Su Majestad Carlos III de Inglaterra está presidiendo la instalación del periodo de sesiones del parlamento canadiense. Antes que él, su abuelo, el rey Jorge VI, lo hizo en 1939 para indicarle al mundo que, pese los nubarrones bélicos que se cernían sobre Europa, Inglaterra estaba determinada a enfrentar el reto de la defensa de su democracia. Luego, su hija Isabel II lo hizo en 1957 cuando recién iniciaba su largo y fructífero mandato y en 1977 para iniciar las celebraciones de las Bodas de Plata de su reinado. En síntesis, los monarcas británicos solo presiden la ceremonia de inicio de las sesiones parlamentarias del Canadá cuando desean lanzar al mundo un mensaje importante.
Carlos III, en particular, es más dado a informar al mundo sobre la posición británica ante los múltiples sucesos de la vida internacional vía un gesto que mediante un discurso y, por supuesto, ni hablar de un mensaje por X, cuyo valor político se acerca a cero. Hace poco, por ejemplo, nos sorprendió al invitar al presidente de Ucrania, Volodimir Zelenzky, a pasar un fin de semana en Sandringham, lugar de exclusivo uso de la familia real al cual no acceden quienes no son sus miembros. La invitación ocurrió luego de la catastrófica entrevista cum emboscada experimentada por Zelenzky en la Casa Blanca. Y desde luego el mensaje era Gran Bretaña está contigo.
Hoy viene a Canadá, país que ha sido vapuleado en el lingo del presidente Trump, quien considera que debe constituirse en el estado 51 de la unión americana. La presencia de Su Majestad tiene como fin recordarle al presidente Trump y al mundo entero que Canadá es un dominio británico. Que el soberano británico es el jefe de Estado de Canadá y que, como tal, va a acompañar a sus súbditos en lo que se anuncian como tiempos turbulentos porque Canadá deberá recomponer sus vínculos con la economía internacional.
La presencia de Carlos III está destinada a darle a sus súbditos estímulo y aliento ante el duro camino que ahora deben recorrer en la construcción de un nuevo modelo económico que comienza por el reacomodo interno. Desde su creación, la economía canadiense ha sido una suerte de colcha de retazos. Sus 10 provincias operan en el ámbito económico de manera independiente. Y, entre ellas, se cobran aranceles comerciales. Así, desde el punto de vista económico, las provincias se asemejan más a un estado nación independiente que a una región dentro de un estado nación.
Esta ausencia de integración ha impedido a Canadá aprovechar las ventajas de un mercado ampliado y explotar los beneficios de la demanda consolidada de una de las clases medias más estables y grandes de nuestro continente. La política comercial de Estados Unidos imponiéndole aranceles altos a Canadá y suspendiendo los arreglos de suministro energético ya han obligado a las provincias canadienses a iniciar la integración de su mercado interno. Canadá cuenta con 41.5 millones de habitantes con una clase media que representa el 75% de esta cifra. Por lo tanto, los hogares clase media de Canadá representan 30 millones de personas. En México, con 131 millones de habitantes, la clase media apenas representa el 23% de la población, mientras que en Brasil ciento nueve millones de habitantes representan la clase media. En síntesis, Canadá es el tercer mercado más importante de la región americana, lo cual lo hace muy atractiva en la integración del mercado doméstico como motor de una nueva etapa de crecimiento. Luego está el comercio con China, país de insaciable apetito por los productos energéticos. Y también están las posesiones antárticas, donde se esconden elementos raros y muchos minerales esenciales para las industrias espaciales. Cuentan también estos territorios con nuevas rutas marítimas que el calentamiento global ha creado y que facilitaran la conexión de Canadá con Asia y Europa.
En síntesis, Canadá se prepara para su relanzamiento como nación y como economía gracias el empujón propinado por la administración Trump. Y eso es lo que el Rey Carlos III de Inglaterra viene a celebrar con sus súbditos, a quienes quiere inyectar de coraje y determinación para resistir los tiempos difíciles y festejar juntos el triunfo de la razón.