“A comienzos de noviembre viajé a Italia, con la intención de probar si su clima benigno me ayudaba a recuperar la salud, hasta ahora he logrado pocas mejoras”. El que escribe se llama José de San Martín, ha liberado varios países de América y está exiliado, vive en Francia. Es el año 1846 y San Martín le está hablando a Juan Manuel de Rosas, a quien se dirigiría como “Mi apreciado general y amigo”. Su intención de curarse no iba a salir bien.

Esto, y más, aparece en Il viaggio in Italia del generale José de San Martín (El viaje a Italia del general José de San Martín), un libro que escribió Gerardo Severino, un militar italiano ya retirado, que fue “Coronel en Auxilio de la Guardia di Finanza”.

Efectivamente, San Martín había llegado a la Península el 19 de noviembre de 1845, con 67 años y antiguos dolores reumáticos. Desembarcó en Livorno desde un buque (muy probablemente el vapor “Polifemo”, con bandera napolitana) que había partido algunos días antes desde Marsella.

Como muestra de aprecio, San Martín le dejó a Rosas su espada ( NA: ROMINA SANTARELLI/Ministerio de Cultura de la Nación)

Esto, naturalmente, después de haber hecho colocar en su pasaporte francés el visado correspondiente otorgado por el caballero Antonino Guazessi, entonces cónsul general del Gran Ducado de Toscana en esa misma ciudad portuaria francesa.

El barco de pasajeros había hecho escala en Génova, como era habitual entonces para la mayoría de las compañías de navegación, cuenta Severino.

Algunos días después, el general argentino tomó asiento en una elegante diligencia de la “Strada Ferrata Leopolda”, llegando así entre los primeros pasajeros a la bellísima Florencia, capital del recién formado Gran Ducado de Toscana, cuyo trono ocupaba Leopoldo II.

Según cuenta Severino, en la misma ciudad, es muy probable que se haya reunido con el marqués Hippolyte de La Rochefoucauld, entonces embajador de Francia en ese Estado, así como con otras personalidades que entonces vivían en la extraordinaria escena artística italiana.

Tras los pasos de José de San Martín en Italia.

Y, dice, “en esa misma Florencia, don José habría podido informarse, conociendo bastante bien nuestra lengua, gracias al muy difundido periódico “Gazzetta di Firenze”, sobre las noticias relacionadas con la crisis que afectaba a la Argentina». No lo iban a dejar tranquilo las noticias. Unos meses antes, en agosto, Inglaterra y Francia habían bloqueado el Río de la Plata. Venían tiempos aún más difíciles.

El viaje no terminaba en Florencia. “El destino de la continuación del viaje fue, entonces, la bellísima Nápoles, capital del Reino de las Dos Sicilias, bajo el reinado de Fernando II de Borbón, pero también un lugar de atracción para muchos viajeros extranjeros, fascinados por sus bellezas naturales y artísticas», dice Severino.

Nápoles, hoy. El bullicio habría alejado a San Martín.

Por eso, por su cultura, “el estadista argentino tenía en mente establecerse allí por algún tiempo, si no de modo permanente, como confirman algunos documentos posteriores”.

San Martín llegó a Nápoles en los primeros días de diciembre de 1845– ¿Planeaba quedarse allí? Severino tiene una pista. Escribe:

Es precisamente por medio de la “Gazzetta Piemontese” que hemos tenido confirmación de un detalle particular, pasado por alto por muchas fuentes biográficas referidas al estadista argentino. En el preámbulo del artículo periodístico antes citado se lee:

‘En una carta con fecha en Nápoles, el general ha expresado el deseo de permanecer por largo tiempo, y quizás terminar sus días en esa ciudad.’»

La portada interna del libro sobre San Martín en Italia

Es desde Nápoles, justamente, que le escribe a Rosas. No quiere contarle sus dolores, aunque lo haga. Lo que quiere es decirle que, debido a ellos, no puede ofrecerle sus servicios ante el bloqueo anglo-francés. San Martín quiere manifestarle a Rosas “mi confianza no dudosa del triunfo de la justicia que nos asiste”. Lo hace desde Nápoles. Se iría días después “no sin antes haber obtenido el visado del cónsul del Estado Pontificio en la ciudad, el caballero Domenico Albertazzi“. dice Severino. El autor arriesga que lo había molestado demasiado el bullicio de esa ciudad del sur de Italia.

San Martín se fue de Nápoles a Roma en diligencia. “Aquel día también partieron hacia la capital pontificia el barón Adolfo Rothschild, Giuseppe Mazzini di Varzo, Antonio Dondi Orologio (de Padua), los hermanos Gaetano y Francesco Calderari, músicos, el pintor Gennaro Ruo, y un tal Giuseppe per San Martino dell’America del Sud domiciliado en Francia, propietario, junto al caballero Giacomo de Prandi de Ulmhart, austríaco y vicecónsul de Noruega residente», dice Severino.

El viaje duró treinta horas. “Atravesó las localidades de Capua, Gaeta, Formia, Terracina y Velletri, en un recorrido de alrededor de 194 kilómetros”.

Gerardo Severin investigó a San Martín.

No lo esperaba lo mejor. Según Severino «José de San Martín no era precisamente un huésped bien visto en Roma, sobre todo tras su conocido apoyo a Juan Manuel de Rosas». Lo que pasaba era que “gran parte de los Estados italianos, en efecto, se habían ‘alineado’ con Francia e Inglaterra, antes que con la Confederación Argentina».

Los diarios hablaban de Rosas como un dictador. Y, mientras tanto, cerca de las tierras de San Martín, Garibaldi llevaba su “Legión Italiana”, compuesta por 200 hombres, a la batalla de San Antonio del Salto, en Uruguay. Combatieron contra los aliados de Rosas.

En Roma, San Martín seguía de cerca los acontecimientos de su patria. Estaba preocupado. Y las cosas se pondrían peor. Escribe Severino:

Una noche de febrero de 1846 (unos pocos días antes de la partida definitiva del general desde Roma), al regresar al mismo hotel, Gervasio de Posadas, quien había vuelto de Nápoles a la capital italiana, fue sorprendido por el doméstico de San Martín, quien le comunicó literalmente que El Libertador había muerto.

En realidad, fue el propio Gervasio de Posadas quien descubrió que don José estaba aún con vida, víctima de un ataque epiléptico o convulsivo (según se cree), del que, por fortuna, logró recuperarse tras algunos días de reposo».

Severino especula que fueron las noticias que llegaban desde Buenos Aires lo que descompensó al General. Pero San Martín mejoró. Volvió a Francia. A Boulogne Sur Mer. El resto es historia conocida.