¿Qué es la ética? También llamada filosofía moral, la ética es una rama de la filosofía que estudia y analiza la conducta humana a partir de principios básicos del bien y del mal, de lo correcto y lo incorrecto. Ética, que proviene del griego ethos, apunta al comportamiento e incluso Aristóteles planteó la importancia del comportamiento ético y su asociación con “el alcanzar la felicidad”.
Por su parte, la ética educativa es aquella que se refiere a los principios y valores que atraviesan y guían a educadores y estudiantes en cada una de las etapas de aprendizaje; asegurando la equidad y la integridad académica como así también el respeto mutuo.
La llegada de la inteligencia artificial a las aulas y su mediación en el aprendizaje provoca nuevas preguntas cuyas respuestas están en plena argumentación.
Nuevos ritmos
Una de las grandes oportunidades que se suele destacar sobre la aplicación de inteligencia artificial en los procesos educativos es la posibilidad de crear nuevos ritmos de enseñanza al poder trabajar de forma personalizada con cada estudiante y descubrir de forma temprana posibles dificultades.
Los trackeos y análisis en vivo de las actividades –y clics– de cada estudiante abren una nueva oportunidad para tareas automáticas que el docente ya no debe seguir de manera manual. Ahora bien ¿está garantizada la igualdad de seguimiento para todos los estudiantes? ¿Qué ocurre con aquellos que no pueden crear un ritmo que se tolere un análisis serio y comprometido por parte del algoritmo?
Ante estas preguntas el rol del docente sigue siendo único como factor humano de comportamiento ético y empático.
¿El nuevo rincón del vago?
Primero fue Encarta; luego el uso masivo de internet y la llegada de Wikipedia los que hicieron que más de un docente tenga que sacar una lupa para revisar la autoría de los contenidos.
La aparición de la inteligencia artificial generativa, siendo ChatGPT una de las herramientas más mencionadas, trajo nuevos cuestionamientos sobre los usos éticos a la hora de estudiar desde los niveles más básicos hasta la propia universidad.
Esta opción de plagio y de puesta en duda de la originalidad tuvo –y tiene– un gran impacto en entender nuevas formas de evaluar; donde los procesos pasan a tener una posible mayor importancia que el resultado.
Brecha tecnológica y de conocimiento
“Todos tenemos una computadora portátil en nuestro bolsillo” es una frase que deja de ser simpática cuando se comprende que solo dos tercios de la humanidad tienen acceso a Internet según el último informe de la Unión Internacional de Telecomunicaciones (UIT).
Si bien el número de conexiones sigue creciendo a nivel internacional –siendo África el continente más relegado– es un fenómeno que debe comprenderse de forma multidimensional en tanto a cuál es el tipo de conexión lograda, en qué entorno, y cuáles son los conocimientos y derechos de ese usuario de internet.
El uso de la IA en educación genera preguntas sobre cómo se trata la brecha digital entre los estudiantes y entre el equipo docente y la respuesta sigue estando del lado de las políticas públicas que permitan abrazar la ética de la equidad.
¿Docentes no humanos?
La inteligencia artificial “enseña”, pero principalmente aprende de nosotros. La entrenamos, le indicamos, le hacemos preguntas, la ponemos en jaque y creamos un pensamiento crítico sobre ella.
¿Realidad o ficción? Esa es una realidad en la que se trabaja para pensar el rol del docente actual que pueda empoderarse y poner a la inteligencia artificial en su rol de herramienta frente a los estudiantes.
Así como el debate pantallas sí o pantallas no en las aulas necesita nuevos focos, la llegada de la IA crea una nueva capa a la reflexión sobre cómo pensar las nuevas formas de enseñar más allá de la actual presencia de experiencias híbridas de enseñanza con avatares y humanos, como ocurre en la Universidad de Ciencia y Tecnología de Hong Kong.
Privacidad y uso de información
Un menor frente a una red de conexión al mundo siempre es una situación que se abre al campo de la ética; en especial cuando no hay una guía que le indique sus usos, sus derechos y sus peligros. Incluso los adultos siempre necesitan de alertas para evitar engaños y pérdida de información valiosa frente a extraños.
La posibilidad ampliada de obtener información de los estudiantes a partir de los algoritmos y su procesamiento coloca a la inteligencia artificial en el centro del debate sobre la privacidad y las regulaciones actuales que no generan un consenso internacional.
La información obtenida sobre los estudiantes ¿queda asegurada en la privacidad de las instituciones? Qué pasa con el reconocimiento facial de un menor de edad, su información sensible en un mundo en el que de 176 países, 75 utilizan IA para la vigilancia de análisis en tiempo real; según datos de un reciente estudio del think thank estadounidense Carnegie Endowment for International Peace.
Empatía artificial e inteligencia humana
Los chatbots, y los avatares siguen evolucionando con ánimos de emular las emociones humanas y generan nuevas formas de comunicación. Pero la pregunta latente es si realmente podemos encontrar herramientas empáticas del otro lado de la pantalla.
¿Cuál es el riesgo de delegar la enseñanza de habilidades socioemocionales a un algoritmo? ¿Es aprender a ser humano? El neurocientífico Kingson Man es investigador del Brain and Creativity Institute, en la Universidad de Southern California, y trabaja junto a otros académicos en la idea de crear una empatía artificial a partir de que la IA pueda “experimentar como con nuestros sentidos, más allá de las emociones”
Estas preguntas se suman a otras que tienen que ver con cómo es educar a ciudadanos del futuro donde la automatización y lo artificial pasará a tener una preponderancia cotidiana cuyo alcance aún desconocemos.
El pensamiento crítico, la filosofía y el preguntarnos sobre nuestro comportamiento hacen a nuestra inteligencia humana.