Ricardo Darín en El Eternauta.

Es necesario resaltar su valor incalculable: El Eternauta es un tesoro de la cultura nacional. Publicada por entregas en una revista semanal entre 1957 y 1959 -luego compiladas en un tomo-, la obra escrita por Héctor Germán Oesterheld e ilustrada por Francisco Solano López, que imagina una Buenos Aires atacada por fuerzas alienígenas, no solo es un hito de la historieta argentina -cuando aún no existía el concepto de novela gráfica y se consideraba un género menor-, también fue pionera de la ciencia ficción en español, abriendo el terreno con su influencia al resto de Latinoamérica. 

Como si fuera poca la magnitud que la envuelve, El Eternauta también quedó ligada a uno de los momentos históricos más cruentos del país, con el secuestro y desaparición de Oesterheld –quien estaba escribiendo una segunda parte desde la clandestinidad- y su familia, a manos de la dictadura cívico-militar en 1977. De esta forma, los mensajes centrales de su obra magna, tales como el antiimperialismo y la importancia de la resistencia colectiva frente a la opresión, cobran una relevancia escalofriante, acaso premonitoria, y su lectura política adquiere un espesor innegable.

La tarea, entonces, de adaptar las viñetas al lenguaje audiovisual no resultaba nada sencilla, y no solo por lo simbólico, sino porque también implicaba un enorme desafío técnico: era indispensable una Buenos Aires apocalíptica cubierta de nieve. Durante décadas, varios sectores de la industria tomaron el proyecto para luego tener que abandonarlo por falta de presupuesto o de licencias de derechos. Adolfo Aristarain en 1998, Lucrecia Martel en 2008, incluso el propio Oesterheld a fines de los 60 no pudo con un intento de versión animada.  

Hasta que, en 2020, Netflix lo logró: compró los derechos y anunció que sería una serie, dirigida por Bruno Stagnaro y producida por K&S Films. Pero todavía no: el rodaje se pospuso hasta 2023 a causa del COVID-19. Cinco años después de aquel primer anuncio, finalmente se estrena por la N roja, y los aires de trascendencia se mantienen, como corresponde, como se lo merece.

El Eternauta se convirtió en la mayor producción televisiva de la historia del país, con un despliegue técnico inédito para la región, combinando paredes de croma con tecnología de set virtual para recrear una Buenos Aires devastada sin nada que envidiarle a la ciudad de Nueva York, eterno blanco anglosajón de las invasiones extraterrestres en el imaginario popular. El gesto se vuelve explícito con el guiño de incluir la Estatua de la Libertad de Munro en una de las escenas, para mayor placer tercermundista.

Y la recepción no se queda atrás: a menos de una semana de su estreno, ya es la serie más vista de Netflix en veinte países, ubicándose como la tercera serie más vista a nivel global. Ahí va de nuevo El Eternauta, 65 años después, alentando ahora a la industria audiovisual de la región a apostar por ficciones de género de alto vuelo, con valores de producción hollywoodense e idiosincrasia propia

Ricardo Darín en El Eternauta.
Ricardo Darín en El Eternauta (2025). Foto: Netflix.

Esta primera temporada —ya está en marcha el rodaje de una segunda— consta de seis episodios, pero ya desde la primera escena sus guionistas parecen advertirnos que se trata de una nueva versión con considerables —y, por lo tanto, arriesgados— ajustes de adaptación. Nada es reconocible en esas primeras imágenes donde unas adolescentes en un velero escuchan cumbia y usan sus celulares. Lo más llamativo, claro, es que ocurre en la actualidad. Y eso lo cambia todo. 

Esta fuerte decisión autoral fue acertada. Esa contemporaneidad no es un mero capricho, sino que es usada concienzudamente para insertar la narrativa fantástica de El Eternauta en un marco histórico más amplio. Esto le permite enlazarla con eventos más recientes de manera directa y natural, generando así un efecto muy fuerte de verosimilitud, pero también de identificación y sentido de pertenencia en el espectador argentino de hoy.

El contexto de La Guerra Fría y el Golpe de Estado de 1955 que impregnaba el material original ahora es reemplazado por protestas virulentas que remiten a la crisis del 2001 y recuerdos traumáticos de la Guerra de Malvinas. Juan Salvo ahora tiene un pasado personal que aprieta la llaga patriótica colectiva. Con estos cambios, El Eternauta se mira a sí misma en clave nacional como nunca antes. El detalle más liviano, pero no por eso menos emotivo, del repertorio argento de canciones que también titulan los capítulos —desde Gardel y Manal, hasta Mercedes Sosa y El Mató— termina de cerrar esta especie de celebración de lo propio sin caer en chauvinismos berretas.     

Al trasladar el relato al presente, se genera también un juego interesante en torno a la tecnología de cada época, que deja una reflexión tan pesimista como realista: cuanto más avanzamos técnicamente, menos preparados estamos para enfrentar un eventual cataclismo.“Lo viejo anda”, dice contento Favalli, cuando descubre que un auto de los años 50 sí funciona por depender más de la mecánica que de sistemas computarizados. “Sin wifi no somos nada”, concluye otro personaje frente a los demás, todos encerrados y totalmente incomunicados por varios días porque la única manera de comunicarse y entender qué es lo que está pasando es por radios analógicas de onda corta.   

Ariel Staltari y Orianna Cárdenas en El Eternauta.
Ariel Staltari y Orianna Cárdenas en El Eternauta (2025). Foto: Netflix.

La serie conserva el grupo de amigos protagónico y el inicio de la historia con la partida de truco. Allí están Juan Salvo —Ricardo Darín es el actor más argentino posible así que el papel tenía que ser suyo—, el Tano Favalli interpretado por César Troncoso, Lucas por Marcelo Subiotto y el Ruso Polsky por Claudio Martínez Bel, que cae víctima de su propia ansiedad. De todas formas, hay modificaciones que enriquecen la trama. La casa donde se reparten las cartas es en Vicente López, pero no es la de Salvo sino la del Tano, lo que permite introducir a su esposa Ana, interpretada por Andrea Pietra.

Además, hay nuevos personajes ajenos al grupo de amigos para generar conflictos internos en el encierro, como Omar —Ariel Staltari, el querido Pollo de Okupas que también participó en el guion— e Ingrid —interpretada por Orianna Cárdenas—, una chica venezolana delivery de app. Es notoria una mayor participación de personajes femeninos al ampliar también el papel de Clara, la mujer de Salvo interpretada por Carla Peterson, que aquí es ex mujer en otro guiño moderno.

Esta primera entrega se siente como un prólogo visualmente deslumbrante: una Buenos Aires nevada, deformada, poblada de cascarudos con un CGI convincente. Hay drama, intriga, suspenso, desarrollo de personajes y un avance pausado, donde los invasores se revelan de a poco y el grupo recorre Zona Norte hasta llegar, recién en el último capítulo, a CABA, epicentro del desastre. Las verdaderas batallas aún no llegaron. La cancha de River Plate tiene que volver a aparecer. Ya lo anticipó Darín: “Este proyecto es una locura, y lo que viene va a ser el doble”.

El Eternauta está disponible en Netflix.

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