En los años que estuve al frente de La Flor de Barracas se realizó, en el Salón Villoldo de ese bar, un Ciclo de Cine y Etnografía organizado por la Sección de Etnología y el Instituto de Arqueología de la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad de Buenos Aires. La cita era el primer jueves de cada mes a las 19. La programación del ciclo estaba en manos de Mariela Eva Rodríguez, antropóloga (UBA), doctora en Literatura y Estudios Culturales, y Majo Figuerero, investigadora del Instituto de Arqueología de FFyL (UBA). Mientras se pasaban las películas, fuera de la sala, hice migas con Willie Mengoni, profesor consulto del mismo Instituto y pareja de Majo. Por razones laborales Willie siempre llegaba tarde y, para no interrumpir la película, nos quedábamos tomando unos tragos y charlando sobre arqueología y etnografía cafetera de una ciudad rica hasta lo inagotable: Buenos Aires.
Hace unas semanas coincidimos con Willie y Majo en una caminata guiada por la calle Viamonte, en el Centro de la Capital. Y de inmediato pensé en retomar esas viejas charlas para escribir una nota. Por largos años esa pareja de investigadores realizó un estudio en el área de Los Antiguos, provincia de Santa Cruz. Con ese antecedente, se me ocurrió encontrarnos en un café viejo, bien barrial, con nula presencia anónima o parroquianos casuales. Un café que, a su vez, represente a toda la comunidad que lo rodea. Bien alejado del Centro. Y propuse juntarnos en el Bar Oriente, Villa Ortúzar. El lejano oriente para mí, vecino de La Boca.
El Café Bar Oriente está ubicado en la avenida Álvarez Thomas 1800, esquina Plaza. Desde 1993 el boliche está en manos de la familia Basabe. Dionisio Basabe, el padre de la familia, histórico gastronómico de La Paternal, le compró el fondo de comercio a un gallego muy mayor, que no podía mantenerlo en condiciones y que, desde hacía rato, había colgado su alma en el perchero de la entrada. El bar ya se llamaba Oriente. Curiosa y sugestiva denominación que habilita las más variadas líneas de investigación. Por lo pronto, los Basabe, protectores del patrimonio barrial, desconocen la razón del nombre, pero lo mantuvieron.
¿Y qué se puede afirmar con respecto de su antigüedad? En principio, para conocer los años del Oriente hay que apoyarse en testimonios orales. Los Basabe, por caso, le alquilaron por muchos años la esquina a Lucía. Una jubilada docente, propietaria del inmueble, que falleció cinco años atrás y vivió hasta los 100. Lucía nunca trabajó en el bar, pero sí lo había hecho su padre. Por lo tanto, podría inferirse, sin temor a cometer un grosero error, que el boliche, como bar, ya funcionaba en la primera mitad del siglo XX y que podría estar por cumplir su primer centenario.
Hoy el comandante en jefe del Bar Oriente es Gerardo, hijo de Dionisio. Aunque ese viejo gastronómico no abandonó la lucha, sigue manejando los hilos desde la trastienda. Paige Nichols, la estadounidense que lee las necrológicas del diario La Nación en el bar La Rambla, me pasó un dato que circula entre los expatriados: Oriente tiene la mejor suprema de pollo de toda la ciudad. Quizás sea la magia de todavía tira don Dionisio en la cocina. Lastima que esa información la recibí luego de la visita. De haberlo sabido cambiaba el horario. La cosa es que con Willie nos citamos a las 9:30, ordenamos dos cafés con medialunas y pusimos en marcha la investigación arqueológica etnográfica del Bar Oriente.
Me dijo Willie que a partir de la materialidad, es decir con los objetos existentes, puede reconstruirse la historia de un lugar. Y a través de la etnografía, observar el café en funcionamiento. Recuerdo que en nuestras charlas barraquenses jugábamos a armar un listado de objetos, apilados en los estantes, que sirvieran de patrón para todos los cafés tradicionales de Buenos Aires. ¿Qué nos reveló, por caso, el Bar Oriente?
Gerardo Basabe entró a trabajar en el bar, a los 16 años, para colaborar con su padre. Hoy tiene 48. A los 13 estudió dibujo con el reconocido humorista Carlos Garaycochea. Luego completó los estudios en la Escuela Prilidiano Pueyrredón. Logró el título de profesor de dibujo. Pues lo primero que se observa en las paredes del Bar Oriente es una serie de dibujos y caricaturas que incluyen a Dionisio, parroquianos y figuras del deporte y el espectáculo. Detrás de la barra, el lugar donde es habitual que los bares armen su altarcito pagano, se acumulan imágenes del Gauchito Gil, el Cura Brochero y San Cayetano. Y vasos, copas, tazas, jarras, pingüinos y sifones. Y un búho tridimensional, una mulita, un choique y otros recuerdos de lugares del interior del país. Y se suman billetes fuera de circulación, textos y leyendas pintadas con fileteado porteño y fotos familiares. Y más bocetos, dibujos, retratos y caricaturas hechas por Gerardo. O sea, la más cabal descripción de objetos que permite escribir la biografía de los Basabe.
Mientras Gerardo recibe proveedores y atiende a la clientela se acerca a nuestra mesa y responde a nuestro cuestionario. Sostiene mi parroquiano adjunto que con la arqueología y la etnografía se construye una leyenda. Mito que puede apoyarse sobre bases empíricas o cumplir con el imaginario de lo que, en este caso, el bar representa para el barrio. ¿Cómo era Villa Ortúzar cuando abrió el Bar Oriente? ¿Qué leyenda se transmite por la vecindad que haya ocurrido en sus mesas?
Cuenta Federico Goldchluk en el libro Historias de barrio 3 —GCBA, 2011— que el 26 de abril de 1862 el inmigrante vasco Santiago Ortúzar compró las manzanas ubicadas entre las actuales Triunvirato, Elcano, Tronador y Álvarez Thomas. La zona era un lugar de quintas con plantaciones de verdura, fruta, alfalfa y maíz. Había también higueras y vides. El vasco Ortúzar delineó las calles que, hacia fines del siglo XIX, fueron ocupándose de inmigrantes que compraban un pequeño terreno donde construir su casa y conservar hábitos propios de sus pueblos de origen. Este perfil de tranquilidad y silencio se mantiene, aún hoy, por las calles del barrio.
Ya avanzado el siglo XX, fueron instalándose en Villa Ortúzar distintas industrias. Por ejemplo, la Perfumería Griet, la Papelera Buenos Aires y la fábrica de Anilinas Colibrí. Sin embargo, el emblema barrial fue la empresa textil Sudamtex. Por esos años es que, se supone, abrió el Bar Oriente que pronto se convirtió en un boliche de laburantes de la zona.
Hoy, en verdad, la realidad es bien distinta. Las empresas se mudaron a parques industriales fuera de la ciudad o dejaron de existir a partir de las sucesivas crisis económicas. Los Basabe fueron testigos de la transformación. Gerardo nos dijo que el barrio se reconvirtió. La llegada de productoras de TV y cine, más nuevos emprendimientos inmobiliarios, acercaron otro tipo de vecinos y habitués. De todos modos, el Bar Oriente mantiene la clientela tradicional. Quizás, rote y reciba más visitantes de zonas alejadas a la hora del almuerzo —sobre todo, entre quienes manejan el dato de la suprema de pollo—, pero durante la mañana, la dinámica mantiene la tranquilidad de la vida pueblerina.
Y, una vez más, los Basabe son los únicos responsables. Si como afirma Willie Mengoni la etnografía permite observar costumbres e interacciones, en el Oriente, por exclusiva decisión de sus dueños, no hay wifi. Tampoco televisor. Al Bar Oriente se va a charlar. Como antes. Como siempre. El hecho más notable, una vez que se entra al bar es el silencio. Un fenómeno que llena de terror a muchos dueños de cafés y bares quienes entienden a pensar la ausencia de sonido como un vacío que hay que completar a como sea. En el Bar Oriente la conversación es un hábito que se mantiene. Incluso de mesa a mesa. Y como segunda opción, la lectura. Gerardo es el canillita curador del boliche. El Bar Oriente ofrece dos diarios a su clientela: Clarín y Popular. El revistero también tiene una colección de revistas Weekend, Condorito y el último número de Semanario. Esa “bibliografía” permite determinar el perfil de los parroquianos “orientales”.
Las leyendas que circulan por las mesas del bar cuentan que Osvaldo Pugliese era un asiduo concurrente. Como también Gustavo Cerati que estudiaba en el Instituto San Roque —queda a la vuelta— y el Bar Oriente estaba de camino a su casa. Gerardo jamás se cruzó con ninguno de los dos, pero qué va, las leyendas están para ser transmitidas y él cumple con la consigna.
Nuestro trabajo de campo está concluido. Antes de irnos Willie pide una docena de empanadas para llevar. Está claro que con la investigadora Majo tienen, para el almuerzo, un último estudio de materialidad que verificar y que concluya la investigación. Saludo a Gerardo y prometo volver otro día en otro horario. Ahora tengo una misión suprema.
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