Gabriela Troncoso no solo despegó desde el aire como pionera en los saltos en paracaídas del Ejército peruano; construyó también una trayectoria internacional marcada por el compromiso con quienes más sufren. Desde su infancia en un hogar militar en los Andes hasta su retiro en Roma, su vida ha estado atravesada por el esfuerzo, las pérdidas y una vocación de servicio que no se detuvo con la jubilación.
Hoy, alejada del sistema de Naciones Unidas y asentada en Italia, Gabriela dedica sus días a la escritura, una herramienta con la que busca preservar la memoria familiar y transformar el dolor en palabras que inspiren. En su libro Wellito, rinde homenaje a su padre, un oficial sobreviviente de un accidente aéreo, mientras explora nuevos caminos para seguir sirviendo a los demás a través de la literatura.
La infancia austera que forjó carácter
Nacida en el Perú en el seno de una familia militar, Gabriela creció entre rutinas marcadas por la disciplina, la sobriedad y el respeto. Su madre, una mujer lectora del norte peruano, supo convertir los libros en puentes de conversación y enseñanza. Cada lectura compartida en casa fue más que un pasatiempo: era una manera de alimentar la curiosidad y fortalecer el pensamiento crítico desde temprana edad.
La muerte de su madre, cuando tenía solo 16 años, fue un golpe profundo. Gabriela lo recuerda como un instante en el que todo se detuvo. Antes de despedirse, hizo una promesa con sus hermanas: cuidarse mutuamente. Esa promesa sigue vigente. Su padre, un oficial exigente pero justo, nunca buscó dominar, sino formar. Le inculcó una frase que la acompañaría en cada etapa de su vida: “Hazlo bien aunque nadie te observe”, un lema que marcaría sus decisiones más importantes, incluso en los escenarios más exigentes.
Del Derecho en Lima a una nueva vida en Europa
Estudió Derecho en Lima, pero la asignación diplomática de su padre en Roma cambió el rumbo. Decidió completar su formación en Europa y, sin imaginarlo, allí conoció al hombre que se convertiría en su esposo. El romance traspasó fronteras: él viajó hasta Sudamérica para pedirle matrimonio, y ella tomó la decisión de dejarlo todo para comenzar una nueva vida en Italia.
La realidad del extranjero era mucho más compleja que cualquier historia de amor. A pesar de su formación académica, tuvo que emplearse en tareas como limpieza, cuidado de personas mayores y atención en restaurantes. No se dejó vencer. Cada euro ganado lo destinaba a perfeccionar su inglés y ampliar su educación. Sabía que, tarde o temprano, una oportunidad se presentaría.
Y así ocurrió. Ingresó al Programa Mundial de Alimentos (PMA), una de las agencias más relevantes del sistema de la ONU. El acceso no fue inmediato: atravesó un minucioso proceso de selección, pero su constancia y compromiso hablaron por sí mismos. En sus 29 años en el organismo, pasó por diversas áreas, siendo los últimos 14 dedicados a la división de alianzas y gobernanza. Según relató al medio Andina , su rol consistía en redactar comunicaciones estratégicas dirigidas a movilizar fondos y generar vínculos institucionales.
Clave peruana en la logística de la solidaridad mundial
Gabriela fue pieza esencial en la maquinaria que garantizaba la asistencia alimentaria a las poblaciones más vulnerables del planeta. Desde su puesto, redactaba cartas que no eran simples formalidades, sino instrumentos clave para que los países donantes canalizaran su apoyo. Lo que para algunos era un trámite, para ella era un acto de urgencia.
“Somos la infantería del mundo”, solía decir, en alusión al carácter inmediato y riesgoso del trabajo en el terreno. Como parte del PMA, presenció el impacto devastador de guerras, hambrunas y catástrofes naturales. Varios de sus colegas murieron en zonas de conflicto, víctimas de minas o ataques armados. Esas experiencias intensificaron su sentido del deber. Para ella, cada mensaje enviado debía ser claro, rápido y eficaz.
La ironía del destino no pasó desapercibida. Su padre, décadas atrás, transportaba alimentos a comunidades aisladas del Perú como parte de sus trabajos militares. Años después, Gabriela hacía lo mismo desde una oficina global, con impacto en múltiples continentes. A pesar de haber jubilado, continúa colaborando con proyectos del PMA desde un rol consultivo, convencida de que el servicio humanitario no concluye con el retiro, sino que se transforma.
La selva escrita y el alma en papel
Ya fuera del ritmo agitado de las misiones internacionales, encontró en la escritura una nueva manera de expresar su vocación. En Wellito, su primer libro, reconstruyó el episodio que marcó la vida de su padre: un accidente aéreo ocurrido en la Amazonía peruana durante los años 50. Aunque no vivió esos hechos, recopiló testimonios, documentos y memorias para darle forma a una narración que combina emoción, valentía y memoria.
La obra no solo retrata la supervivencia física, sino también la emocional. A través de una prosa cuidada, Gabriela evoca el miedo, la resistencia y la lucha por seguir con vida en la esperanza de la selva. El relato se convierte así en un homenaje y, al mismo tiempo, en un acto de resistencia ante el olvido.
Actualmente, trabaja en un segundo libro, esta vez dedicado a su madre. Confiesa que esta figura se le ha “revelado en sueños”, como una presencia que la impulsa a seguir escribiendo. Desde su hogar en Roma, sin uniforme ni cargos oficiales, Gabriela continúa su labor de construir memoria, aportar desde el arte y recordar que, aún en el silencio, hay historias que necesitan ser contadas.