El pasado viernes 8, la miniserie Cromañón llegó a Prime Video. A lo largo de ocho episodios, esta producción narra el trágico destino de un grupo de amigos que asistieron a la fatídica noche en la que sucedió la masacre en República Cromañón. A través de personajes de ficción, el relato pone en marcha el retrato de una generación atravesada por un dolor inesperado: el de ver morir amigos, familiares o parejas, durante el recital de Callejeros celebrado aquel 30 de diciembre de 2004. Y en el marco de una serie que presenta ingredientes de todo tipo, a continuación un repaso por algunas de sus escenas más emotivas e impactantes, acompañadas del testimonio de Josefina Licitra, una de las guionistas de la serie, y de Mercedes Reinckle, productora ejecutiva de Cromañón.

La noche del incendio

El episodio cinco de la serie resulta desgarrador. Luego de conocer en profundidad al grupo protagonista, cuáles son sus deseos, objetivos y formas de vincularse, pero también sus temores y remordimientos, haciendo sentir al espectador parte de esa banda, el infierno se desata en Cromañón. Como aquellas dolorosas postales que se emitieron en los canales de noticias ese 30 de diciembre, la serie recrea el caos de los heridos, los muertos y los sobrevivientes que se arremolinaban a la salida del boliche. El pánico de la incertidumbre, la angustia frente al no saber qué le había sucedido a ese ser querido, y los gritos desesperados en busca de ese amigo que no aparecía, son la dolorosa sonoridad de una escena coreografiada con precisión quirúrgica. En el interior del lugar, los jóvenes corrían sin saber a qué dirección hacerlo, y muchos morían irremediablemente detrás de una salida cerrada, una de las innumerables negligencias que hicieron de Cromañón una masacre, y no una tragedia.

Josefina Licitra es guionista de Cromañón, junto a Pablo Plotkin y Martín Vatenberg

En términos de escritura y producción, llevar adelante esa secuencia representó un desafío notable, no solo por el impacto de los hechos, sino también por la importancia de reflejar el modo en el que ese incendio repercutía física y emocionalmente en los protagonistas. Para Josefina Licitra, “esa secuencia fue bastante compleja de escribir porque transcurre en dos espacios, dentro y fuera de Cromañón, en los que ocurren muchas cosas a la vez”. Y en el modo de ordenar y perfilar al grupo central, la guionista detalla: “Con Martín Vatenberg, mi compañero de escritura, pensamos primero en cuál era la línea de cada personaje, dónde empezaba y terminaba, con quiénes se cruzaban en el camino y cómo sostenían su esencia, eso que cada personaje “era” más allá de la tragedia, en una secuencia que tenía muy poco diálogo. En cierto modo, el guion de ese episodio fue pensado como una suerte de carta de navegación para que Marialy (Rivas, la directora) tomara cada itinerario y lo cargara de su impronta, su mirada y su manera, para mí extraordinaria, de construir dramatismo casi sin palabras”.

Desde el punto de vista de Mercedes Reinckle, recrear ese incendio fue una verdadera odisea en términos de rodaje, y detalló: “Tuvimos alrededor de quinientos extras, y reconectar con eso me imagino que para los sobrevivientes que nos acompañaron en el set debió haber sido terrible. Como pasa siempre en nuestra industria, esto que se ve en 40 minutos fue antecedido por reuniones, más reuniones y muchas decisiones como cuestionar el humo, cuál era su color, cómo mostrar que no había luz, o cómo meterle a todo una capa poética que fuera a la vez un homenaje a la amistad. Porque como sabemos, una parte importante de las víctimas murió tratando de salvar a sus amigos”.

Laberintos de burocracia

Las horas en las que aumentaba la cantidad de víctimas fatales, se vieron sucedidas por el dolor del no saber. Cientos y cientos de padres y madres llegaban a Cromañón desconociendo si sus hijos estaban vivos, muertos, o si heridos habían sido llevados a algún hospital de la zona. De esa manera daba inicio un peregrinaje nocturno de destino incierto. En algunos casos, el reencuentro era motivo de alivio, en otros y como le sucede al personaje de Luis Machín, el desenlace se presentaba trágico. Y en ese contexto, un parte del aparato burocrático que debía lidiar con nombres, heridos y víctimas fatales, se presentaba insuficiente y poco empático frente al dolor de los familiares que necesitaban una respuesta.

Ese infierno burocrático que atravesaron aquellos que querían encontrar a sus hijos, amigos o hermanos, está plasmado de forma amarga en el sexto episodio de Cromañón, y supuso otro golpe que dio de lleno ya no en los jóvenes que se encontraron dentro del boliche, sino en esos familiares que se vieron atrapados en un caos de morgues y guardias, en busca de de encontrar a esa persona que no sabían si vivía o si había fallecido.

El rol de Callejeros

Pato Fontanet durante una marcha en febrero de 2005

Cromañón no es un documental de denuncia ni busca hacer un espectáculo de la tragedia, sino que elige contar una historia de ficción, que refleja el dolor de muchísimas historias anónimas que sucedieron esa noche.

La serie refleja momentos clave en el devenir del posCromañón, el juicio contra los responsables del boliche y el rol de Callejeros. En una escena, un grupo de sobrevivientes y familiares de víctimas debaten si Patricio Fontanet y su banda fueron responsables de lo sucedido, dándole forma a un debate que aún hoy persiste. Las posturas de los personajes, algunos a favor de la banda y otros en contra, redondean un momento de enorme importancia. Y en la elección de no incluir canciones de Callejeros se funda en una toma de posición de los responsables del proyecto, como explica la productora Mercedes Reinckle: “Desde que empezamos con el desarrollo, Armando (Bo, productor ejecutivo) planteó que no quería la música de Callejeros, y que era un lindo homenaje al rock, a las víctimas y a nuestra historia, dejar ese elemento afuera. A mí me gusta Callejeros, entonces me provocó algunas dudas mientras estábamos preparando la serie, pero siento que la decisión estuvo muy buena. Es lindo el homenaje y es muy poético que ese elemento no esté, porque además da cuenta de todo lo que murió y se rompió aquella noche”.

Malena, Nicolás, y la vitalidad perdida

Cromañón

“Desde el comienzo, nuestro horizonte fue mostrar, o intentar mostrar, lo que se perdió. Lo que se apagó. La vitalidad que antecedió a los años oscuros”, expresa Josefina Licitra en lo referido al timón de la serie. Porque esa generación violentada, es otra arista de lo mucho que se perdió luego de Cromañón. Entonces el desafío de la serie era reflejar el dolor que callan chicos y chicas que convivían quizá, con la culpa de haber sobrevivido a costa de un amigo que murió para salvarlos. Y por eso es que el triángulo afectivo, romántico y emocional entre Nicolás (Toto Rovito), Malena (Olivia Nuss) y Lucas (José Giménez Zapiola) es vital. Licitra detalla: “Con Cromañón buscamos construir esa conciencia ya no tanto desde un lugar racional como físico: trabajar en la memoria del cuerpo. Que las pérdidas duelan”.

Soledad Villamil en Cromañón

El triángulo de esos protagonistas es un motor valioso para la trama, y desde la óptica de esta serie, empaparnos del universo emocional de esos adolescentes es clave para dimensionar el dolor indescriptible de ese 30 de diciembre. Y eso que comienza como un relato costumbrista sobre adolescentes vira hacia una realidad de pesadilla. El sueño por dedicarse a la música define a esos chicos, que son adolescentes en el sentido más puro de la palabra, como expresa la guionista: “El desafío estuvo en presentar la ambigüedad con que se maneja el deseo y la emocionalidad cuando sos tan joven. Te equivocás y embarrás la cancha con más libertad, lo que no significa que no sufras y no arrastres culpa, todo lo contrario. Mostrarlos ambiguos, erráticos, confusos y a la vez deseantes, y a la vez llenos de bondad a pesar de las macanas que se mandan, fue algo que conversamos y trabajamos tanto como nos fue posible”.

El homenaje a las víctimas en donde estaba el boliche, en Once

Por último y sobre el modo de representar y elaborar la conexión con esa edad, la guionista concluye: “Nosotros hicimos un proceso de acercamiento y empatía no solo con los personajes sino con lo que nosotros mismos fuimos cuando éramos adolescentes y metíamos la pata sin demasiada noción de la profundidad del daño. Si hay un momento en el que estás para probar y equivocarte a mansalva, ese momento es la adolescencia. Entender eso nos despejó el panorama”.

Por ese motivo, es que la escena final se convierte en ese salvavidas por el que estos personajes lucharon tanto. La música resignificada, y el recital como fenómeno anteriormente asociado a la muerte, ahora es símbolo de vida.