Me gusta encontrar las historias que esconden los nombres de ciertas calles de Buenos Aires. Algunas veces me pasa que, al conocer al personaje en cuyo homenaje se bautizó alguna arteria porteña, quedo sorprendido por su importancia y a la vez no entiendo cómo esa figura no recibió mayor reconocimiento.
Como ejemplo de esta especie de injusticia cartográfica, puedo poner una callecita de apenas media cuadra de extensión ubicada en Barracas. Se trata de la calle Dr. Emilio Coni, que está a la vera de una plazoleta llamada Miguel de Unamuno.
Coni fue un médico higienista argentino que vivió entre 1854-1928 y que, entre tantos de sus logros, fue precursor de la Asistencia Pública porteña y un verdadero cultor de una disciplina naciente en esos años: la puericultura. Esto es, la ciencia que se ocupa de la crianza y el cuidado de los niños desde su nacimiento y en sus primeros años.
En ese sentido, este galeno se ocupó de regular una actividad que existía desde mucho antes pero no tenía demasiado control estatal. Se trata del oficio de las nodrizas, aquellas mujeres que, por dinero, amamantaban a los hijos de otras mujeres. La mayoría de ellas, hay que decirlo, rentaban su cuerpo por necesidad.
Eran tiempos en los que, por supuesto, no existían las leches de fórmula para suplantar el amamantamiento y cualquier sustituto, como la leche de vaca o de cabra, podía traer infinidad de inconvenientes sanitarios, por la facilidad en que estos productos naturales podrían contaminarse en los procesos de conservación, envasado o transporte.
Entonces, las madres, que por algún problema de salud o simplemente porque preferían no dar de mamar, buscaban un “ama de leche”-también se les decía así- para alimentar a sus bebés. En los primeros tiempos de la colonización española en América, las damas de alcurnia utilizaban indias para lactar y criar a sus pequeños. Pero la sobreexplotación de estas europeas se hizo tan creciente que en el año 1609, el rey Felipe III estableció que “ninguna india puede salir de su pueblo a criar hijo de español teniendo el suyo vivo”, como recoge de La Prensa Médica Alejandra Correa en la revista Todo es Historia N°355.
A fines del siglo XIX y comienzos del XX, con la llegada de la puericultura, los especialistas solían destacar las virtudes de la lactancia materna y comunicaban a la vez lo que había que tener en cuenta al contratar a una nodriza. En estos casos, a veces la ciencia no se hacía presente, y aun en los textos académicos afloraban los preconceptos. Así, se creía que, según el origen del ama de leche era la calidad del producto, ranqueando primeras en estos casos las italianas.
También se relacionaba el color de la piel con la condición de la leche. En Montevideo, dice Correa, se buscaba a las nodrizas negras y mulatas. Además, se veía con mejores ojos a las muchachas rozagantes y con muchos kilos, como sinónimo de que producían una leche inmejorable. Mientras tanto, se buscaban y ofrecían los servicios de un ama de leche en los clasificados de los periódicos, algo impensado a los ojos del siglo XXI.
Ahora volvamos con el doctor Coni y su importancia en la organización del amamantamiento rentado. En 1908, cuando estaba al frente de la Asistencia Pública, este hombre creó el servicio de Protección de la Primera Infancia en el que incorporó una oficina de Inspección de Nodrizas.
Allí, el médico estableció una serie de medidas para tener un registro de las amas de leche, consistentes en examinar si tenían enfermedades, como sífilis o tuberculosis, analizar la leche microscópicamente y hacer una revisión médica al hijo de la nodriza. Superados estos tests, ellas recibían un certificado que sería obligatorio para ejercer su actividad.
De este modo, Coni quería asegurar la salubridad en un oficio que, hasta entonces, no se regulaba. Es triste, por ello, que solo exista media cuadra en su recuerdo. Pero, si lo pensamos mejor, es también triste que no haya ninguna calle en memoria de las buenas nodrizas.