Nada mejor que el verano para hablar de las pavadas que hacen a nuestra vida diaria. Estos meses nos llenan de noticias acerca de cuestiones que poco tienen de importancia, son claramente frívolas como los problemas de alcoba de algunos famosos, sus idas y vueltas dentro de una calesita de desatinos amorosos, la playa en la cual determinado “mediático” toma sol y juega con sus hijos, o lo que dijo una conocida actriz acerca de otra conocida actriz.
Según el diccionario de la lengua española, pavada significa una manada de pavos y, también, una sosería: un dicho o hecho insulso y sin gracia.
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Podríamos disentir con el diccionario ya que, si no tuvieran gracia, las pavadas no estarían en boca de todos. Sin embargo, tener conciencia acerca de la “sosería” de las pavadas en muchos genera una “culpita” silenciosa. Cuando nos dejamos llevar en exceso por el torrente de pavadas que anda por ahí, tememos ser parte de aquella manada de pavos a la que aludía el diccionario.
Si de noticias se trata, sabemos que las hay y muy serias. Además de los problemas económicos y sociales con los que convivimos, sabemos que hay guerras, catástrofes y peligros en ciernes.
La zona oscura de nuestra condición, representada por este tipo de noticias, se torna insoportable ya que no estamos diseñados para ser perpetuos testigos del peligro de vivir, sobre todo si consumimos en exceso esa perspectiva apocalíptica de la existencia. Pero a no desesperar, que frente a esa densidad de lo trágico viene en nuestro auxilio la pavada, que permite que seamos espectadores cómodamente sentados para observar los avatares surrealistas de los “mediáticos” o las cuestiones ligadas a tendencias y modas, que, así como aparecen, desaparecerán pronto.
De hecho, estas pavadas tienen algo de cuento contado por una tía o tío, con noticias de lo que le pasa a los príncipes, los ricos o los vecinos de enfrente (la versión “chismoso de barrio” de la pavada).
Sabemos también que lo que estamos definiendo como pavada tiene mucho de bajada de línea sobre lo que, se supone, es deseable en la vida. No siempre las pavadas de ese estilo son inocentes. De hecho, el torrente de información “pava” viene de territorios aspiracionales de cierto glamour, una suerte de Olimpo o Tierra Prometida en el que habitan aquellos que “llegaron”.
Es verdad que la pavada ha sido usada desde siempre como anestésico ante temas más graves. “Pan y circo” se decía en la antigua Roma, pero hoy para muchos es más importante ofrecer circo, aun sin pan a la vista.
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Matices esenciales
Quizás, al final de cuentas, las pavadas no sean tan pavas, y representen, en clave de frivolidad, ciertos aspectos esenciales de la condición humana. La traición, la dilución de los amores que se creían eternos, la transgresión de los límites y su castigo concomitante. Todo eso, pero en clave de programa de chimentos de la tarde.
La idea es que la pavada a la que aludimos sea un juego y no otra cosa. Sabemos que algunos se lo toman demasiado en serio, como ciertos “mediáticos” que terminan creyéndose sus propios personajes. También se paga un precio cuando los consumidores de ese tipo de relatos no reconocen a la pavada como tal y se la toman demasiado en serio.
Pero un ratito de pavada no le hace mal a nadie. Ya habrá tiempo para transpirar la camiseta de la propia vida, esa que no siempre ofrece treguas y de liviandad poco tiene.
El autor es Miguel Espeche, psicólogo especialista en vínculos