Lapacho rosado en flor frente a la Casa Nougués, sede del Ente Tucumán Turismo.

“Tucumán es un gran incesto”, dicen que decía un cura español, asombrado ante tanta endogamia. Un puñado de familias de apellidos tradicionales (Zavalía, Posse, Nougués, Lobo, Padilla, Colombres, entre otros) se casaban entre sí y mantenían imperturbables las costumbres de la Tucumán más encumbrada. Me lo cuentan en el Museo de Arte Sacro, que está a unos pasos de la Catedral Nuestra Señora de la Encarnación, frente al Museo Nicolás Avellaneda, a una cuadra y media de la Plaza Independencia y a media cuadra de la Casa Histórica de Tucumán. Todo bien cerca y condensado.

“Muchas de las obras que exponemos estaban olvidadas en sótanos”, señala Carmen Ocaranza, licenciada en Artes Plásticas y guía de este museo que nació de donaciones. Cuadros, imaginería y platería que ya no podían conservar las familias que alguna vez fueron ricas, por falta de dinero o espacio. Y que, en algunos casos, integraban sus capillas en ingenios azucareros. “De 1669, Nuestra Señora del Rosario de Pomata es el cuadro más antiguo del museo”, agrega. Estuvo un tiempo en el Arzobispado de Tucumán y nadie sabe bien cómo llegó hasta ahí. Retrata a la virgen de un pueblo del lago Titicaca. El sincretismo se observa en el manto piramidal, por lo sagrado de la montaña, y en las plumas de las coronas. Está pintado sobre una arpillera, porque escaseaban las telas de pintor. Pero no es la única joyita; también hay un sagrario de madera que fue confeccionado en la Chiquitanía, las misiones jesuíticas de Bolivia, con los inconfundibles angelitos de rasgos indígenas.

La virgen y el niño, por Marcelino Choque Galdós. A la derecha, Nuestra Señora del Rosario de Pomata.

En otra sala, una muestra permanente con pinturas de ángeles arcabuceros está firmada por Marcelino Choque Galdós, un peruano que se radicó en Tucumán hace ya más de una década y trabaja con sus hermanos. Dorados, floridos y rozagantes, los cuadros embellecen y le quitan rigor a este museo que expone el costado más devoto de Tucumán.

Fundación y mudanza

“San Miguel de Tucumán nació en Ibatín, a 50 kilómetros de acá. La fundó el general Diego de Villarroel en 1565”, me marca Ramón, guía del Ente Tucumán Turismo. Lugar de paso entre el Alto Perú y el Río de la Plata, pronto padeció el mal cálculo de su ubicación por las lluvias, la crecida de los ríos y las pestes. La mudaron a su emplazamiento actual en 1685 y con mejor suerte. “La diseñaron en damero: nueve manzanas por nueve. Con plaza principal, el cabildo y la iglesia a su alrededor. Eran construcciones de barro y paja. El traslado fue complejo, porque no todos querían venir. Habían estado más de un siglo en Ibatín”, comenta Ramón cuando salimos del Museo de Arte Sacro y nos dirigimos al Museo Nicolás Avellaneda.

La Casa de Gobierno de Tucumán queda sobre la Plaza Independencia.

Antes de entrar, se adelanta en el tiempo y me pone en tema sobre el héroe de los tucumanos, Bernabé Aráoz (1776-1824), que vendría a ser como el Güemes de los salteños. “Belgrano llegó a Tucumán en 1812 como el general de la desobediencia. Había comandado el Éxodo Jujeño porque Pío Tristán, líder realista, bajaba desde el Alto Perú para reconquistar la zona. Tras una reunión, Aráoz y Juan Ramón Balcarce le aseguraron que el pueblo tucumano estaba dispuesto a dar pelea. Serían 700 hombres para sumar a los 1.000 que ya integraban el Ejército del Norte. No tenían entrenamiento ni armamentos. Convencido, pero consciente de lo difícil que sería la tarea, Belgrano se acercó al templo de la Virgen de la Merced (que por entonces era una toldería) y rezó por un milagro”, cuenta Ramón Véliz. El resto es historia. La Batalla de Tucumán se libró el 24 de septiembre de 1812. La quema de pastizales, digna de nuestra viveza criolla, y una nube de langostas, totalmente sorpresiva, desorientó a los realistas. Belgrano, Balcarce, Aráoz y compañía ganaron la contienda y Pío Tristán regresó derrotado al Alto Perú. Aún hoy, muchos tucumanos creen que la virgen –de la que Belgrano era devoto ferviente– contribuyó con la invasión de langostas.

Maqueta del casco histórico en el Museo Nicolás Avellaneda.

El Museo Nicolás Avellaneda funciona en la primera casa de dos pisos de San Miguel de Tucumán. De 1837, fue residencia de José Manuel Silva, gobernador de entonces y padre de Dolores, casada con Marco Avellaneda y madre de Nicolás Avellaneda. Aquí nos recibe el guía Ángel Rodríguez y nos lleva directo a la Medalla de Belgrano, uno de sus objetos predilectos. Cuenta que la recibió tras la victoria de Tucumán y que, algunos dicen, la rechazó porque no había para todos los soldados. Otros creen que eso es puro mito. En la misma sala se exponen las misivas que intercambió con Bernabé Aráoz en vísperas de la gran contienda.

Luego subimos al primer piso para ver decenas de carbonillas de Lola Mora que están dedicadas a gobernadores de su provincia. Y decimos “su” a pesar de que algunos aseguren que es salteña, porque nació en el departamento de La Candelaria, hoy Salta. Lo cierto es que fue anotada (bautizada) a escasos kilómetros, en Trancas, Tucumán, y siempre se declaró tucumana.

Jarra de Ibatín en el Museo Histórico Avellaneda.

Para terminar, la Jarra de Ibatín. De plata labrada y origen español, tiene un sello real y dibuja la proa de un barco. Valiosa por sus casi 500 años de historia, se volvió célebre por dos robos insólitos. El primero se resolvió mientras la buscaba la Interpol, y la encontró una turista argentina en una casa de venta de antigüedades en España. Y el segundo, hace un par de años, cuando un grupo de alumnos de Córdoba se la llevaron a escondidas, pero pronto se arrepintieron –o los hicieron arrepentirse– y la devolvieron sin que el asunto pasara a mayores.

Gigantes en tradición

Radicado en Tafí Viejo, a 20 minutos del centro de San Miguel de Tucumán, Ramón Veliz asegura que la capital de la provincia tiene 700.000 habitantes estables, pero por día recibe 500.000 para trabajar, comprar, vender, ir al médico o estudiar. Por eso, el tránsito puede volverse algo caótico. La zona histórica gira alrededor de tres calles: Muñecas, Laprida y 25 de Mayo, entre la Plaza Independencia y la Plaza Urquiza.

Las empanadas de Lola Mora, en Yerba Buena, son excelentes.

“El tucumano tiende a deformar las palabras. Tengo mil ejemplos, pero hay uno especial. La achilata creemos que viene de gelato. Es un helado callejero que se vende a la salida de las escuelas, en la plaza… Es hielo triturado con saborizante. Hay 12 fábricas de achilata en Tucumán”, cuenta Ramón sobre esta ciudad que en primavera tiene calles con naranjos en flor. ¿El invierno? Pura queja alrededor de un frío al que nunca se acostumbran. Sin embargo, cuando nieva en Tafí del Valle hay fiesta y se declara una especie de feriado para que la gente suba a sacarse fotos con la nevisca, que dura un rato. En verano, en cambio, la temperatura puede llegar a los 45 grados sin que refresque a la noche. Y el otoño es, para muchos, una de las estaciones más lindas. ¿Se duerme la siesta? En el interior sí, pero no tanto en la capital. Los comercios cierran de 14 a 17, pero las oficinas funcionan de corrido.

El sándwich de milanesa es un emblema de la capital.

Comer al paso es una costumbre muy tucumana, con el sándwich de milanesa como plato emblemático. Para disfrutarlo no hay horario ni situación. Algunos lo comen al salir del trabajo, a las apuradas. Otros se dan más tiempo y lo cenan en familia. Lo eligen con lechuga y tomate. O le ponen mayonesa. O kétchup y mostaza. Jamón, queso, panceta y huevo pueden ser agregados. Eso sí, casi nadie lo come sin la peculiar Mirinda de manzana, que se sirve en ocho de diez mesas en cualquier sandwichería –o sanguchería– del centro de la provincia. Abundante, económico y bien sabroso, el sándwich de milanesa tiene su festival y también su día. Se celebra el 18 de marzo, en homenaje a Roberto “Chacho” Leguizamón, que durante años lideró Chacho, el rey de la milanesa, y que falleció en 2011. El festival, en tanto, sirve para catar y consagrar al más rico, premiando calidad y rápida ejecución. Entre los consagrados están Los Eléctricos, PaTaTa y Don Pepe.

Si hablamos de deportes, Universitario, Tucumán Rugby y el Jockey Club desatan pasiones alrededor del rugby. Los últimos dos con sede en Yerba Buena, la localidad que está pegada a la ciudad, con calles arboladas, casas muy lindas y la aristocracia de Tucumán. Claro que la ciudad también tiene su “zona top” en el Barrio Norte, con lindos restaurantes en las calles 25 de Mayo y Santa Fe.

El Museo Mercedes Sosa-Casa Natal repasa la vida de la genial cantora.

Cuna de folcloristas, la provincia tiene a Mercedes Sosa como su máximo exponente. Desde 2021, la casa donde nació la artista funciona como museo. Beatriz Morán, guía del Museo Mercedes Sosa-Casa Natal, señala: “Acá vivió hasta que tenía 17 años. En ese entonces un árbol se cayó sobre un sector de la vivienda y los Sosa se mudaron a Barrio Jardín. Muchos recuerdan esa casa porque, cada vez que volvía, iba a visitar a su mamá. A esta venía cada tanto, porque habían quedado algunas primas”. La casa, originalmente, pertenecía a Miguel Sosa y Mercedes Ruiz, los abuelos paternos de Mercedes, que la habitaron con sus nueve hijos, entre los que estaba Ernesto Quiterio, el más chico y padre de la cantora.

Mientras avanzamos por la casa, alargada y modesta, un árbol genealógico se despliega impreso en una mesa, fotos antiguas dan cuenta de la belleza de Mercedes y las tapas de sus discos hablan de una época. “La compramos en 2008 y tuvimos la oportunidad de encontrarnos con los 66 herederos Sosa Ruiz, que nos llenaron de anécdotas”, comenta la guía, y agrega que muchas veces, cuando volvía a su provincia, Mercedes se alojaba en alguna habitación trasera del Hotel Catalinas para poder ver su casa natal desde la ventana.

El legado que no se escapó

Otro emblema tucumano es el naturalista Miguel Lillo, cuya fundación tiene un Museo Histórico y otro de Ciencias Naturales. En el sector que fue su casa –de dos pisos–, nos guía José Manuel Leoni. “Donó todo”, señala sobre el predio que ocupaba una manzana y había sido de sus abuelos. Las primeras salas sirven para descubrir quiénes inspiraron a este tucumano que nació en 1862 y murió en 1931 sin dejar descendencia. Autodidacta, se apasionó por la botánica y describió el 80% de la flora del noroeste argentino. “Casi termina todo en el Museo de Ciencias Naturales de La Plata porque Tucumán no se organizaba para recibir la donación (edificios, libros, material de investigación). Lillo había puesto como condición que se creara una fundación para recibirla, pero por cuestiones políticas eso tardaba… Hasta que el diputado Ernesto Padilla habló con Juan B. Terán, y lo lograron en 1932”, detalla el guía sobre el naturalista, que era huraño y retraído, que había sido criado por una madre soltera –que le dio el apellido– y unas tías, y que en Europa se había comprado la mayoría de los libros que lo formaron.

Parte de la colección Gerlero Anchorena en el Museo de Ciencias Naturales Miguel Lillo.

En el mismo predio, apenas separados por un jardín, el Museo de Ciencias Naturales –que nació en la década del 60 y se renovó en 2010– tiene como guía a Exequiel Barboza, licenciado en Ciencias Biológicas. Aquí hay una exposición temporal con dos colecciones muy distintas. La primera tiene insectos y arácnidos de toda Sudamérica. Nos impactan una mariposa que se mimetiza con otra para emular a una lechuza; las mil variedades de escarabajos, que son el grupo de insectos más grandes de nuestro planeta; y aprender que los escorpiones son un tipo de arácnido. A la izquierda, en tanto, está la colección de la familia Gerlero Anchorena, que sorprende por las piezas taxidermizadas: piel, cuero y uñas son reales; el resto es relleno. Hay un antílope, un mono, un elefante, un león… animales de África que componen esta colección de un total de 250 piezas (la mayoría, guardadas en el cuarto piso) que donaron los descendientes de un cazador voraz.

Carlos Carabajal es bibliotecario de la Fundación Miguel Lillo.

Cuando vamos a la exposición permanente, hay un recorrido de pasado a presente que atraviesa el noroeste. De los minerales a los dinosaurios, con fósiles, dientes de mastodonte, la mandíbula inferior de un perezoso gigante, el caparazón de un gliptodonte y más. Por sectores, la muestra atraviesa de Chaco y Catamarca a Salta, pasando por Tucumán y Jujuy, con muestras de suelo de cada ecosistema y sonido envolvente según el tipo de ambiente. Todo demarcado según la nueva museología: en cada ejemplar se detalla si es original o copia.

Cañaverales revueltos

Hospedadas en Hotel Garden Park, nos sentimos comodísimas, muy bien atendidas y cerca de todo. Con sólo caminar unos pasos estamos en el Parque 9 de Julio, donde se encuentra emplazado el Museo de la Industria Azucarera, que es vital para entender la historia de Tucumán. Tiene dos partes. Una pone en valor la gran casona que fue de José Eusebio Colombres hace más de 200 años y otra repasa el devenir de la industria azucarera. “Los ingenios funcionaban en las casas de familia y este es el primero de la provincia. El Parque 9 de Julio pertenecía a los Colombres y Thames, padres del obispo y político, y estaba repleto de naranjales hasta 1830, cuando trajeron los primeros cañaverales. El proceso se hacía manualmente, cortando la caña a 25 centímetros del suelo y trasladándola en carretas con bueyes. Las colocaban en el trapiche, donde hacían la molienda, también con bueyes. El jugo que se extraía pasaba a unas hornallas, y de ahí, a las pailas, donde seguían los hervores. Después del quinto hervor, esa mezcla pasaba a recipientes de madera, se convertía en melaza y, tras un mes y medio, se obtenía el pancito de azúcar que se molía y al que se le ponía hueso de res para blanquear”, detalla Sebastián Ojeda, guía del lugar, mientras vemos un hornito y túneles originales. Frente a una maqueta que explica cómo se hace el proceso en la actualidad, dice que es esencialmente lo mismo, pero industrializado.

El proceso de fabricación del azúcar está muy bien explicado en el Museo de la Industria Azucarera.

La zafra –cosecha de la caña de azúcar– se hacía de mayo a octubre, con niños pequeños trabajando en el campo y zafreros mal pagos. “Cada ingenio tenía su propia moneda, que se intercambiaba en el almacén del lugar y, por eso, muchos permanecían cautivos. Los levantamientos empezaron en la década del 40, cuando se crearon los primeros sindicatos y las grandes federaciones cañeras. Por ese entonces, Tucumán concentraba el 80% del mercado nacional del azúcar”, agrega el guía, frente a recortes de diarios de la época que dan cuenta de las conquistas de los trabajadores.

A unos pasos, la antigua recámara de la casa de Colombres expone su casulla, camas, sillas y el reclinatorio primigenio. “Fue uno de los firmantes del Acta de la Independencia y se exilió en Bolivia durante el gobierno de Rosas”, refiere sobre el político cuya casa quedó en desuso varios años, luego abrió como museo y, en mayo de 2024, se restauró para que se pueda visitar.

Salón del Hotel Garden Park, frente al Parque 9 de Julio.

De casita no tiene nada

“Le debemos la reconstrucción a dos fotos fundamentales de Ángel Paganelli, que datan de 1869”, señala Juan Pablo Bulacio, guía de la Casa Histórica de Tucumán. “En una de las fotos se ve a Amalia y Gertrudis Zavalía, las bisnietas de Francisca Bazán, dueña de la casa cuando se firmó la Independencia. Más tarde, en 1874, a ellas el Estado les pagó 25.000 pesos para comprarla, tras la expropiación, que había sido unos años antes. En 1876, con Avellaneda, la convirtieron en Oficina de Correo, le derribaron el frente barroco con columnas torsas y levantaron una fachada neoclásica. El Salón de la Jura permanecía cerrado y algo abandonado, pero cada tanto un empleado abría el candado para que la gente lo pudiera ver”, agrega mientras en la primera sala vemos las imágenes de entonces y fotos de un grupo de estudiantes que hacían “peregrinaciones patrias” para manifestarse en pos de que la casa volviera a su aspecto colonial original.

En la Casa Histórica de Tucumán, el bajorrelieve de Lola Mora que recrea los episodios de julio de 1816.

Cuenta que, con Julio Argentino Roca como presidente, en 1904, el edificio cambió de nuevo. “Levantaron un gran templete afrancesado, que protegía y exponía el salón, con un balcón para verlo desde arriba. Algunos piensan que por eso se le empezó a decir ‘casita de Tucumán’, aunque la mayoría se refería al salón como el ‘rancho primitivo’”, cuenta el guía. Recién en 1943 se le encargó a Mario Buschiazzo, famoso arquitecto de la época, que derribara el templete y reconstruyera la Casa Histórica con la fachada de 1816.

¿Los colores? Buschiazzo la pintó de amarillo claro porque así era en el imaginario popular. El artista Genaro Pérez la había pintado de amarillo y verde en 1895, y así se había reproducido en revistas y libros escolares. Recién varios años más tarde, la pintaron de azul y blanco, como era en un comienzo. “Los documentos históricos dan cuenta de que tenía las paredes blanqueadas a la cal con marcos y ventanas en azul de Prusia. En la colonia, todo se registraba en detalle”, explica el guía mientras avanzamos por las salas dedicadas a la previa de la declaración de la Independencia.

El rancho primitivo que desde un balcón se veía como casita.

“La idea era que el Congreso no fuera en Buenos Aires, y para Tucumán resultaba un buen premio tras la Batalla”, señala sobre la elección de la ciudad sede. Agrega que la casa –que había alojado a las tropas y había sido almacén de guerra– fue propuesta por Bernabé Aráoz en tratativas con Juan Venancio Laguna, uno de los hijos de la familia propietaria. Y repasa que el Congreso de Tucumán estaba integrado por Buenos Aires, Córdoba, San Luis, Mendoza, San Juan, La Rioja, Catamarca, Santiago, Tucumán, Salta, Jujuy y Charcas, Chichas y Mizque (del Alto Perú, que hoy pertenecen a Bolivia). Funcionó desde marzo de 1816 hasta febrero de 1817, cuando se mudó a Buenos Aires.

Una vez dentro del Salón de la Jura, se respira patriotismo. La sencillez y la solemnidad de la sala resume los valores de otro tiempo. Bulacio remarca que este espacio es lo único que siempre permaneció original con sus pisos, muros y carpintería. “La mesa de la jura, prestada por Bernabé Araoz, es original. En cambio, las sillas son reproducciones”, detalla. Y agrega que durante el Congreso había sesiones todos los días. Las autoridades –que cambiaban todos los meses y en julio estaba Laprida– se sentaban adelante; los congresales –muchos eran sacerdotes–, de frente, en una especie de semicírculo; y el pueblo estaba en galerías y patios, porque la sesión era pública. Había edecanes, porteros y sirvientes que mantenían el lugar en orden.

La Casa Histórica es una visita que no puede faltar.

“Desde mediados de mayo se debatía la declaración de la Independencia. Era complicado porque España había recuperado su rey y se había puesto intransigente. La clave fue la reunión –a puertas cerradas– del 6 de julio, entre Belgrano y los congresales. Belgrano había estado en Londres y había vuelto convencido de que los realistas querían la sumisión. ‘Así como el espíritu general de las naciones, en años anteriores, era republicanizarlo todo, en el día se trata de monarquizarlo todo’, los previno a los congresales. Por eso, tres días después, declararon la Independencia con la convicción de que era la única alternativa. La sesión empezó a las 9 de la mañana y terminó a las 17. Se cree que el Acta de la Independencia se firmó a las 14 horas. Es muy parecida a la de la Independencia de Estados Unidos, de 1776, que había circulado de contrabando por los puertos porque estaba prohibido leerla. Nuestra acta dice: ‘Es voluntad unánime e indubitable de estas provincias romper los violentos vínculos que las ligaban a los reyes de España, recuperar los derechos de que fueron despojadas, e investirse del alto carácter de una nación libre e independiente del rey Fernando VII, como de sus sucesores y metrópoli’. Fue escrita por José Mariano Serrano, representante de Charcas. Mientras que Juan José Paso, que era secretario del Congreso, la leyó en voz alta para el pueblo. Les preguntó: ‘¿Quieren formar una nación libre e independiente de los reyes de España?’. Todos aclamaron que sí”, relata Bulacio.

El Salón de la Jura conmueve por lo solemne.

Y sigue: “La declaración de la Independencia fue todo un símbolo. Se terminaba la ambigüedad. Ahora podrían tomar decisiones, armar ejércitos, y era fundamental para que San Martín pudiera cruzar los Andes para liberar a Chile como jefe de un ejército libre y soberano. Lo hizo al año siguiente. Sin embargo, la verdadera independencia ocurrió en 1824, con la Batalla de Ayacucho, en Perú. Fue la batalla decisiva de los ejércitos americanos en el último reducto de los realistas. España fue derrotada y aceptó que había perdido América. Aunque recién el 21 de septiembre de 1863 reconoció la independencia de nuestro país”.

La Casa de Gobierno de Tucumán queda sobre la Plaza Independencia.

DATOS ÚTILES

Por el calor y la humedad, de marzo a septiembre es la mejor época para visitar la ciudad. En los alrededores de la Plaza Independencia están los principales atractivos.

Dónde dormir

  • Hotel Garden Park Av. Soldati 330. T: (381) 431-0700. Frente al Parque 9 de Julio, se inauguró hace cuatro años y se destaca por la atención que brindan los empleados. Las habitaciones son espaciosas, equipadas con mesa o escritorio. Algunas tienen vista al parque. El resto-bar está en la planta baja, disponible a toda hora, en un salón amplio y vidriado. Tiene un gimnasio completo y pileta al aire libre. El desayuno está muy bien. Desde $95.000 la doble con desayuno.

Habitación del Hotel Garden Park.

Dónde comer

  • El Cardón Las Heras 50. T: (381) 585-0860. Manejado por Liliana Campero, hoy es patio de comidas y cada tanto se arman peñas, pero hace doscientos años era lugar de reunión y tertulia. Levantada a fines del siglo XVII, se trata de una casa lujosa para la época que perteneció a Gregorio Aráoz de Lamadrid, gobernador de la provincia. Conservada desde 1947 por una asociación civil, recibió a grandes artistas como Mercedes Sosa y Atahualpa Yupanqui. La anfitriona ofrece la clásica empanada tucumana, bien jugosa, con masa frita en grasa de pella y relleno de carne, huevo, cebolla en cabeza y de verdeo. Abre martes y domingos al mediodía; de miércoles a sábado, mediodía y noche; lunes, cerrado.

Almuerzo en El Cardón.

  • La Leñita Gral. José de San Martín 389. T: (381) 393-4257. De Rodolfo Alurralde, es un negocio familiar que se replicó en Buenos Aires. Con 40 años de experiencia en parrilla, hace diez que compraron la marca y se enfocaron en las empanadas, súper jugosas. Hay mozos cantores que en pleno servicio agarran la guitarra y el bombo para cantar folclore. Todos los días, de 12 a 15 y de 21 a medianoche.

Los mozos cantores de La Leñita son toda una fiesta.

  • Tolomeo Soldati 380. T: (381) 466-0955. En la planta baja del Hotel Catalinas, el salón es elegante y se destacan por las empanadas de carne de duro (viene del corte que llaman “duro de pecho” sobre la tapa de nalga), cortada a cuchillo. Tienen también de pollo y de jamón y queso. Todos los días de 7 a 2 de la mañana.
  • Lo de Paliza Laprida 181. T: (381) 248-4403. Es de la artista Cecilia Paliza y de su pareja, Luciana Collado. Abrió hace un año. Tienen muy buena parrilla. Además, pastas caseras y clásicos regionales. El salón es amplio y céntrico. Los jueves tocan en vivo. Todos los días, de 12 a 15 y de 20 a 1 de la madrugada.
  • Lo del Cordero Pasaje Santiago 1494, Yerba Buena. T: (381) 588-0485. Tras una entrada modesta, en un salón amplio y descontracturado sirven empanadas de carne suave (de duro y cortada a cuchillo) o picante, de pollo, de queso, de jamón y queso, y de choclo. La variedad es el punto fuerte del lugar. De martes a domingo, de 11 a 15, y de 20 a medianoche.
  • Los Eléctricos Batalla de Suipacha 950. Líderes indiscutidos en la venta del famoso sándwich de milanesa, lo sirven desde 1964. Pichón Fernández creó el negocio que sigue su hijo Luis. El despacho se hace a la vista, frente a una barra circular. Tienen mesas afuera. Generosos, bien condimentados y muy fáciles de comer, tienen la fama muy bien ganada. Cultores de perfil bajo, no tienen redes sociales, ni toman reservas telefónicas. De lunes a sábado, de 20.30 a 1 de la mañana.

El sánwich de milanesa de Los Eléctricos está entre los más ricos de la ciudad.

  • Don Pepe Gral. José María Paz 463. T: (381) 430-8320. Desde un box y frente a un salón generoso, despachan sándwich de milanesa en segundos. Preparado con milanesa de ternera, se rellena y arma a la vista del cliente, con muy buen pan. Todos los días 11 a 15 y de 20 a 1 de la madrugada; los domingos, sólo por la noche.

Don Pepe tiene una propuesta accesible.

Pa-ta-ta Crisóstomo Álvarez 3790 y Rondeau y 9 de Julio. Se dedican al sándwich de milanesa y tienen dos locales, uno en Barrio Sur y otro en Parque Guillermina. Son abundantes y deliciosos. De martes a domingo, desde las 20.30 hasta pasada la medianoche.

Lola Mora Lola Mora Oeste 110, Yerba Buena. T: (381) 425-1024. En Yerba Buena, Esteban Aráoz, que para todo el mundo es Payo, montó este negocio gastronómico en lo que hace treinta años era un club de paddle. Desde 1995 ofrece empanadas y con el tiempo abrieron la parrilla, que se volvió famosa en esta localidad vecina a la capital tucumana. Se lucen con la entraña, la picaña, el matambre y la tira de asado, pero desde siempre descuellan con las empanadas, que pueden ser de carne, de pollo o de mondongo –una verdadera delicia– e incluso sfijas (árabes). Consideran que el horno a leña es un elemento fundamental. Abren todos los días de 12 a 16 y de 20 a medianoche.

Paseos y excursiones

Tucumán Turismo 24 de septiembre 484. T: (381) 430-3644 / 422-2199. En una esquina frente a la Plaza Independencia, el ente tiene una oficina que orienta para la coordinación de circuitos por la ciudad y la provincia. Algunos están ligados a la naturaleza, otros más históricos o religiosos. Ofrecen muy buenos datos de guías habilitados, hoteles y prestadores, además de festividades y gastronomía. La web también tiene información accesible. Todos los días, de 9 a 21.

Museo Casa Histórica de La Independencia Congreso de Tucumán 141. T: (381) 431-0826 Fundamental para entender nuestra historia, propone un recorrido cronológico por salas que repasan los cambios estructurales de la casa y el contexto histórico de la Declaración de la Independencia. Entrar al Salón de la Jura –que permanece original– es toda una experiencia. Lunes, de 16 a 20; martes a viernes de 9 a 13 y 15 a 19; fin de semana, de 9 a 20 hs. Visitas guiadas a las 10, 11, 16 y 17.30 horas. Gratis. Hay un espectáculo Luces y Sonidos de la Independencia, que se proyecta sobre la fachada de la Casa Histórica, de jueves a domingos y feriados, a las 20.30. Entrada $4.500.

Retrato de los Congresales en la Casa Histórica.

  • Museo Mercedes Sosa – Casa Natal Pje. Miguel Calixto del Corro 344. T: (381) 260-5961. Recibe visitantes en una antigua casona de fines del 1800 que fue primer hogar de Mercedes Sosa y propiedad de sus abuelos paternos. Hay salas que versan alrededor de su niñez, carrera y exilio. Abre de lunes a viernes de 9 a 12.30 y de 14.30 a 17.45; sábado y domingo de 9 a 12.30 y de 14.30 a 17.45. Gratis.
  • Museo Histórico Provincial Presidente Nicolás Avellaneda Congreso de Tucumán 56. T: +54 (381) 431-1309. En pleno casco histórico, antigua casona natal de quien fuera presidente de la Nación entre 1874 y 1880. A lo largo de once salas se exhiben armas, medallas, mapas, indumentaria y carbonillas de Lola Mora. Una medalla de Belgrano y la Jarra de Ibatín son dos de las joyitas del sitio. De martes a sábado, de 9 a 12.30 y de 16.30 a 20.30 hs. Gratis.
  • Museo de Arte Sacro Congreso de Tucumán 53. T: +54 (381) 254-2562. Expone piezas y obras de arte ligadas a la Iglesia Católica que dan cuenta del sincretismo que define a la zona. Son cinco salas repletas de pinturas, esculturas, platería y mobiliario clerical. Hay exposiciones temporarias de artistas locales e internacionales. De lunes a viernes de 9 a 18.30; sábados de 9.30 a 12.30. $1.000; menores de 12 años, gratis.
  • Museo de la Industria Azucarera Parque 9 de Julio. T: (381) 451-5600. Dentro del Parque 9 de Julio, el museo se erige en una casona de 1800. Expone maquinaria, un trapiche, afiches y fotos que hablan del proceso de la elaboración de azúcar y de las revoluciones que se suscitaron a su alrededor. Hay también salas con vestimenta y objetos del obispo Colombres, otrora propietario del lugar. De martes a viernes 9.30 a 12.30 y de 15 a 18.30; sábados y domingos, de 9 a 13.30 y de 14.30 a 18.30. Gratis.
  • Museo de Ciencias Naturales y Museo Histórico de la Fundación Miguel Lillo Miguel Lillo 251. T: +54 (381) 486-3121. El sector de Ciencias Naturales es un viaje multisensorial alrededor de la flora y la fauna del noroeste argentino que va desde hace 200 millones de años a nuestros días. Tiene pisos interactivos. Lunes, de 10.30 a 12.30; de martes a viernes, de 8.30 a 12.30 y 14.30 a 18.30; sábados, de 16 a 20; domingos, cerrado. $1.000; menores y jubilados, gratis. El sector histórico, en tanto, repasa vida y obra del naturalista tucumano que nació en 1862 y donó su obra a la fundación. Expone cartas, fotos y libros de gran valor. De martes a viernes, de 8.30 a 12.30, con reserva de turno.