Un estudio de la Universidad de Nueva York identifica la corteza orbitofrontal como clave en la toma de decisiones ante la incertidumbre (Imagen Ilustrativa Infobae)

¿Qué pasa en nuestro cerebro cuando enfrentamos situaciones inciertas, como decidir si esperar bajo la lluvia un colectivo que no llega o buscar otra alternativa? Investigadores de la Universidad de Nueva York dieron un paso clave para entender ese dilema al descubrir la región responsable de permitir que animales —y probablemente también humanos— deduzcan información que no está a simple vista y ajusten sus acciones frente a escenarios cambiantes. Publicado en la revista Neuron, el estudio arroja luz sobre cómo el cerebro aprende de la experiencia, anticipa lo que vendrá y se adapta cuando las reglas del entorno no están claras.

Cuando las ratas también pueden anticipar lo invisible

Para abordar este misterio, los científicos idearon un experimento con ratas de laboratorio. Los animales debían obtener su recompensa de agua, pero la cantidad y la accesibilidad no siempre eran obvias: dependían de señales visuales y sonoras que, al principio, no tenían un significado claro. Las ratas podían optar por esperar junto al dispensador o abandonar e intentarlo de nuevo más tarde, sin saber con precisión cuál era la mejor decisión en cada momento.

Con el entrenamiento, las ratas aprendieron a interpretar esas señales y a ajustar su “nivel de paciencia” de acuerdo con la “calidad” oculta de la recompensa. Si una cantidad intermedia de agua era, en ese contexto, la mejor opción, esperaban más tiempo; si el panorama era menos favorable, desistían antes.

Experimentos con ratas demuestran que los animales pueden deducir información oculta y ajustar su comportamiento según señales contextuales (Imagen Ilustrativa Infobae)

Ese comportamiento demostró que podían reunir pistas del entorno y deducir lo que no veían directamente, muy parecido a cómo una persona decide si debe esperar en la parada o buscar otro camino según la situación. Sin práctica, en cambio, las elecciones eran aleatorias y se perdían oportunidades. “Para sobrevivir, tanto animales como personas necesitamos deducir lo no evidente y anticipar los cambios”, explicó Christine Constantinople, autora principal del estudio.

El “centro estratégico” del cerebro

La próxima pregunta lógica fue: ¿dónde reside esta habilidad en el cerebro? Los investigadores analizaron la actividad de más de 10.000 neuronas en la corteza orbitofrontal (OFC), una zona situada sobre los ojos. Comprendieron que, cuando la situación cambiaba, esa región respondía rápidamente, reflejando la actualización interna de creencias y permitiendo ajustar las estrategias.

Para comprobar el papel crucial de la OFC, los científicos la “apagaron” temporalmente mediante una sustancia que inhibe las neuronas. El resultado fue contundente: las ratas perdieron la capacidad de adaptar sus decisiones a las señales contextuales y actuaron de forma mucho menos flexible.

Este hallazgo, destacado por Neuron, sugiere que la OFC funciona como un auténtico “centro estratégico” para navegar escenarios ambiguos y decidir cuándo vale la pena insistir o abandonar. Además, ninguna otra área cerebral analizada mostró este grado de programación inferencial, lo que subraya la especificidad y especialización de la OFC en este tipo de toma de decisiones.

La corteza orbitofrontal actúa como un centro estratégico que permite actualizar creencias y modificar estrategias frente a escenarios ambiguos (Imagen Ilustrativa Infobae)

Implicancias para la vida diaria y la salud mental

El valor de este avance trasciende la biología animal. Comprender cómo el cerebro adapta creencias y acciones ante lo incierto es clave para arrojar luz sobre condiciones como la esquizofrenia y el trastorno bipolar, donde a menudo falla la capacidad para interpretar correctamente el contexto y elegir la conducta más indicada. “Identificar exactamente qué región cerebral nos permite actualizar lo que pensamos acerca del mundo puede ayudar, a futuro, a desarrollar estrategias diagnósticas y terapéuticas más precisas para estos y otros trastornos”, señaló Constantinople.

El trabajo también revela que la experiencia es fundamental: tanto ratas como personas mejoran su flexibilidad mental a medida que se enfrentan a diferentes desafíos y tienen oportunidad de aprender de los errores. Así surge la verdadera capacidad de pensar “fuera de la caja” y adaptarse a lo inesperado. La plasticidad cerebral, en este contexto, emerge como una herramienta clave para sobrevivir y prosperar en un mundo en permanente cambio.

Abrir puertas al futuro del cerebro

Más allá de las ratas, los hallazgos de la Universidad de Nueva York invitan a reflexionar sobre cómo las personas enfrentan la incertidumbre en la vida cotidiana: desde tomar nuevas rutas en el tránsito hasta adaptarse a cambios de planes o resolver problemas laborales imprevisibles. Saber que existe un “centro de estrategia” dentro del cerebro ayuda a comprender por qué algunos logran adaptarse mejor que otros, y por qué la experiencia y el aprendizaje marcan diferencias tan profundas en la toma de decisiones.

En definitiva, estos avances no solo explican el ingenio animal sino también el humano, y allanan el camino para nuevas investigaciones sobre la flexibilidad cognitiva, el aprendizaje y la salud mental.