En el corazón del Pacífico Central, un lugar marcado por la devastación nuclear se ha transformado en un inesperado refugio de vida marina. El atolón Bikini, célebre por haber sido escenario de pruebas atómicas durante la Guerra Fría, hoy alberga un santuario marino accidentalmente próspero, donde la ausencia de pesca y presencia humana durante casi siete décadas ha permitido una recuperación ecológica sorprendente.
Según un reportaje de BBC News Mundo, la toxicidad residual de la zona, lejos de condenarla al olvido, ha protegido a sus ecosistemas de la explotación, convirtiéndolo en un laboratorio natural sobre el impacto y la resiliencia de los océanos ante la intervención humana.
La expedición de Palumbi: hallazgos en un paraíso radiactivo
En 2016, Stephen Palumbi, profesor de Ciencias Marinas en la Universidad de Stanford, se sumergió en las aguas del atolón Bikini junto a la investigadora Elora López-Nandam. Su objetivo era evaluar el estado de un arrecife poco conocido, pero lo que encontraron superó cualquier expectativa.
El equipo observó cardúmenes de peces y corales ramificados que alcanzaban los ocho metros de altura, grandes peces napoleón y una abundancia de tiburones poco común en otros lugares del planeta. “No podías mirar a ninguna parte sin ver uno o dos tiburones”, relató Palumbi a BBC News Mundo.
Sin embargo, la expedición también detectó señales de un entorno alterado. Una grieta perfectamente recta de al menos 1,6 kilómetros atravesaba el arrecife, y el sistema de navegación del barco indicaba la presencia de islas que ya no existían, borradas por las explosiones nucleares.
El cráter Bravo, una cuenca de 75 metros de profundidad y 1,5 kilómetros de ancho, aún conserva sedimentos con altas concentraciones de plutonio, americio y bismuto radiactivos, aunque el agua presenta niveles de radiación similares a los del fondo marino global.
A pesar de este legado tóxico, la vida marina prospera. “Es alucinante”, afirmó Palumbi. Incluso se han reportado anomalías, como tiburones sin segundas aletas dorsales, que algunos atribuyen a la radiación, aunque sin confirmación científica definitiva. Lo más notable es el tamaño de los peces, considerablemente mayor que en zonas sometidas a pesca intensiva.
Pruebas nucleares, consecuencias humanas y ambientales
El atolón Bikini fue sometido a 67 pruebas nucleares por parte de Estados Unidos entre las décadas de 1940 y 1950, con una potencia total de 210 megatoneladas de TNT, más de 7.000 veces la fuerza de la bomba lanzada sobre Hiroshima.
Estas detonaciones no solo alteraron la geografía del archipiélago Marshall, sino que forzaron el desplazamiento permanente de sus habitantes, quienes nunca pudieron regresar a sus hogares.
La devastación humana y ambiental fue profunda. Las islas se convirtieron en un lugar fantasma, habitado únicamente por cuidadores, mientras la radiactividad persistía en el entorno. Incluso los cocos en las playas resultan peligrosos para el consumo.
Sin embargo, la ausencia de actividad humana y pesquera creó, de manera involuntaria, un refugio donde la vida silvestre encontró protección y espacio para recuperarse.
Recuperación ecológica: peces gigantes y corales prósperos
La principal consecuencia de la prohibición de la pesca en Bikini ha sido la explosión de vida marina. Los peces, libres de la presión humana, alcanzan tamaños inusuales y los corales forman estructuras de gran envergadura.
Los tiburones, depredadores clave en el equilibrio del ecosistema, abundan en la zona, lo que contrasta con la situación de otros mares donde la sobrepesca ha reducido drásticamente sus poblaciones.
Este fenómeno no es exclusivo de Bikini. El reportaje de BBC News Mundo destaca que la ausencia de pesca permite que los peces vivan más tiempo y se reproduzcan, incrementando la población de una generación a otra.
Ejemplos comparativos: Hawái y el Mar del Norte
El caso de Bikini encuentra paralelos en otras partes del mundo. En 2006, el entonces presidente de Estados Unidos, George W. Bush, estableció el Monumento Nacional Marino Papahānaumokuākea en Hawái, imponiendo una prohibición total de la pesca en la zona.
Según John Lynham, profesor de Economía en la Universidad de Hawái, los efectos positivos se hicieron evidentes en apenas un año y medio: las especies más explotadas comenzaron a recuperarse rápidamente, y los atunes de aleta amarilla y patudos, depredadores de gran tamaño, mostraron un crecimiento acelerado.
Otro ejemplo histórico se remonta a la Segunda Guerra Mundial. Entre 1939 y 1945, la pesca en el Mar del Norte prácticamente cesó debido a los riesgos de la guerra.
Como resultado, la población de peces aumentó de manera significativa, especialmente entre los ejemplares más viejos, que pudieron reproducirse y fortalecer las siguientes generaciones.
Crisis global por sobrepesca y su contraparte en Atolón Bikini
La sobrepesca ha transformado los océanos en menos de un siglo. El atún rojo se encuentra al borde de la extinción, y en Canadá oriental desaparecieron hasta 810.000 toneladas de bacalao que antes se capturaban anualmente.
Según BBC News Mundo, la biomasa total de peces se ha reducido en unos 100 millones de toneladas desde tiempos prehistóricos, y se estima que el 90% de las poblaciones de peces del planeta están agotadas.
Ante esta crisis, Naciones Unidas firmó recientemente un tratado de alta mar con el objetivo de proteger la vida marina en áreas fuera de la jurisdicción nacional, que representan más de dos tercios de los océanos. El acuerdo busca poner fin a la explotación sin control y establecer mecanismos de conservación en aguas internacionales.
La desaparición de especies marinas es una de las consecuencias más graves de la sobrepesca. En Europa, las poblaciones de tiburones han disminuido entre un 96% y un 99,99% desde el siglo XIX.
El Mediterráneo, que alguna vez albergó grandes tiburones blancos, hoy apenas registra avistamientos de estos depredadores. La reducción de tiburones ha beneficiado a especies de presa, como los peces más pequeños, alterando el equilibrio del ecosistema.
Un análisis citado por BBC News Mundo indica que la biomasa de peces depredadores en los océanos cayó dos tercios en el último siglo, mientras que la de especies más pequeñas aumentó.
John Lynham sostiene que, en ausencia de pesca, los depredadores principales regresarían y el ecosistema oceánico tendería a reequilibrarse, aunque esto podría implicar una disminución en la abundancia de especies de las que se alimentan.
La pesca industrial no solo afecta a las especies marinas, sino que también contribuye a la contaminación por plásticos. Más de las tres cuartas partes de los desechos plásticos grandes en la gran mancha de basura del Pacífico Norte provienen de la llamada pesca “fantasma”: redes, cuerdas y sedales abandonados que continúan atrapando vida silvestre.
Aunque la eliminación de la pesca reduciría esta fuente de contaminación, el plástico ya presente en los océanos tardará siglos en degradarse. Un estudio citado por BBC News Mundo estima que el polietileno puede requerir hasta 292 años para descomponerse completamente en el fondo marino.
En cuanto al cambio climático, la pesca ha liberado al menos 730 millones de toneladas de dióxido de carbono desde 1950, una cifra comparable a las emisiones anuales de Alemania en 2021.
En contraste, el atolón Bikini ofrece una oportunidad única para observar un ecosistema marino que ha evolucionado sin intervención durante casi siete décadas.
En 2023, la expedición científica Pristine Seas —organizada por National Geographic en coordinación con la Autoridad de Recursos Marinos de las Islas Marshall— realizó 452 inmersiones en la región, acumulando más de 600 horas de observación submarina. Este esfuerzo permitió reunir un volumen de datos sin precedentes sobre la salud biológica del arrecife y la dinámica de sus especies, en un entorno donde el tiempo ha funcionado como aliado de la vida marina.
Entre los resultados más significativos, los investigadores registraron estructuras coralinas complejas, alta diversidad de peces y una cadena trófica intacta, elementos que escasean en áreas afectadas por la pesca industrial.
El uso de cámaras remotas y análisis de ADN ambiental permitió documentar también la presencia de especies poco comunes en otras regiones del Pacífico, lo que posiciona a Bikini como una línea de base ecológica para comparar con ecosistemas degradados. La recolección de datos a profundidades de hasta 2.300 metros también reveló la integridad del ecosistema más allá de las zonas superficiales.
Los científicos involucrados en la misión subrayaron que Bikini no solo es un caso de resiliencia ante los impactos humanos del pasado —como las pruebas nucleares—, sino también un referente contemporáneo para imaginar cómo podrían recuperarse otras áreas si se redujeran las presiones de la sobrepesca y la actividad extractiva.
El atolón se convierte así en una herramienta científica, una “fotografía posible” de lo que el océano puede ser cuando se le concede espacio y tiempo para regenerarse. Sus condiciones permiten proyectar escenarios de restauración en zonas hoy sobreexplotadas, a partir de decisiones políticas que prioricen la conservación marina a largo plazo.
Dilemas y desafíos: dependencia humana, acuicultura y sostenibilidad
A pesar de los beneficios ecológicos de reducir la pesca, la realidad es compleja. “La pesca juega un papel muy importante en la vida de muchas personas”, advirtió Palumbi en declaraciones recogidas por BBC News Mundo. Más de 3.000 millones de personas dependen del pescado y los mariscos como parte fundamental de su dieta, y cientos de millones obtienen de la pesca su sustento.
La acuicultura, o cría de especies acuáticas, ya produce más de la mitad de los productos del mar consumidos globalmente, pero enfrenta desafíos como enfermedades y el bienestar animal. Organizaciones como la ONU consideran que la acuicultura y la adopción de prácticas pesqueras sostenibles podrían aumentar la productividad de los océanos y beneficiar tanto a las personas como a la vida silvestre.
El Consejo de Administración Marina estima que, con una gestión adecuada, la captura anual podría incrementarse en 16 millones de toneladas, suficiente para alimentar a 75 millones de personas adicionales.
A diferencia de muchos animales terrestres, los peces poseen una notable capacidad de recuperación. Un atún, por ejemplo, puede producir hasta 30 millones de huevos en una sola vez, lo que permite que las poblaciones se regeneren rápidamente si se les da la oportunidad. “El potencial para que una población se recupere generación tras generación es enorme”, explicó Palumbi.