El Gobierno ha dejado el manejo de la economía -y, por ende, su destino de largo plazo y también su propio futuro– a una suerte de partida de ajedrez contra el dólar.
No hay que hacerse demasiadas ilusiones con lo que pudo parecer a muchos un cambio de política económica al permitirse en julio que la divisa suba de precio y recupere un mínimo de tipo de cambio real. Decimos un mínimo, porque desde que se comenzó a cantar victoria en la lucha contra la inflación, igualmente se acumuló más de un 10% adicional de suba de precios, por lo que la suba de julio en el dólar solo obliteró ese acumulado final de suba de precios de un cuatrimestre.
Mirando esta suba del dólar de la parte del “éxito contra la inflación” podemos inferir que la causa de la actitud del gobierno más “civilizada” en términos de política cambiaría, restándole un poquito de presión a la olla que viene hirviendo fuerte, se da por dos motivos clave.
Uno, porque en julio estaba la zanahoria de los USD 2.000 millones extra que el FMI desembolsó. En ese sentido había que hacer buena letra y no convenia luchar contra la suba del dólar para quedar bien con el FMI.
En segundo lugar, por un crudo criterio de realidad. Ocurre que las reservas brutas en torno a los USD 43.000 millones implican sólo un total neto de USD 10.000 millones entre “dólares reales” y “dólares raros o solo contables”. Nos explicamos. A los USD 43.000 millones de reservas brutas hay que restar USD 14.000 millones de la parte del swap chino no utilizado, otros USD 14.000 millones de DEG inconvertibles que son las reservas que “se miran y no se tocan” del FMI y unos USD 5.000 millones de oro. Quedan entonces justo USD 10.000 millones entre dólares reales y asientos contables de dólares que no existen pero figuran.
El meollo del problema es la tasa de interés, una especie de convidada de piedra en todos los planes económicos. Por eso la Argentina nunca se estabiliza en serio. A nadie le importa a cuánto hay que ponerla para frenar al dólar
Este sencillísimo cálculo nos muestra acabadamente cómo tras un año de récord histórico absoluto de superávit comercial en 2024, y superada la parte de ingreso de divisas más jugosa de 2025, este gobierno tiene una cantidad de dólares “reales” apenas algo superior a los que tenía Massa a mediados de 2023. La diferencia es que a aquel gobierno se lo criticaba todo el tiempo -en forma lógica y justificada- por su política cambiaria y a éste se lo aplaude, aún cuando es un enigma la manera de razonar lo económico, desde el propio Presidente para abajo.
Y decimos un enigma, porque lo único claro es que antes de devaluar o flotar seriamente -o sea, con tasas de interés compatibles con estabilidad de precios, y no con esta parodia de flotación- Milei y Caputo son capaces de cualquier cosa con tal de que no suba el dólar.
En el fondo, todos lo sabemos. Por lo tanto, abundan las controversias acerca de si el Gobierno va a poder o no mantener la política cambiaria más allá de octubre. Porque a veces se habla de las elecciones de octubre como si la realidad fuera una serie de Netflix, con su último capítulo intitulado “Octubre”. Pues no. Dentro de un año, los mismos analistas que opinamos sobre el tema cambiarlo, estaremos hablando, justamente, del sistema cambiario en agosto de 2026 y nos habremos olvidado del todo de las elecciones de octubre, pero seguro que no del dólar.
Y tal como van las cosas, solo parece que hay algo peor a que al Gobierno este ensayo le salga mal: que toda esta enorme pérdida de esfuerzos y recursos lo lleven a un provisorio éxito con el dólar.
Si los deseos del Gobierno se cumplen, dentro de un año el dólar podría estar quizás un 20% por arriba del nivel actual. Pero eso significaría que se habría seguido acumulando retraso cambiario. Porque no nos engañemos, nadie en el Gobierno está pensando de aquí a un año en una inflación menor al 20%. Descorcharían champagne si lo lograran. ¿Y la tasa de interés? La tasa de interés -y aquí está el real meollo del problema- es una especie de convidada de piedra en todos los planes económicos. Por eso nunca estabilizamos en serio. A nadie le importa a cuánto hay que ponerla para frenar al dólar. Vale decir que en un año lo mejor que podría pasar es que las tasas de interés estén como hoy. Nadie se va a apurar a bajarlas, y todos van a hacer lo que haya que hacer por subirlas ante el primer atisbo de recalentamiento cambiario.
Ahora bien, si en un año tenemos un dólar subiendo solo un 20% y tasas de interés activas -las que valen a la hora de pronosticar el largo plazo- de 45% anual para la primera línea, la frase que seguramente escucharemos más en la City financiera será: “A los botes”.
Si al gobierno se le cumple el deseo de mantener y controlar el dólar sin subas ni saltos, los efectos de las anteriores jugadas de esta funesta partida de ajedrez económica se van a hacer sentir con todo su rigor
No porque muchos se den cuenta de que el gran problema no está en el dólar, sino en las tasas, sino porque sería muy apreciable el clima de “final de fiesta”. Y razón no le faltaría a quien lo crea. ¿Por qué? Porque la economía habría quedado entrampada en un endemoniado “triple set” demoledor.
Ocurre que tasas de interés activas tan elevadas -o incluso algo menos que las actuales- van a profundizar la crisis de rentabilidad de vastos sectores, sobre deudas aún muy superiores a las actuales. Este es el primer factor demoledor. Todos los sectores que hoy pierden van a perder más y muchos que hoy no pierden, van a empezar a perder.
El segundo factor es que a la crisis de rentabilidad empresaria le sigue en forma inmediata una de solvencia. La rentabilidad a pérdida pura llega a un momento que no puede ser resistida por los balances empresarios. La caída en los activos mientras los pasivos crecen alocadamente como efecto de tasas de interés perniciosamente altas, sería un golpe de nocaut para las debilitadas empresas que se trasladaría inmediatamente a los bancos. Por los mismos motivos que los banqueros vienen frotándose las manos, pueden terminar agarrándose la cabeza.
Finalmente, la confluencia de esas dos grandes crisis: una de rentabilidad y otra de solvencia se unen y generan otra crisis que reanima y potencia a las otras dos: una crisis deflacionaria. Las empresas, hartas de perder expulsarían mano de obra presionando los salarios a la baja y liquidarían stocks, tanto de bienes como de activos financieros, presionando así los precios a la baja y las tasas de interés hacia arriba en una diabólica retroalimentación perversa.
No hace falta seguir. Creemos que queda claro: si al gobierno se le cumple el deseo de mantener y controlar el dólar sin subas ni saltos, los efectos de las anteriores jugadas de esta funesta partida de ajedrez económica se van a hacer sentir con todo su rigor. Si al gobierno se le cumplen sus más caros deseos, seguramente el resto de los argentinos nos estaremos lamentando de ello. La duda es hasta cuándo el propio Gobierno no va a empezar a salir de este inútil negacionismo y empiece a lamentarlo también.