en Gisborne, Nueva Zelanda y se formó ciento por ciento en su país. Estuvo en la Argentina en 2019 para disputar el Mundial Sub 20 con los Baby Blacks. Figura en Canterbury y en Crusaders, no fue, sin embargo, convocado por el seleccionado mayor. Este año lo fichó Saracens para cubrir el espacio que dejó Owen Farrell, que se fue al Top 14 con Racing 92. Si su residencia es londinense, ¿cómo llegó entonces a ser seleccionable para Escocia? Por el pasaporte de su abuelo.
El neozelandés Tom Jordan llegó a Escocia en 2019 para jugar en Ayrshire Bulls. Luego pasó a Glasgow Warriors. Nació en Auckland, no tiene lazos familiares en las islas. Pero este año cumplió los cinco de residencia en su nuevo país y ya fue convocado por Escocia.
Para muchos especialistas, el wing Duhan var der Merwe es el mejor jugador de Escocia. Nació en Sudáfrica y jugó el Mundial Sub 20 de 2014 con los Springboks. Pero esta ya es su cuarta temporada con su nueva nación.
Y el caso que más “ruido” provoca, incluso internamente en Escocia es el del centro Sione Tuipulotu, australiano, de Frankston, Victoria, pero que recibió la nacionalidad de su abuela. Su presencia desde hace cuatro años en la selección lo convirtió en el actual torneo en el capitán escocés.
Las adhesiones irlandesas
Algunos lo dicen como una broma y no le dan mayor importancia. Otros lo mencionan con marcada preocupación: “El actual plantel del Trébol es una sucursal de los All Blacks”, se grafica.
Tiene cuatro jugadores que se beneficiaron por sus años de residencia en Irlanda. El centro Bundee Aki, que llegó en 2014 a Connacht, el medio scrum Jamison Gibson-Park, que se incorporó a Leinster en 2016, y el wing James Lowe, que juega en Leinster desde 2017. También juega el pilar Finlay Belham, que se mudó a Irlanda muy joven, a los 18 años.
Para completar el listado de refuerzos que podrían jugar el Rugby Championship, hay dos casos con raíces familiares en el sur. Son el fullback MacKenzie Hansen (australiano, madre irlandesa) y el hooker Rob Herring (sudafricano, abuelo irlandés).
Estos dos países sobresalen por la cada vez más frecuente presencia de jugadores captados más allá de las fronteras. No son los únicos, claro. Italia, por caso, suele aprovechar la presencia de argentinos que juegan con doble nacionalidad el Top 10.
Y en el caso de Inglaterra se planteará -antes de fin de año- una interesante disputa por los servicios del ball carrier Hoskins Sotutu, de 26 años, nacido en Auckland y tryman de los Blues.
No fue convocado por Scott Robertson durante un tiempo y rechazó la convocatoria del último mes de octubre, lo que dio lugar a interpretaciones respectos de un supuesto arreglo para jugar con la Rosa en noviembre de este año, cuando se cumplan los tres años sin vestirse de negro. También podría ser “elegible” para Fiji (su madre es inglesa y su padre fijiano). El poder económico y la seducción deportiva parece que llevarán la disputa a territorio inglés.
Por el momento, la primera fecha del Seis Naciones vio ganar a Escocia sobre Italia por 31 a 19 y a Irlanda sobre Inglaterra por 27 a 22. Algunos creen que sin las reglas de la discordia los resultados podrían ser diferentes.
Esta polémica, que se encendió hace unos años, alcanzó una evolución que lleva la discusión a sus puntos más elevados.