Subir Monserrate es una tradición religiosa y turística de Bogotá - crédito Camila Díaz/Colprensa

Quería estar a las 7:00 a. m. en la entrada de Monserrate, pero un tamal y una pelea entre un guardia y tres habitantes de calle retrasaron mi llegada.

“¡Tenemos agua a mil o dos mil pesos! Siga sin compromiso. ¡Queso con bocadillo! Compre acá, que arriba es más caro. A la orden las veladoras, los llaveros, las figuras del Señor Caído de Monserrate. Pregunte que tenemos lo que necesita”, se escucha en los alrededores de la entrada al sendero.

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Es la primera vez que veo tanta seguridad en el lugar. No requisan al ingresar, aunque sí revisan los bolsos. Apartan a los niños y les colocan un brazalete de identificación, para que, en caso de extravío, su encuentro sea más rápido.

Me sorprende la cantidad de parejas que hay, especialmente jóvenes. Desde hace mucho tiempo se cree que subir esta gran montaña, ubicada a 3.152 metros sobre el nivel del mar, hace que las relaciones terminen. En alguna parte leí o escuché —no recuerdo bien— que una pareja dio por finalizada su relación cuando culminó el recorrido. Se dice que el Señor Caído de Monserrate interviene cuando la persona no es la adecuada. Lo cierto es que a nadie se le ve con cara de preocupación. El ambiente es de motivación.

Existe la creencia popular que el ‘Señor Caído de Monserrate’ interviene en las relaciones cuando la persona no es la adecuada - crédito Daniel Mauricio Rodríguez Sevilla/Infobae Colombia

Cuando era niño, la señora Bárbara Jiménez (mi abuela) me contaba que subir Monserrate en las fechas santas era una tarea casi imposible. Gente descalza, arrodillada o que desciende hacia atrás genera una tediosa travesía. En los primeros kilómetros no contemplo nada de eso.

Tienen que pasar varios minutos para ver a la única persona bajar de espaldas. Tiempo después, observo las primeras personas descalzas. La aglomeración en el lugar es evidente. Caminar se hace más lento. En ocasiones no se puede avanzar. Si bien es agotador, se camina con cierta normalidad.

El Viernes Santo es la conmemoración más significativa del cristianismo, porque se recuerda la crucifixión de Jesús de Nazaret en el monte Calvario. Por eso, muchos fieles consideran que jugar, decir groserías, escuchar música y cualquier otro acto es pecado.

A la gente que está subiendo parece no importarle: se escucha vallenato, reguetón, guaracha y rock. También hay una pelea entre una pareja y alguien de logística. “Pirobo, no se coja de la cinta”, dice el encargado. La pareja exige respeto de forma airada, pero sigue su trayecto. La persona de logística dice algo más, que motivó al hombre a devolverse; sin embargo, su acompañante lo detuvo.

Muchas personas se detienen para descansar, aunque lo único que logran es retrasar a los demás. Algunos se revisan para evitar cualquier contratiempo: “¡Jueputa, 142 de presión!”, se oye en la lejanía. Otros cuentan sus anécdotas de vida: “Una vez metí un perro debajo de la camiseta y el hijueputa me cagó las tetas y el estómago”, le dice una mujer a su compañero. Un señor se queja de las nuevas generaciones: “En mi época me pegaban hasta con machete. Hoy uno grita a un chino y van a Bienestar Familiar”.

El Viernes Santo es la conmemoración más significativa del cristianismo, porque se recuerda la crucifixión de Jesús de Nazaret en el monte Calvario - crédito Daniel Mauricio Rodríguez Sevilla/Infobae Colombia

La gente se detiene a tomar fotos porque Bogotá comienza a verse pequeña. Apreciar la capital desde esta distancia siempre será maravilloso.

En el camino se observan negocios, cantantes, comerciantes, personas resbalan por culpa de las escaleras lisas. Todo se retrasa, aunque el verdadero problema es el olor a orines. Por varios minutos nadie pudo avanzar. El hedor casi acaba conmigo. Pobres las personas que subieron más tarde, porque uno de los puntos de espera para dar paso a los demás fue ese lugar.

Entre más cerca la basílica santuario del Señor Caído de Monserrate, las quejas aumentan. Unos dicen que no volverán a subir la montaña un Viernes Santo. Otros cuestionan los altos precios. Los entiendo: 4.000 pesos un jugo de naranja, ¡qué barbaridad! Familias cuestionan la poca fe en el lugar, pese a que varios hombres y mujeres están descalzos. Algunos bajan con sus figuras de Jesús crucificado —me pregunto si en verdad pesan más—. Los devotos al Señor Caído de Monserrate encienden las veladoras y hacen sus plegarias.

Basílica Santuario del Señor Caído de Monserrate - crédito Camila Díaz/Colprensa

Con la llegada a la cima, el ambiente se torna más religioso. Sin embargo, muchas personas están felices porque lograron el objetivo. Fotografías van y vienen. Otros lanzan sus monedas al pozo de los deseos. Se escucha la misa en todo el lugar. Los turistas prestan atención a su guía. Muchos inician sus oraciones por el vía crucis que representa la pasión de Cristo. Las figuras fueron traídas desde Italia en el siglo XIX.

Miro hacia Guadalupe y recuerdo que, en 1895, Harry Warner, equilibrista canadiense, cruzó los dos cerros con los ojos vendados. Jaan Roose, atleta estonio, en junio de 2023 también logró esta misma hazaña. En este mismo lugar se encuentra la Casa Santa Clara, que en 1979 fue trasladada al cerro. La cima de Monserrate tiene muchas historias.

Entre Monserrate y el Cerro de Guadalupe hay una distancia aproximada de 1.525 metros- crédito Camila Díaz/Colprensa

Por lo general, me demoro 30 minutos en subir Monserrate, máximo 40. En esta ocasión la travesía tardó una hora, 36 minutos con 20 segundos. Me espera la bajada. Deseaba que no fuera un calvario. Estaba equivocado.