Un hallazgo en una isla sueca permitió reconstruir la historia de un mensaje que permaneció dentro de una botella en el mar del Norte durante 47 años. El descubrimiento se produjo a comienzos de 2025, cuando dos amigas encontraron el objeto arrastrado por la marea hasta una zona remota. La botella, de vidrio grueso, estaba parcialmente enterrada entre arbustos y arena. En su interior había un papel húmedo y desteñido, con restos de tinta que dejaban entrever algunos datos. Pese a su deterioro, ese pequeño documento resultó ser la clave para una investigación que terminó por revelar un relato con protagonistas y escenarios concretos.
Ellinor Rosen Eriksson, de 32 años, y Asa Nilsson, de 55, exploraban las islas Väder, en la costa occidental de Suecia, cuando realizaron el hallazgo. Según detalló BBC, ese día habían tomado un barco hasta Torso, la isla más al norte del archipiélago. Entre la vegetación, Asa observó el cuello de una botella que sobresalía del suelo y decidió sacarla. Una vez en sus manos, ambas notaron que contenía un papel doblado en su interior. Lo abrieron con cuidado y lo colocaron al sol para que se secara, con la esperanza de poder leerlo. La escritura era tenue, pero lograron distinguir una fecha, “14.9.78”, un nombre incompleto y una dirección que incluía “Seatown, Cullen, Banffshire, Escocia”.
Intrigadas por la antigüedad aparente del mensaje, las dos amigas decidieron compartir imágenes del hallazgo en redes sociales para buscar pistas sobre su origen. En un examen más detallado del texto, descubrieron que antes del apellido “Addison Runcie” aparecían las letras “es” y que la dirección estaba precedida por el número 115. Estos detalles resultaron decisivos para avanzar en la identificación del remitente y del destinatario. Las publicaciones comenzaron a circular y llegaron a personas con vínculos en Escocia, lo que permitió confirmar que el nombre completo era James Addison Runcie, un pescador que había vivido en esa localidad costera durante los años 70.
La investigación periodística estableció que Runcie, conocido por sus allegados como “Peem”, dedicó toda su vida a la pesca y formó parte de la tripulación del barco Loraley. Falleció en 1995, a los 67 años, sin imaginar que décadas después un objeto vinculado a él reaparecería en otro país. El seguimiento de la pista llevó hasta Gavin Geddes, un hombre que había compartido trabajo en el Loraley y que reconoció de inmediato la carta como propia. Al compararla con su letra actual, confirmó que él mismo la había escrito y arrojado al mar junto a otra botella, con la intención de dedicar una de ellas a su compañero Runcie. Según su testimonio, esa fue la única recuperada en casi medio siglo.
La historia llegó también a Sandra Taylor, hermana de Runcie, quien se encontraba de visita en Cullen cuando recibió la noticia. Con 83 años, expresó su asombro por el hecho de que el mensaje hubiera permanecido en el mar durante más de 40 años para terminar en una playa de Suecia. Relató que toda su familia estaba vinculada a la pesca y que para su hermano el mar era lo más importante.
Imagino su reacción ante la noticia: probablemente se habría reído, sorprendido por la improbable trayectoria de la botella, y habría brindado con un trago para celebrar. Para ella, el hallazgo significó recuperar un recuerdo de su hermano y, de algún modo, un último gesto vinculado a su vida en el mar.
En Suecia, Ellinor y Asa celebraron haber resuelto el misterio. Para ellas, el momento de encontrar una botella tan antigua en un día frío de febrero, en una isla remota y acompañadas, fue algo especial. Explicaron que, de haber sabido de inmediato la identidad del remitente y el destinatario, habrían intentado conservar la botella como recuerdo. Ellinor comentó que proviene de una familia de pescadores y que siente un vínculo profundo con el mar. Dedica su tiempo libre a buscar objetos en las islas, una actividad que en su región recibe el nombre de “vraga”, que significa buscar algo perdido o descubrir una historia oculta.
De acuerdo con testimonios recogidos por Australian Broadcasting Corporation, ambas manifestaron su deseo de viajar a Cullen en el futuro para conocer la comunidad, recorrer la costa y conversar con las personas que formaron parte de esta historia. Consideran que el hallazgo demostró cómo un objeto simple puede unir a personas de diferentes países y generaciones. La botella, con su papel desteñido, sobrevivió a décadas de olas, corrientes y estaciones hasta quedar atrapada en la vegetación, donde dos exploradoras decidieron detenerse y recogerla. Ese gesto fortuito activó una cadena de contactos, recuerdos y emociones que culminó con la resolución de un enigma que había comenzado en 1978.
El caso deja una imagen poderosa: la de un mensaje escrito hace casi medio siglo que, tras una larga deriva, encuentra a quien pueda leerlo y reconstruir su sentido. En una época en la que la comunicación viaja a gran velocidad, este relato muestra que incluso los mensajes más lentos pueden llegar a destino. El viaje de la botella entre Escocia y Suecia es también un testimonio de resistencia y de la capacidad de los objetos para preservar fragmentos de memoria humana más allá de las circunstancias que los originaron.