Corría el año 2010 cuando Carmela Irizar y Pablo Hernán Cortes, que hacía poco habían comenzado su joven familia, decidieron construir una casa a la vera del río, en un barrio cerrado de la zona norte bonaerense. Llena de detalles constructivos, materiales encontrados y reciclados, la obra llevó dos años y coincidió con el nacimiento del quinto miembro del clan.
“Elegimos este lugar pensando en la crianza. Queríamos agua y árboles en la cercanía y, a partir de ahí, diseñar cuatro caras de una casa. Nos atrapó la idea de experimentar en la construcción”, cuenta Carmela Irizar, una de las tres fundadoras de Abra Textil, que además de crear maravillosas obras en sus telares, organizan viajes experienciales al norte argentino.
Fue Pablo, que se define a sí mismo como autodidacta en arquitectura, arte y fotografía, el encargado de elegir los materiales y, desde luego, de plasmar en la construcción ese lenguaje tan propio. “Trato de usar materiales nobles que requieran poco mantenimiento y envejezcan bien. El hormigón, que define gran parte de la casa y que suelo usar en mis proyectos, es uno de los más importantes, junto con la chapa y la madera”. Por su parte, Carmela se ocupó de recuperar objetos de su infancia, y de rastrillar anticuarios y mercados de pulgas para encontrar joyas con historia.
“En Abra Textil, nuestro taller en Tigre, somos tres socias que valoramos oficios ancestrales y entendemos la transformación que se opera al aprenderlos”.
Color y personalidad en el living-comedor
“Soy una admiradora de la mirada plástica de Pablo. En este proyecto, me ocupé del interiorismo, de generar universos placenteros donde primaran el color y el arte para nuestra familia y para invitados de todas las edades”.
“A todas las persianas de madera que usamos para revestir las paredes la encontramos en la calle, menos la de color turquesa, regalo de una vecina encantada de ver cómo las reutilizaba”.
Los estantes amurados sostienen piezas de gran valor afectivo, como los tesoros que Carmela trajo de sus visitas a distintas comunidades originarias de nuestro país. “La cajonera que acomodamos en la biblioteca es parte de un botiquín que estuvo en el consultorio de mi abuelo y, luego, en el de mi padre, ambos médicos. Estoy feliz de tenerlo en casa”, comparte Carmela.
Verdadero lujo, a modo de separador Carmela y Pablo pusieron un díptico en acrílico de 2x2m, obra de Rogelio Polesello.
Cocina como ninguna
En la cocina conviven la madera y el acero inoxidable con el piso de cemento alisado con dibujos y las paredes revestidas con la técnica del azulejismo, estas últimas, obras de Pablo. La cortina que inunda el espacio con un arco iris de colores es otro quilt de Carmela.
Galería colorida con vista al río
Durante los meses de calor, Carmela lleva su telar de pie a la galería de generosos 90m2, iluminada por lámparas de cristal soplado con mallas esculpidas en hierro, “tesoros ruteros”, en palabras de la dueña de casa. “Para todos nosotros, este es un lugar de disfrute”.
Sobre la parrilla, agregan color al espacio paneles de colectivos de línea comprados en un galpón de descartes de hierro.
Pileta elevada
La pileta en falsa escuadra está orientada al noroeste y elevada en el terreno para asomarse al río y sentirse casi dentro de él.