Cada uno de los 11 relatos es la excusa para unir historia del arte con historia personal. Y en ese juego la autora sabe de qué habla y lo hace muy bien. Así, a medida que escribe, María Gainza entrena el ojo y el alma del lector en esta aventura llamada El nervio óptico (Anagrama, 2017).

El volumen es la primera novela de la prestigiosa crítica de arte argentina y no se nota. Su prosa es de un virtuosismo pocas veces visto en noveles y no tanto. La lectura es encantadora y amena. Es de esas que acompaña, amable y reveladora de secretos familiares y de otras tantas cosas que no tenés ni idea.

El chisme palaciego, de aquellas familias patricias de antaño pega y querés más. Principalmente cuando ya fue y ahora el panorama actual es otro muy distinto. Atrae, al igual que todos los detalles únicos de la historia del arte que nos regala Gainza y en primera persona. Como sea, El nervio óptico invita a viajar por los museos, las pinturas y los artistas, sin movernos de casa, de la mano de una guía experta. Un lujo de 158 páginas.

Gracias Charly, el segundo de los relatos, me gustó. Rescata la figura de Cándido López, cuya historia hacía mucho que no escuchaba. Una serie de imágenes sobre la Guerra del Paraguay, serán su obra maestra, pero antes pasarán cosas. Todas raras, pero ciertas. Quedó manco luego de la batalla y eso le da un toque que, con el tiempo, lo pondrá en valor, pero después, mucho después.

“Cuando se cumplen 20 años de la batalla de Curupaytí, Cándido ofrece sus pinturas al Estado Argentino. Las donaría- dice- pero me sobreviene la pobreza. El gobierno le compra treinta dos cuadros que pasan al Museo Histórico Nacional y terminan en un depósito (…) Pasan ochenta años y nadie nombra a Cándido López en las historias del arte nacional hasta que, en 1971, el crítico José León Pagano se anima a incluirlo en su libro El arte de los argentinos. Y Cándido López sale, por fin, del subsuelo”.

 Cándido López

Síndrome de cuna de oro

Con el arte como motor, los recuerdos y las vivencias personales colorean los textos de Gainza y conducen su mirada narrativa hacia otras muchas que protagonizan las crónicas. Es que el relato está hecho de múltiples miradas: sobre cuadros, sobre los artistas que los pintaron y sobre la vida íntima de la narradora y su entorno.

En El encanto de las ruinas dice que la primera mitad de su vida fue rica y la segunda pobre, lo cual abre una puerta a otro universo lleno de sentimientos contradictorios, con el humor como bandera y mucho estilo.

“No alarmantemente pobre sino más bien seca, de esas que llegan arañando a fin de mes sin haberse dado ningún lujo y tienen que salir corriendo a pedir prestado si surge algún imponderable. Eso explica tu síndrome de Cuna de Oro, la indestructible sensación de que el dinero siempre está. No es que alucines que tenés una parva de billetes en la bóveda del banco, es más bien una impresión de seguridad interna que, por supuesto es espejismo, pero un espejismo muy vívido. Perteneces a una clase que por generaciones ha dado por sentado que todas las noches tendría un plato de comida caliente sobre la mesa. Y hay mucho de bendición en eso y algo de maldición también: la falta de hambre te vuelve haragana. (…) Vos podés pasar una larga temporada comiendo arroz, pero siempre pensás que va a ser pasajero, que ya va a venir una buena racha. Lo que sí intentás tener a distancia es otra de las patologías producto de una infancia con todas las necesidades cubiertas: se la conoce Tristeza de Niña Rica. Uf, cómo la detestás.”

María Gainza

A modo de cuentos breves, los capítulos son independientes unos de otros, donde un cuadro puede llevar a un momento particular de su vida y viceversa. “Uno escribe algo para contar otra cosa”, dice, y así consigue su atractivo.

Es de un género inclasificable, donde la existencia y el arte se funden para transformase en confesiones cercanas al diario personal. Trata de la misteriosa relación entre una pintura y quien la mira mientras que, a la misma vez, se anima a hablar de su cáncer de timo y reflexiona.

“De alguna manera misteriosa uno puede anticipar su destino. Algunos acontecimientos se nos revelan en forma de corazonada mucho tiempo antes de hacerse realidad. (…) Desde hacía dos años yo sentía que algo andaba mal adentro. Y cuando me diagnosticaron el timoma fue un alivio. (…) Para los griegos el Thymos era el alma, el deseo, la vida. Yo tenía una enfermedad del alma, vaya noticia”.

La obra de Gainza es una conversación sincera y espontánea. Habla del arte con erudición y al mismo tiempo comparte, sin pruritos, secretos propios y ajenos y con eso nos invita a una lectura que seduce y atrapa. Una joyita.

Quién es María Gainza

María Gainza nació en Buenos Aires. Trabajó en la corresponsalía de The New York Times en Buenos Aires y fue corresponsal de ArtNews. Durante más de diez años fue colaboradora regular de la revista Artforum y del suplemento Radar del diario Página/12. Ha dictado cursos para artistas y talleres de crítica de arte, y fue coeditora de la colección sobre arte argentino Los sentidos, de Adriana Hidalgo Editora. En 2011 publicó Textos elegidos, una selección de sus notas y ensayos sobre arte argentino. En Anagrama ha publicado sus obras narrativas El nervio óptico, traducida a dieciséis idiomas y recibida con entusiasmo por la crítica, La luz negra (Premio Sor Juana Inés de la Cruz 2019; y Un puñado de flechas.