Todo es muy intenso. El verde seco de los pastos que cubren los cerros, el celeste profundo del cielo limpio de nubes, el gris de las piedras. Como si la naturaleza usara los filtros de Instagram de forma permanente; ahí, a 1000 metros de pura elevación cordobesa sobre el nivel del mar, los colores refulgen. Y también ahí, en medio de tanta belleza, algo no encaja con las coordenadas del paisaje.

Sobre un llano del cerro, un círculo negro de pasto quemado como de 20, 30 metros de diámetro, va a cambiar la historia del pueblo para siempre. En esa mañana de mediados de los años ochenta, policías, lugareños, y hasta los bomberos están para ver de qué se trata la misteriosa quemazón.

Pero va a ser un hombre frente a la cámara de un noticiero el que realmente fundará el mito. Él es muy intenso, entonces, trepándose a los cerros -o como hará en unos meses más, metiéndose en una mina abandonada-, le dice al hombre que lo filma: “Seguime, Chango, seguime”. Y esa frase que circula aún hoy, revela al periodista José de Zer y sus notas para Nuevediario (el noticiero que se emitía por Canal 9), y la cobertura del caso que le dio 50 puntos de rating: los extraterrestres de Córdoba.

Mónica Ayos y Leonardo Sbaraglia en una escena de

El hombre que amaba los platos voladores es la nueva película del director argentino Diego Lerman, sobre la figura del periodista y su particular forma de contar historias. Producida por Netflix, llega a la plataforma hoy. Antes, el film tuvo sus viajes: se presentó por primera vez en el Festival de San Sebastián, en septiembre; pasó por algunos cines..

La idea de contar a de Zer y los ovnis, empieza por algo más bien territorial: el director pasó muchas vacaciones en Córdoba. “Hay todo tipo de fábulas sobre alienígenas y me interesó abordarlo. Recordé la figura de José de Zer. Vi los videos en Youtube. Lo que había era la confluencia de muchas cosas que me interesaban”. Eso que lo atrajo sobre esa historia, es algo así como una seriada de mamushkas.

Pensar un guion (narración uno), para contar a un contador (narración dos), que a su vez ficciona sus propias historias (ficción tres). En esto de narrar, Diego Lerman (Buenos Aires, 1976) lleva más de veinte años de carrera, que podría decirse que inició mucho antes, con esas proyecciones en su casa de infancia en los cumples, cuando sus padres prendían el proyector para ver El globo rojo.

Desde el presente, ésta es su séptima película. Sobre las cosas que le interesaban a la hora de decidirse por el universo multiplicado de José de Zer, dice: “Me atrajo mucho contar la historia de un creador de ficción. Nada muy diferente a lo que es un cineasta. Él, allá, en medio de los cerros con su camarógrafo y un par de recursos, teniendo que sacar equis cantidad de notas por semana”.

En ese paralelo, aparece la importancia de saber trabajar en equipo. “Él hablaba con los pobladores, guionaba, se le ocurrían cosas. Generaba un verosímil del jadeo, de las cámaras, las muletillas, desenterraba cosas. Como alguien con mucha noción de la puesta en escena. Todo eso como cineasta. Muy atractivo, jugoso, divertido para pensar”.

Esa mirada de Lerman sobre el trabajo de José de Zer es un zoom a la forma, lo que salía al aire. Es decir, había mucha edición: una maquinaria del contar. Y eso se ve en la película, que es dinámica, narrativamente. Lo que se dice: un guion ajustado. No hay textos de más. Las actuaciones, igual. Más que una ficha técnica del reparto, una enumeración detallada de un gran elenco: Osmar Núñez, María Merlino; también las perlitas como personajes dentro del film a cargo de Norman Briski, Daniel Aráoz, Mónica Ayos; y la actuación de Renata Lerman (hija del director) como la hija adolescente del periodista.

Archivo familiar de Paula de Zer

Y claro, el José de Zer de Leonardo Sbaraglia, que habla con el pulso del hombre de Nuevediario (especialmente cuando se agita) o apaga las palabras al final de las oraciones como aquél. El trabajo con el cuerpo. Pero no es una biopic ni un perfil.

Con las licencias que da la ficción, Lerman reflexiona sobre el qué. “Hay como un sentido más profundo que me atrajo. Del recorrido que elegí contar en el guion y es el de una persona que va perdiendo la cordura, alguien que se va separando de la realidad, que empieza a mezclar fantasía con realidad. Se cuenta un tratamiento psiquiátrico, se cuentan distintas cosas. Hay algo que se va despegando: alguien que empieza a creer en su propia fábula. Un creador de una fábula que después con cierta idea -mitómano-, comienza a creer en sus mentiras. Hablo sobre el personaje de la película, no de José de Zer. Alguien que cree en aquello que inventó. De sentirse un elegido. Un enamorado de su relato con la convicción de que si bien hay una mentira, es por una verdad que está detrás”.

Eso abre desde el personaje hacia algo más universal. ¿Qué se cuenta cada persona a sí misma? “Finalmente, creo que es una película sobre las creencias. Ya sean religiosas, extraterrestres, mágicas, de brujerías: el nombre que uno quiera ponerle. Pero creo que atraviesan la historia de la humanidad. Los años que sean, desde los inicios de las cavernas hasta hoy. La humanidad en sus vertientes, en su sociedades politeístas, monoteístas, guerras, pero atravesadas por esos elementos en los que creés”, destaca Lerman.

Diego Lerman es el director de

José de Zer fue un periodista que antes de llegar a esos 50 puntos de audiencia, había trabajado en medios gráficos. Nació el 21 de febrero de 1941 con el nombre de José Bernardo Kerzer, murió joven, a los 56 años. Pero esos meses de salir al aire con historias sobre ovnis, lo cambiaron todo. Entonces, cuando en un plano más amplio se lo veía frente a cámara en cada casa sintonizada en Canal 9, aparecía el hombre delgado, de piernas largas, que hablaba sin poder parar. No a la manera de Rápido y furioso, sino más bien como un cuenta cuentos de ritmo pausado, para que todos entendieran.

Sobre la materialidad de lo que de Zer hacía, Lerman lo entiende así: “Era como el origen de lo que hoy llamamos la Fake news. La noticia falsa, casi arqueológicamente, de una manera muy inocente. Pero, bueno, generaban 50 puntos de rating, un fenómeno”.

La audiencia de Canal 9 seguía los universos paranormales que de Zer proponía con fidelidad. Pero hasta que el autor de “Seguime, chango, seguime” llegara a ser la estrella del noticiero, el camino profesional tuvo su longitud.

Sobre esto, Lerman señala: “Es el recorrido de un periodista de espectáculos que tuvo distintas etapas. En ese momento, estaba cubriendo espectáculos, una temporada veraniega en Carlos Paz, con la guerra de vedettes y todo eso, y de golpe se encontró con esto: le vio el filo y empezó a armar algo. La novedad es que el canal lo pasaba en el noticiero. A partir de ahí, se genera un fenómeno que me pareció interesante en estos tiempos de posverdad, casi como el origen de algo”.

Archivo familiar de Paula de Zer

Aunque no está la intención de contarlo muy pegado a lo real, hubo mucha investigación sobre el personaje, como también sobre el contexto de época. De su pasión por saber en profundidad sobre lo que va a contar, el director reconoce que, de no haber sido cineasta, hubiera sido -quizás-, antropólogo. Que le encanta meterse en tema.

“En mis películas anteriores hice mucha investigación. Es hablar con la gente”, destaca, y en seguida nombra algunas de sus películas donde define sobre qué investigó. “En Una especie de familia, tráfico de bebés; en El suplente, el conflicto con docentes, alumnos, venta de drogas. Tengo bastante experiencia en recabar testimonios, la gente en general se me abre. En el caso de José (de Zer), lo que sucedió es como que hay versiones. Según con quien hables”.

Todo ese trabajo termina en el guion. Además del seguimiento del público, los premios cosechados por sus películas, subrayan su forma de hacer cine. Y sus recorridos: además de haber estudiado en su momento en la carrera de Imagen y Sonido (UBA), pasó también por Dramaturgia (EMAD) y actuación con Ricardo Bartís. Es director de obras de teatro. Para alguien con ese oficio, el guion para El hombre que amaba los platos voladores no debe haber sido tarea de liviandad alguna.

Detrás de escena: Sergio

De hecho, reconoce que tuvo varias instancias. “Hay algo del arco del personaje. José de Zer era una figura muy amplia, no se tenía acceso a su intimidad, por esto de lo que también se ocupó: festejaba dos veces el cumpleaños con distintas fechas. No había mucha información. De golpe, sí, datos sueltos: algún amigo o compañero de trabajo que contaba algo”.

Ese hermetismo pareciera haber querido cuidar algunos aspectos de su vida. Lerman lo cuenta así: “Un dato que usamos en el guion es que él había peleado en la Guerra de los Seis Días en el Sinaí como teniente. Que había vivido en Israel, que fue tremendo, pero que nunca quería contar nada de eso. No se sabe si se escapó o no. Como lugar icónico en una película sobre las creencias, el Sinaí era la confluencia de un montón de religiones, de conflicto, eso fue algo que rescatamos en un momento y que tiene su escena”.

Hay algo que nunca llegó al guion. Porque antes, tampoco, a las manos del director. En ese afán por la investigación, Diego Lerman buscó dar, quizá, con el talón de Aquiles: lo no editado. Verlo, tal como su camarógrafo, Carlos “Chango” Torres, lo veía al filmarlo.

“Pude entrar -subraya Lerman- a los archivos de Canal 9. Pero yo buscaba algo que no encontré, y creo que no existe más, y que me hubiese encantado encontrar. Lo busqué bastante en los archivos: un bruto de cámara. No tanto las notas editadas, sino cómo eran que se hacían esas notas. Existía la posibilidad de que no hubieran regrabado uno de esos casetes, pero no aparecieron. Las notas son bastante rústicas desde los ojos de hoy, pero para el espectador de aquél entonces generaron un fenómeno: hubo gente que se fue a vivir ahí. El pueblo de Capilla de Monte, explotó”.

La geografía de El hombre que amaba los platos voladores no es la tierra donde todo pasó. Después del boom de lo paranormal en las tierras cordobesas, no existen más esos cerros de los videos. “Yo estaba buscando -sostiene Lerman- un pueblo que me dé Capilla de los 80. Era una búsqueda un poco difícil en la provincia de Córdoba. Esos pueblos están un poco intervenidos o crecieron más de lo que era Capilla en ese momento. Al no dar con el lugar adecuado, apuntamos para el lado de San Luis y ahí nos encontramos con La Carolina, que tenía unas características muy definidas. No tenían que ver con lo que yo tenía escrito, pero de golpe estaba todo lo que necesitaba. Ciertas condiciones que en 360 grados eran de época: es un pueblo de piedra, medio detenido en el tiempo, fotográficamente daba algo muy singular, atractivo. Lo que hice fue adaptar el guion al pueblo”.

Diego Lerman aplaudido en el Festival de San Sebastián donde presentó el film. (Photo by Juan Naharro Gimenez/Getty Images for Netflix)

El paisaje cierra para el verosímil. San Luis es esa Córdoba. Sbaraglia, José de Zer. Por eso en la escena que todo lo va cambiar, se lo ve parado en medio del operativo de bomberos, policías y sorprendidos varios por el pasto quemado. El micrófono se acerca al jefe de bomberos (Daniel Aráoz), que en tono cordobés dice: “Acá la paja brava se ha quemado por arriba y no se ha quemado por abajo”.

El periodista despliega sus hipótesis sobre los ovnis. Pero el lenguaje, que siempre es revelador, lo expone preguntándose sobre un lugar común: si quizá nos estamos solos en este planeta. Estar “solos”, dice. Y tal vez así -por la palabra-, en la fábula anide una verdad. Un fantasma personal. O universal. Pero el show debe continuar, y entonces el hombre mira lo negro sobre lo verde, lo muerto sobre lo vivo, ficción y realidad, y cuenta: “Como podrás ver, Changuito, el círculo es perfecto”.