
Es la primera vez que escribo un artículo con mis lecturas preferidas de un año. Siempre se nos pide tres o cuatro títulos y un par de párrafos para explicar la elección. En general lo que sucede es que al final ese artículo es una hermosa constelación de lecturas muy diversas que se complementan, dialogan, y dan a los lectores un abanico amplio y variado del cual dejarse influenciar.
Sin embargo, este año tengo que hacer la nota yo, con mis lecturas preferidas de ficción y deben ser cinco. Al principio pensé qué placer, qué fácil. Este fue un año sin grandes estridencias en la literatura, pero con libros contundentes, bien acabados, bien construidos. Y uno agradece esa hechura. Luego de varios días de revisar las listas de mis lecturas de este año, entré en pánico: cómo voy a dejar afuera a tal o cual, si se repite mucho una editorial, si hay balance entre escritoras y escritores, argentinos y extranjeros, en fin. En su magnífico libro El vértigo de las listas, Umberto Eco afirma que una lista se define por sus ausencias, y entonces sepan ustedes completar todas las omisiones de esta lista que debe ser acotada, pero que tiene un poco más de cinco libros.
Fue un año sin estridencias, decía. Libros que no necesariamente alzaron la voz, no hubo grandilocuencia, pero sí un clima que se volvió casi un ritual: temas íntimos, autobiografías fuera de serie (como la de David Lynch), crónicas de enfermedades y vida (como las de Caparrós o la de Kureishi). Comparten, todos los libros de mi lista, una intuición en común: que el mundo contemporáneo no se manifiesta en grandes eventos, sino en los detalles. En decisiones mínimas, en silencios que son funcionales pero precarios. Estos libros no narran la caída (aunque el de Kureishi nace de una); narran el instante, mucho más inquietante, en que uno comprende que la caída ya está en curso. Aquí les dejo, entonces, los libros que se quedaron en mi cabeza por más tiempo en 2025:
Fiordo publicó Agua negra, de Joyce Carol Oates. Y, si bien es un libro de 1992, nos llega este año en una deslumbrante traducción al español de Ana María Moix. Inspirada en un hecho real que ocurrió en 1969, esta breve novela narra los últimos momentos de una joven, Kelly Kelleher, después de que el coche en el que viaja se hunda en aguas pantanosas. Atrapada dentro del auto, Kelly espera a que la rescate un senador que manejaba el auto y que ha prometido ir en busca de ayuda. La novela se desarrolla dentro de su conciencia fragmentada, donde el miedo, los recuerdos y la esperanza chocan entre sí. No es una novela sobre un hecho político, aunque el hecho esté allí, como un fondo que no necesita ser explicado. Es una metáfora sobre el cuerpo cuando el sistema se ausenta. Para la narradora, que va mascullando hipótesis de rescate y posibles desenlaces de ese accidente, no es la posibilidad de la muerte el centro de su discurrir, sino la certeza de que nadie va a volver a buscarla. Que el abandono no es error, sino una posibilidad prevista y aceptada como una especie de daño colateral. Oates nunca falla.

El 2025 nos regaló un nuevo libro de Samanta Schweblin. En los cuentos que componen El buen mal todo funciona en apariencia. Padres que cuidan, parejas que protegen, comunidades que regulan. Y, sin embargo, desde la primera página, el lector siente que algo está torcido, fuera de quicio, ligeramente inquietante. Schweblin entiende que el mal más persistente no se presenta como exceso, sino como algo cotidiano que asecha y no se deja ver a simple vista. Sus cuentos terminan segundos antes de una explicación posible, sensata. El horror no está en lo que ocurre, sino en lo razonable que parecía todo cuando ocurrió. El lector no puede absolverse: reconoce la lógica, reconoce la posibilidad de existencia de esa realidad. El buen mal es un Schweblin de pura cepa, cada cuento construido de manera perfecta.
En 2023, Paul Murray ganó, entre otros tantos premios, el Booker Prize con la novela La picadura de la abeja que llegó este año en traducción. La historia que aquí se narra sigue a la familia Barnes en un pequeño pueblo irlandés mientras sus vidas aparentemente normales comienzan a desmoronarse. Cada miembro de la familia narra desde su propia perspectiva, miedos privados, fracasos y autoengaños atravesados por (la falta de) el dinero, la vergüenza y la presión social. A medida que la inseguridad financiera y el aislamiento emocional se intensifican, la novela expone cómo los pequeños acuerdos tácitos y silencios se acumulan con el tiempo, y pueden convertir la vida familiar en un sistema frágil al borde del colapso. Es una novela de esas que te saca carcajadas con situaciones que no son para nada graciosas, pero que funciona como una válvula de escape para tolerar la frustración. Cargada de sentido común, La picadura de la abeja explora la lógica de la supervivencia, la ansiedad por los problemas económicos y la furia adolescente en una novela coral que no tiene desperdicio.

Belén Longo publicó su Temporada de pejerreyes. La novela se articula desde dos miradas en tensión y se desarrolla en un territorio atravesado por desigualdades profundas. Por un lado, Gregorio, un herrero cuya existencia se sostiene en rutinas simples: el vínculo con sus hijos, el cuidado de su viejo Duna, su Perla Negra, y un trabajo que lo define. Se le presenta la posibilidad de trabajar en una casa situada en un lugar que le resulta del todo hostil desde el principio, pero él se va a empecinar en que las cosas funciones. Tiene mucho que perder si eso no sucede.
Por otro lado, conocemos la historia de Dolores, una joven de clase acomodada que vuelve a Laferrere después de la muerte de su padre, durante la pandemia. El trasfondo de una abuela distante, los recuerdos que vuelven y el peso de los mandatos construyen un relato coral que indaga en la tremenda dificultad de ordenar algo cuando el mundo parece que está todo patas para arriba. Casas sin terminar, otras venidas abajo, una tensión social omnipresente vuelve a esta novela una bocanada de aire fresco en la literatura argentina.
Y luego está Solvej Balle y el primero de una serie de libros sobre el tiempo que es de lo mejor que he leído en mucho tiempo. En una fallida traducción de su título, El volumen del tiempo sigue la vida de Tara Selter, una mujer que se despierta y descubre que el tiempo ha dejado de avanzar. Un solo día se repite sin cesar: la fecha nunca cambia, el mundo se reinicia y el futuro no llega. A diferencia de las típicas narrativas de bucles temporales, Tara no se embarca en una búsqueda para intentar salir de ese bucle, sino que aprende a vivir dentro de esa repetición observando cuidadosamente cómo los objetos, los espacios y sus propias percepciones cambian sutilmente incluso cuando el tiempo no avanza.
El significado de las cosas y la explicación de los eventos no surge del progreso, sino de la atención: pequeñas variaciones, recuerdos, soledad y la tremenda conciencia de vivir cuando el cambio, parte vital de la existencia, ya no está garantizado. La novela es el primer volumen de un ciclo más amplio que se perfila como una meditación extendida sobre el tiempo, la conciencia y la existencia más allá de la cronología lineal. Una rareza.
Y sí, se quedaron conmigo muchas mujeres este año.
Dejo afuera de esta selección varios libros que me conmovieron y de los que escribiré entusiastas recomendaciones para así burlar el pedido de la fatídica lista de cinco libros.