Hola, querido Bob: qué bueno que atendiste. Seguro que te irrita tanta familiaridad, esto de “querido”. Perdón; es que a esta altura sos un amigo, un confidente, alguien a quien llamar en mitad de la noche, cuando afuera diluvia y vos estás desesperado y nadie contesta, porque todo el mundo está harto del celular y lo tiene apagado pero vos, sí vos, querido Bob, todavía usás teléfono de línea.
Entonces marco: 0-800-BOBDYLAN, que es lo mismo que poner ‘play’ a muchos de tus discos, y ahí está siempre tu voz al rescate, aunque sean las tres de la mañana y suenes horrible porque, seamos honestos, qué voz arisca la tuya. No es que uno llame a esta hora, te escuche y diga: “Ah, qué tranquilizador. Todo va a estar bien”. No. Uno sabe que si es madrugada, sobre la mesa hay un vaso transpirado y de fondo suena tu música, con ese decir tan de camino de ripio que tenés, bueno, la cosa no pinta rosada.
Llamo, Bob, porque el año empezó mintiendo -¿no empiezan así todos?-, con la promesa de la página en blanco y un sinfín de maravillas por venir. Pero después del baile, los brindis y los abrazos, lo que quedó en estas primeras semanas de 2025 acá abajo -estoy hablando desde Buenos Aires- es el maquillaje corrido, Robert.
No te voy a aburrir con angustias personales. Pero vos sabés, que si te busco a esta hora, es porque enero no fue fácil. ¿Y qué se puede esperar del resto de un año que arranca llevándose súbitamente algo preciado, que no te da ni tiempo de sacudirte la borrachera de saludos y buenos deseos que todos nos damos cuando cambia el calendario y corta la música de repente, sin avisarte siquiera que disfrutes de bailar una última canción? ¿Qué pasa cuando las luces se apagan, Bob? Vos, que siempre viste el futuro, que cuando eras el mesías del folk te compraste una moto y huiste tan lejos de los valles bucólicos que hasta te llamaron Judas, y que después sobreviviste en el rock como el outsider más eminente, refugiado en los anteojos negros y la poesía distinguida. Vos algo sobre cómo seguir adelante sabés.
Ya sé que no soy Dylaniana. Que me faltan discos en la colección, que no puedo recitar líneas completas de tus canciones (bueno, quizás algunas pocas), que años enteros de tu obra son baches en mi capital cultural. Y sin embargo, no hay un momento en el que no hayas estado. A tu modo, claro, con sana distancia, con esa displicencia de “Me gano el Nobel y no voy a la ceremonia”. Pero tu voz es el sosiego, Bob, esa voz que tiene algo de esperar el último tren con la vista clavada en el horizonte de las vías, de estar a la intemperie de las circunstancias pero confiar en que un giro de último minuto, el azar, lo extraño del mundo -y vaya que es extraño-, cambie las cartas y ganes la partida.
En estos días tanta gente habla de vos. Te vemos en los cines por el estreno de tu biopic, Un completo desconocido -por cierto, qué actuación la de Timothée Chalamet… Qué gran nuevo actor tenemos- y retomamos tu arte, y se escriben cientos de artículos y ensayos… En estos días recordamos que siempre fuiste un faro.
Por eso te llamo, Bob. Yo también quiero comprarme una moto -el accidente que tuviste prefiero no emularlo-, quiero tu campera de colores y la pose arrogante con la que mirás desde la tapa de Highway 61 Revisited. Quiero escribir una canción como “Most of The Time” y que suene en una de mis películas favoritas (Alta fidelidad), quiero empaparme de la efervescencia del Village neoyorquino en los años 60, quiero que alguien me cante: “¿Qué hace una chica como vos en un basurero como este?”… Quiero pensar que lo que viene es muy bueno, Bob.
Vos, que desde la Tierra golpeaste las puertas del Cielo, vos que hablás con la madre de las musas, pedile que cante para mí también. Que cante para todos. Decinos cómo se siente, Bob. Cómo se siente ser libre, estar por tu cuenta, sin dirección a casa. A complete unknown, just like a rolling stone…