Este ensayo me ha matado.[Terry Jones, desde algún lugar del fondo: “No pareces muerto para mí.”] Me mejoré.

Pero, honestamente, ¿qué le queda por decir a un escritor sobre Los Caballeros de la mesa cuadrada, la comedia fundamental que aparentemente cayó de los cielos como una de las manos divinas animadas de la película? Aparte, por supuesto, de decir “¡Ni!”.

Personas mucho más inteligentes, divertidas y perspicaces que yo han pasado las últimas cinco décadas analizando cada fotograma, así que tal vez lo mejor sea centrarse en cómo hizo que toda una generación de nerds de la comedia —énfasis en “nerd”— fueran prácticamente intocables en una cita.

La recreación paródica del Rey Arturo y sus caballeros fue atravesada por el humor surrealista de Monty Python

“Tenías que memorizar Los Caballeros de la mesa cuadrada”, dijo una vez Jimmy Fallon. “Si pones El lado oscuro de la luna mientras ves Los Caballeros de la mesa cuadrada, te garantizo que no te acostarás con nadie.”

Los Caballeros de la mesa cuadrada (Monty Python and the Holy Grail en su idioma original) escrita, dirigida, actuada y producida por el grupo cómico formado por Graham Chapman, John Cleese, Terry Gilliam, Eric Idle, Michael Palin y Terry Jones, saltó a los cines como el Conejo asesino de Caerbannog hace 50 años y cambió para siempre el rumbo de la comedia moderna.

Una legión de hermosos perdedores (hola) adoptó esta película (junto a Colegio de animales de 1978 y Locuras en el Oeste de 1974) a través de sus igualmente nerds padres, de la misma manera que probablemente mostraremos a nuestros hijos las comedias icónicas de nuestra era, como Anchorman o Wet Hot American Summer. Citábamos Los Caballeros… hasta el cansancio. “‘Tis but a flesh wound” (“Es solo un rasguño”) se convirtió en nuestro grito de guerra.

A medio siglo de su estreno, la película sigue siendo un referente del humor absurdo y la parodia cinematográfica

Cuando preparábamos la cena, bromeábamos diciendo que estábamos sirviendo “corderos, y perezosos, y carpas, y anchoas, y orangutanes, y cereales de desayuno, y murciélagos fruteros, y grandes chulapas”. ¿Cuántas primeras citas terminaron cuando uno de nosotros recitó correctamente —y a un volumen ensordecedor— una de las líneas de Los Caballeros que dicen “¡Ni!”? (Si la respuesta es aunque sea una, que sin duda lo es, los Monty Python deberían ser azotados).

Y no puedo ser el único que, cuando se preparaba para casarse, fue informado por su futuro cónyuge de manera inequívoca de que en nuestra invitación de boda no podía incluir la pregunta: “¿Cuál es la velocidad del aire de una golondrina sin carga?”.

Además, que Dios te cuide si tu nombre es Tim.

De izq. a der.: Eric Idle, John Cleese, Terry Gilliam, Michael Palin y Terry Jones fotografiados en el centro de Londres, el 30 de junio de 2014 (Foto: REUTERS/Paul Hackett/Archivo)

Algunos de nosotros (hola) hicimos improvisación que agradecemos no haya sido grabada. Por desgracia, más de nosotros (suspiro, HOLA) pensábamos que la improvisación nos llevaría a algún lugar.

Para muchos, generó una obsesión que los llevó a algún lugar.

Por ejemplo, el lenguaje secreto de la película habló a Judd Apatow, probablemente la última voz definitoria en la comedia cinematográfica. “Cuando era niño, estaba obsesionado con la comedia, pero no tenía a nadie —literalmente, a nadie— con quien hablar”, dijo Apatow a The Guardian en 2009. “Así que, mientras todos mis amigos jugaban deportes después de la escuela, yo iba solo a casa y veía Monty Python.”

Inmortalizó su experiencia en su serie de culto sobre la secundaria Jóvenes y rebeldes, ambientada en 1980. En el piloto, los geeks se saltan el baile de bienvenida (para disgusto de sus padres) para asistir a una proyección de la película de 1975. Más tarde, tras ser traumatizados por los bravucones, encuentran consuelo en la película.

Para una generación de nerds, no solo fue una revelación, fue un cálido abrigo.

Estrenada en 1975, la película desafió convenciones y expandió los límites del humor

Una de las primeras películas que recuerdo haber visto es Los Caballeros de la mesa cuadrada, y creo sinceramente que influyó en mi sentido del humor, si no en mi visión del mundo en general. La luz guía de Monty Python era, por supuesto, la tontería. En 1975 ellos creían que el mundo necesitaba un poco más de ella. En 2025, necesitamos un cáliz lleno.

Como en su tiempo, la política moderna carece de un sentido de juego a la vez que lo emula. El tipo de “poseer al otro lado” al estilo Call of Duty/Elon Musk/Donald Trump, que se deleita en la demonización, desmoralización y sometimiento de los demás. Por otro lado, el bochornoso juego performativo de la izquierda, buscando conectar con los votantes.

Pero, como probablemente habrían adivinado los Python, ese sentido de juego creció dentro de los bufones de la cultura moderna —a veces en la corriente principal, a veces en espacios underground. Matt Groening, creador de Los Simpson, se inspiró en el “sentido de lo absurdo de alta velocidad y en no detenerte a explicarte”. Los creadores de South Park tomaron inspiración de las animaciones burdas presentes en el catálogo de Monty Python.

Ese tipo de juego sin límites —el tipo que encuentras cuando eres un niño merodeando por el vecindario con tus amigos, creando grandes aventuras a partir de nada más que imaginación— ha migrado a las redes sociales, visible en los clips cortos y sin sentido que surgieron en Vine y migraron a TikTok.

Aquí tienes una alpaca jugando al fútbol. Aquí tienes un perro con una cigarra zumbando en su boca. Aquí tienes un niño al que realmente le gustan las tortugas.

Ahí es donde vive ahora: ese sentido de fantasía, de descubrimiento, de maravilla.

Los Monty Python nos enseñaron que todas las reglas son simplemente creadas por los humanos. Cualquier cosa puede suceder.

Eso es lo que recuerdo más de ver Los Caballeros de la mesa cuadrada por primera vez. Pasé la mayor parte pensando: “¿Se puede hacer eso?”.

La película comienza antes de que realmente comience, con subtítulos en falso sueco que lentamente se transforman en frases absurdas sobre alces. Luego aparecen disculpas y despidos inventados. El chiste no termina. Las bromas pasan de alces a llamas, y cada segundo de metraje intenta hacer reír.

La promesa se cumple con una discusión absurda sobre golondrinas y cocos, y continúa con un recolector medieval de cadáveres. La economía narrativa es impecable: menos de 90 minutos y casi todos memorables.

La reinterpretación de las leyendas del Rey Arturo desde el disparate marcó una ruptura con las narrativas clásicas del cine histórico

Muchos chistes son infantiles: sangre a chorros, palabras ridículas, doncellas lascivas. Pero al crecer, surgen nuevas lecturas. Como el momento en que Arturo se encuentra con anarquistas que le niegan su autoridad. “El poder ejecutivo supremo deriva de un mandato de las masas, no de una ridícula ceremonia acuática”, le gritan.

Hoy, ese diálogo podría aparecer en redes sociales. Cuando nuestro sistema político es tan absurdo como el Caballero Negro sin extremidades, ese momento se vuelve extrañamente reconfortante.

Monty Python nunca ofreció un manifiesto ideológico, sino una burla constante. Desde campesinos que identifican a un rey porque “no tiene mierda por todas partes”, hasta fallidas estrategias conejiles.

Buscar significado profundo en Los Caballeros de la mesa cuadrada puede ser tan inútil como la búsqueda del Grial. Lo mejor es verla por centésima vez. Y luego buscar un bonito arbusto ornamental.

Quizás un laurel.

Fuente: The Washington Post