Lucía Zegarra-Ballón, psicóloga clínica especializada en trauma, fue una de las diez participantes del documental “Amén. Francisco responde” (2023), en el que el papa Francisco escuchó preguntas directas de jóvenes sobre temas como diversidad sexual, feminismo, derecho al aborto y pederastia dentro de la Iglesia.
Arequipeña, lesbiana, atea y sobreviviente de abusos y aislamiento forzado, Lucía formó parte de una congregación religiosa hasta 2015, cuando decidió abandonarla tras recibir un diagnóstico médico que advertía un posible cáncer si continuaba en ese entorno de sometimiento.
Llegó al documental gracias a la abogada Josefina Miró Quesada, quien le comentó que un amigo suyo trabajaba en la producción. “Me preguntó si podía darle mi contacto, y dije que sí. Me entrevistaron periodistas y redactores de España. Para mí, el tema del documental fue una especie de alivio, me sacó de esa realidad. Mi psicóloga incidió mucho en el peso que iba a tener en mi vida. Estás regresando a ese momento que ya pasaste hace mucho y lo vas a cerrar delante de esta persona que representa a toda la Iglesia, me dijo. Pero fue bien. Decidí que sí”, contó a Infobae Perú en una entrevista en mayo de 2023.
Frente al papa, Lucía fue clara: “Fui católica, muy creyente; ya no soy católica”, le dijo. Luego lo interpeló sobre la “representación blanca” de Jesús y María y el rol de la Iglesia en la colonización de Latinoamérica. “¿A usted no le genera contradicción eso?”, cuestionó mientras el papa la observaba con atención.
Ingresó a la congregación en Chaclacayo a los 16 años, cuando aún era una adolescente, migrante y sola en la capital, con el objetivo de prepararse para ser monja. “Apenas cumplí los 18, pedí un permiso especial para que me dejen entrar. Cumplí los 18 y me mudé a su casa. Nunca regresé a la vida antes. Pero creo que el dolor, en algunas circunstancias, puede ser una brújula”, relató.
Un día, después de todos esos sometimientos, enfermó al punto que debieron llevarla a un establecimiento sanitario. “Lo que más placer me producía estar adentro era jugar vóley y nadar, pero ya no podía hacerlo. Me empecé a sentir muy mal. Hablé con la superiora y me pateó la cita para después de Semana Santa a un médico de confianza de ellas en la clínica San Felipe, me acompañó mi mamá. Fui con mi mamá y con una de las monjas, me sacaron sangre y me dijo que estaba muy mal, con riesgo de tener cáncer. Dije: bueno, me voy un tiempo y luego vuelvo. Pero no fue así. Salí para dedicarme a terapia por completo”, apuntó.
“La impunidad es norma”
Desde que dejó el convento ha pasado por varios enfoques terapéuticos: cognitivo-conductual, aceptación y compromiso, terapia sistémica y actualmente un abordaje sistémico construccionista enfocado en trauma. Ningún miembro de la congregación se acercó a pedirle perdón. Por el contrario, la culpabilizaron.
“De mí han dicho que estoy loca, que cargo con muchos odios, que no me he hecho cargo de mis dolores, que estoy resentida. Es el mismo discurso de los hombres denunciados, y la impunidad es norma”, afirmó.
Sobre su participación en el documental, dijo que podría considerarse positiva porque “la Iglesia tiene una postura violenta y conservadora”, aunque también advirtió que podría tratarse de “una lavada de cara”, ya que “los discursos amigables e inclusivos no tienen sentido si no se llevan al terreno”.
“Hay arquetipos de la víctima ideal y se cree que debemos calzar en uno más aceptable para, entonces, decir a quién le puedo creer y quién no. Yo he denunciado violencia y ese es el peligro de pedirle a la víctima que calce con ciertos estándares. Finalmente, nos vamos a la forma y no al fondo. Tampoco esperaba una reacción de la congregación a la que pertenecí. Sé que se ha tratado con silencio. Que, desde adentro, hay una postura de referirse a mí como una persona cargada de odio, resentida. Eso refuerza la violencia”, señaló.
También reveló una conexión inesperada con Pedro Salinas, coautor del libro que expuso los abusos en el disuelto Sodalicio de Vida Cristiana (SVC). “Mi papá ya me había hablado de que, siendo muy joven, tuvo contacto con un grupo de sodálites que quisieron reclutarlo. De hecho, la primera vez que me lo contó, fue para evitar que yo entre a la casa de formación. Él, muy atinadamente, me dijo que tanto el Sodalicio como la congregación que me reclutó a mí, tenían rasgos muy parecidos. Luego, Pedro me contó que él mismo había citado a mi papá en Manolo, en Arequipa, para tomar un jugo de papaya y ahí fue cuando mi papá le dijo directamente y, según Pedro de forma muy elegante, que no gracias”, recordó.
Finalmente, cuestionó el funcionamiento del sistema judicial frente a las denuncias por violencia. “Es increíble que incluso en esas instancias no se tenga todavía herramientas para poder notar eso a tiempo para prevenir la revictimización, pareciera incluso que no se quiere abordar este problema. (…) Es nefasto que se pida a una víctima o sobreviviente que, además de sobrevivir, tenga que dedicar energía a elaborar una estrategia para que no siga siendo sometida a violencia cuando decida denunciar”.