La ansiedad es una respuesta natural de nuestro cuerpo ante situaciones de estrés o peligro. Aunque en muchos casos puede ser útil para mantenernos alerta y preparados, cuando se vuelve crónica o excesiva, puede afectar distintas funciones del organismo.
La ansiedad puede afectar a nuestro apetito, como les ocurre a muchas personas. Esta relación compleja depende de múltiples factores fisiológicos y psicológicos, como explican los profesionales de la clínica IVADI.
Respuesta del sistema nervioso
Cuando experimentamos ansiedad, nuestro sistema nervioso simpático se activa. Este sistema forma parte de la respuesta de “lucha o huida” que nos prepara para enfrentar o escapar de una amenaza. En este estado, el cuerpo prioriza funciones esenciales para la supervivencia inmediata, como el aumento del ritmo cardíaco y la tensión muscular, mientras que reduce aquellas que no son prioritarias en ese momento, como la digestión y el apetito.
Debido a esta activación, el estómago y el intestino reciben menos flujo sanguíneo, lo que ralentiza la digestión y puede provocar una sensación de saciedad o incluso malestar al intentar comer. Como resultado, la sensación de hambre disminuye, y muchas personas con ansiedad pueden notar que su interés por la comida se reduce significativamente.
Cambios hormonales
Otro factor clave en la reducción del apetito debido a la ansiedad es la alteración hormonal. Cuando estamos ansiosos, el cuerpo libera hormonas del estrés, como el cortisol y la adrenalina. La adrenalina, en particular, tiene un efecto supresor del apetito, ya que prepara al cuerpo para actuar en una situación de peligro inmediato.
Por otro lado, el cortisol, aunque en algunos casos puede aumentar el apetito en períodos de estrés prolongado, en situaciones de ansiedad intensa puede tener el efecto contrario. La liberación constante de cortisol altera el equilibrio de otras hormonas relacionadas con la regulación del hambre, como la grelina (hormona que estimula el apetito) y la leptina (hormona que induce saciedad), exponen desde IVADI. Estos desequilibrios pueden provocar una reducción significativa del hambre y, en casos prolongados, llevar a la pérdida de peso.
Efectos psicológicos
Además de los efectos fisiológicos, la ansiedad también afecta el apetito desde una perspectiva psicológica. Las personas que experimentan ansiedad crónica suelen estar preocupadas por diversos aspectos de su vida, lo que puede hacer que presten menos atención a sus señales internas de hambre. La constante actividad mental y la preocupación pueden hacer que el acto de comer pase a un segundo plano o incluso que se olvide por completo.
En algunos casos, la ansiedad también puede generar aversión a la comida. Esto puede ocurrir cuando una persona asocia la alimentación con síntomas desagradables, como náuseas, sensación de opresión en el estómago o dificultad para tragar, que son síntomas comunes en los episodios de ansiedad. A medida que esta asociación negativa se refuerza, la persona puede evitar comer por miedo a experimentar malestar, lo que puede contribuir aún más a la reducción del apetito.
Impacto de la ansiedad en el sistema digestivo
Otro aspecto importante a considerar es el impacto de la ansiedad en el sistema digestivo. Muchas personas con ansiedad experimentan problemas gastrointestinales, como gastritis, reflujo ácido, intestino irritable o náuseas. Estos síntomas pueden hacer que la idea de comer resulte poco atractiva o incluso incómoda.
El estrés y la ansiedad también pueden alterar el equilibrio de la microbiota intestinal, lo que influye en la producción de neurotransmisores como la serotonina. Dado que aproximadamente el 90% de la serotonina del cuerpo se produce en el intestino, cualquier alteración en la flora intestinal puede afectar no solo el estado de ánimo, sino también la percepción del hambre y el disfrute de los alimentos.