Y de pronto, por esos días, dos peladas/os brillantes iluminaron con un sonido nuevo el rock nacional…
Con “esos días” estamos hablando de los primeros meses de 1985, cuatro décadas atrás, cuando prácticamente uno tras de otro, Sumo y un tal Patricio Rey y sus redonditos de Ricota se presentaban en sociedad pariendo sus discos debut, Divididos por la felicidad (Sumo) y Gulp! (Los Redondos…)
O sea, las peladas de Luca Prodan y el Indio Solari comenzaban a brillar con letras y músicas jamás escuchada hasta entonces por estos barrios. Ninguno de los dos podían saber, claro, que estaban marcando una huella decisiva, un par de figuras míticas como pocas. Después de todo, nadie más remera que Luca y el Indio, ¿no? Nadie tan mito, cada uno con su historia y con su marca registrada. Responsables de una incubadora musical que va a derivar –“¡Vamos las bandas!“– en una estética denominada rock chabón.
Para dimensionar realmente semejante aterrizaje (¿extraterrestre?) pensemos que de no ser por estos dos futuros íconos, el rock vernáculo carecería de temazos como “La rubia tarada” o “La bestia pop”, por citar sólo dos de los clásicos que comenzarían a hilvanar desde entonces.
Cómo venía la mano
La mano venía cambiando desde 1982/83, cuando Charly García -clausurada su etapa grupal con el fin de Serú Girán– emprende su fase solista, en 1982, con Malvinas a flor de piel, con Yendo de la cama al living, y un año más tarde con ese antes y después que marcará Clics Modernos a fines de 1983, con la democracia recién recuperada y Alfonsín en La Rosada.
“¡¡¡¡Vamo’a bailaaaaaaaaaaaaaaaar!!!!!”, es el grito, y el rock nacional, que hasta ahí era básicamente para escuchar, invita al baile, a sacudirse.
Los Twist (con La dicha en movimiento) y Virus (Wadu Wadu, Recrudece y Agujero Interior) marcan los nuevos ritmos. La bandera punk la clavaban Los Violadores. Y la new wave de The Police acá se llamaba Soda Stéreo.
¿Divididos por la felicidad o Joy Division?
En su viaje sanador hacia las sierras de Córdoba, donde Luca había llegado desde Inglaterra huyendo de la heroína, la novedad musical llegaba con nuevos sonidos. Considerado por Rolling Stone como el quinto mejor álbum de la historia del género en el país, el debut de Sumo introdujo de forma rupturista el post-punk, el reggae, el ska y la electrónica en una escena todavía sacudida por la Guerra de Malvinas y el inicio de la democracia. Su lanzamiento coincidió con un período de cambio político y económico, previo al Plan Austral, en el cual el país intentaba encontrar estabilidad.
El título del álbum es un homenaje implícito a la banda inglesa Joy Division y a la figura de Ian Curtis. Divididos por la felicidad es una traducción libre de Divided by Joy, una forma de apropiación local con resonancia emocional y estilística. El gesto señalaba ya desde el nombre una intención estética alineada con la oscuridad y el clima introspectivo del post-punk.
Crisol de influencias
La sonoridad del álbum es deliberadamente caótica, con una fuerte carga de improvisación y un enfoque experimental. Sumo incorporó ritmos jamaiquinos con un conocimiento profundo del género, aprendido por Luca Prodan en Londres escuchando a Bob Marley y trabajando en la tienda Virgin de discos. La banda se movía entre el reggae-roots, el dub, el disco-funk, el ska y el punk oscuro, y lo hacía sin perder una impronta visceral. Roberto Pettinato aportó un saxo cargado de free jazz, y Luca usó una vieja cámara de eco para crear climas densos. En temas como “Mula plateada” se destaca el uso de la batería electrónica Lynn Drum superpuesta a percusiones tribales.
En el estudio como en vivo
La grabación del álbum tuvo lugar en los estudios de CBS sin experiencia previa por parte del grupo ni del equipo técnico, incluyendo al productor Walter Fresco y al ingeniero Luis Brozzoni. A pesar de eso, el disco logró capturar la intensidad de Sumo en vivo. Todos los miembros participaron en la definición del sonido, desde el núcleo Mollo-Arnedo hasta el rol rítmico de Troglio y el protagonismo lírico y vocal de Prodan.
Satira, oscuridad, provocación
Las canciones más emblemáticas del disco son “La rubia tarada” —originalmente titulada “Una noche en New York City”— y “Mejor no hablar de ciertas cosas”, cedida por el Indio Solari a Prodan tras una actuación en la que el cantante de Sumo lo reemplazó en un recital de los Redondos. Varias canciones provenían del casete Corpiños en la madrugada (1983) y fueron adaptadas a un formato más elaborado. El disco incluye una decena de temas con letras que combinan sátira, oscuridad y provocación, y es citado como influencia por bandas posteriores como Los Piojos e Intoxicados.
Primer equipo y alter egos musicales
Sumo estaba integrado por Luca Prodan (voz), Diego Arnedo (bajo), Germán Daffunchio (guitarra), Ricardo Mollo (guitarra), Roberto Pettinato (saxo) y Alberto Superman Troglio (batería). El grupo se desdoblaba en alias como Ojos de Terciopelo, Sumito y la Hurlingham Reggae Band, que sirvieron para desarrollar y ampliar su espectro estilístico. Este último fue determinante para que CBS decidiera grabar el disco.
¿Perdón, Patricio qué?
En este caso, se puede decir que todo comenzó con un silbido. Una melodía leve, casual, casi infantil. El Indio Solari la murmuró en la penumbra del estudio improvisado y, como por acto reflejo, Lito Vitale buscó un piano, la replicó, pidió los palillos a Piojo Ábalos y golpeó la consola como si zapateara. Así nació el último tema de Gulp! —“Pianito – Jam”— y también su espíritu: íntimo, visceral, imprevisible.
Grabado entre noviembre y diciembre de 1984, en la casa de los Vitale en Villa Adelina, Gulp! fue más que un debut discográfico: fue un manifiesto artesanal y comunitario, un acto de resistencia estética contra la industria musical y sus peajes. Allí, entre sandwiches de chorizo colorado, fernet y olor a tinta serigráfica, Patricio Rey y sus Redonditos de Ricota pusieron en marcha la maquinaria mitológica que definiría el rock argentino de los años por venir.
Una casa, ocho canales y ninguna red
“No tenía computadoras, ni consolas digitales. Todo era supercasero”, recordó Lito Vitale, quien con apenas 23 años ofició de técnico, pianista y cómplice. “Llegaron por intermedio de Jorge Pistocchi. Todavía no estaba tan marcado el liderazgo del Indio y Skay, tenían una onda más de grupo y estaban muy ansiosos por plasmar todo lo que habían hecho”.
El saxofonista Willy Crook, que por entonces tenía 18 años, lo describió con asombro y gratitud: “Fue concreto, contundente, claro y artístico, y en eso influyó definitivamente el señor Lito Vitale, que hizo que las cosas volaran. No puedo decir lo mismo del técnico que grabó Oktubre, que descubrió el reverb en el interín y hacía que todo sonara como en el baño de nuestras casas”.
Crook, recién llegado, tenía una mezcla de asombro y certeza: “Felizmente intuí que ese tren iba a pasar una sola vez en la vida. Yo transportaba frases de David Gilmour al saxofón y me adaptaba mucho a Skay. No sé si es importante, pero una parte de mí está muy orgullosa de haber participado en una banda en la que nada fue falso. Todo fue verdad. Y esto es rocanrol, no es Disneylandia”.
Una banda en estado de gracia
El guitarrista Tito Fargo lo recuerda como uno de los discos “que más rápido grabé en mi vida; lo hicimos en 50 horas”. Los Redondos, por entonces, tocaban constantemente. La banda estaba aceitada y eso se notó. “No tiene un gran sonido, pero tiene una gran espontaneidad. Empezábamos a las seis de la tarde y le pegábamos hasta la una de la madrugada. Era una situación muy hogareña”.
Skay Beilinson, el arquitecto sonoro del grupo, sintetizó la experiencia con una frase sencilla pero elocuente: “La grabación fue muy rápida, creo que duró una semana. Por un lado, fue bastante caótica porque todo el mundo quería poner su impronta, entonces hubo que ponerse de acuerdo en cuál era la toma que iba”. Hasta su hermano, Guillermo Beilinson, dejó su huella: “También cantó en un tema, Pierre, el vitricida, y no sé si estuvo en Te voy a atornillar”.
La distribución: valija, pies y convicción
La ingeniería logística del disco fue obra de Poli, alma mater, manager espiritual, madre severa y guía invisible. Sin disquera ni contratos, fue ella quien se encargó de colocar Gulp! en las bateas. “Yo iba con una valija y los vendía en las disquerías. No teníamos distribución. Esther (de MIA) nos prestó un sello para poder salir porque, a pesar de que ellos tocaban desde hacía ocho años, no teníamos nada”.
Amplía Esther Soto: “Les prestamos nuestro sello para que pudieran sacar el disco. Después, un día vino Poli y Skay, y creo que el Indio. Y les expliqué los pasos legales, toda la información técnica e industrial. Me parecía que podían sacar un disco ellos mismos sin necesidad de nuestro sello. Había una relación de confianza. Poli tiene una polenta impresionante. Hicieron lo mismo que habíamos hecho nosotros al principio”.
Tapa, mito y plasticola
El arte también fue un manifiesto político. Rocambole, ilustrador y ladero de la Cofradía de la Flor Solar, convirtió la portada de Gulp! en un objeto de culto: “Las tapas se hicieron en serigrafía una por una, con un tamiz de seda. Hicimos 7000 y después las pegamos con plasticola. Incluso, entre las tapas había diferencias mínimas de color, algún detalle. Y hubo cantidad de errores que hicieron que muchas tapas se tiraran y se convirtieran en objetos preciados de coleccionistas”.
Como si fuera poco, la lámina interna incluía una falsa nota del COMFER prohibiendo la canción “Criminal Mambo” por su “contenido grosero y burdo”. La provocación ya era parte del lenguaje.
Coro de sombras y voces del bajo fondo
Claudia Puyó, una de las coristas, llegó por azar y se quedó por amor: “Caía en algunos shows y cantaba en Nene Nena, Ñam fri frufi fali fru. En el disco canté con María, que era la mujer de Pipo Lernoud, y Laura, que era la esposa del guitarrista Rodolfo Gorosito”. Antes de conocerlos, tenía una especie de negación: “No sé por qué -sigue-, no quería conocerlos… Un amigo, Pecas, era plomo de ellos y me decía: ‘Te van a volar la cabeza’. Me llevó a verlos a La Esquina del Sol. Y la verdad es que me volaron la tapa de los sesos, no viví otro grupo igual”.
El Indio y la gestualidad del caos
Solari, el poeta sombrío del grupo, explicó lo justo. Y en su negativa a develar el sentido de las canciones se escondía todo su poder: “Lo que trato de hacer es que a la gente le llegue la posibilidad de recrear sensiblemente elementos poéticos que sean descriptivos de sensaciones —aún de ficción— posibles para su propia inquietud”. Así y todo, dejó perlas. Sobre “Barbazul versus el amor letal”, dijo: “Es un mundo donde hay una especie de pugna entre unas mujeres actualizadísimas —con pezones radioactivos— y un dios prisión, feliz prisión”.
Y sobre “Te voy a atornillar”: “Habla de esa necesidad —esa pulsión— de hacerle cosas al objeto querido. Hay un amor que es tan dañino como hermoso, y todo es exultante”.
Se dijo: y de pronto, dos peladas/os brillantes iluminaron con un sonido nuevo el rock nacional…