“Me cuesta ceder el control, en la crianza y en la vida”, reconoce Cecilia Boufflet con una sonrisa que revela tanto honestidad como autocrítica. Madre de dos, y defensora férrea de la autonomía de sus hijos, busca que Juani (21) y Juli (16) crezcan con la libertad de elegir, pero acompañados y con límites claros: “Siempre traté de generar el espacio para que pudieran expresar qué querían decir. Entender que esa voz era escuchada y valorada bajó mucho las tensiones en casa”.

La maternidad, para Cecilia, es el arte de buscar el equilibrio cotidiano entre soltar y sostener, entre el inmenso amor por su trabajo y el deseo inalterable de estar presente cuando sus hijos decidan abrir la puerta: “Está bueno trabajar y estar parado atrás de esa puerta para que el día que la abran vos estés ahí”, afirmó.

—¿Qué intereses tienen Juani y Juli? ¿Están estudiando?

—Mi hijo está en la facultad, estudia Ingeniería informática. Siempre decimos con mi marido que si de un abogado y una periodista salió un ingeniero, nosotros hicimos todo bien. ¿Viste que a veces es difícil que los chicos sepan si tienen una vocación? Nosotros hicimos el proceso inverso con Juan, que es como decirle: “¿Vos estás seguro que te gusta esto? Si llegás a querer cambiar en el camino, mirá que lo podés hacer”.

Y Juli todavía está en el cole haciendo una orientación en Medios, en la escuela a la que va, pero no le interesa. Dice que no le gusta el periodismo, pero sí le interesa toda la parte artística, la fotografía, el cine y la comedia musical. Esa curiosidad y esa sensibilidad la tuvo siempre.

—Siento que les dieron mucha libertad para elegir, que están poco “condicionados”, ¿no?

—Ninguno de mis hijos tiene como intención de repetir modelo, pero algún mandato debemos haber colado por ahí, seguro. No me animaría a apostar que no lo hicimos.

—Julia está en plena adolescencia y Juani ya es un joven adulto. ¿Cómo fuiste llevando esas etapas?

—La adolescencia de los hijos irrumpe, irrumpe un día con la rebeldía o irrumpe un día con la puerta del cuarto cerrada, o de haber resuelto algo sin la consulta. Habría que preguntarles a mis hijos, pero para mí ha sido un tránsito de tratar de generar el espacio para que pudieran expresar qué querían decir. Entender que esa voz era escuchada y valorada, y eso ha bajado mucho las tensiones. Siempre escucharlos, teniendo en claro que los padres somos nosotros y ellos son los hijos. Las referencias las ponemos nosotros y hay cosas que para nosotros están bien y cosas que para nosotros están mal. “Éstas son las reglas o estos son los valores, adentro de eso, a priori, todo lo que quieras”.

Cecilia Boufflet junto a su pareja y sus dos hijos

—Es fundamental la comunicación, siempre tener la puerta abierta para que te vengan a hablar de todo, ¿no?

—Sí, una amiga que me hice como mamá del cole, dice “como madre de los adolescentes, tenemos que tener muy entrenada la cara de no sorpresa o no susto”. Para que tu hijo no deje de contarte las cosas que hicieron, las cosas que pasaron. Y la puerta yo creo que hasta naturalmente un día se cierra, los chicos la cierran. Está bueno trabajar y estar parado atrás de esa puerta para que el día que la abran vos estés parado ahí.

—¿Cómo viviste tu profesión y tu trabajo en paralelo a los primeros años de maternidad?

—Los primeros años de maternidad son muy desafiantes en términos de demanda y, sobre todo, de mandato para las mujeres. Yo tuve mis hijos hace 20 años y no estaba tan permitido decir que te gustaba mucho el trabajo, incluso a veces más que estar en tu casa con tus hijos. Si vos tenés una vocación, te pasa.

Yo me tomé tres meses de los tres meses obligatorios de licencia y nada más, y volví como un poco corriendo al trabajo, desesperada. Yo decía “no doy más del disfraz de Piñón Fijo”, pero eso se lo podía decir a mi marido y a mi jefe, y a nadie más, ni siquiera a mis amigas. Porque estaba mal visto que tuvieras más ganas de ir a trabajar que quedarte a cuidar a tu bebé.

La construcción de una familia es maravillosa, hoy, mirando para atrás, no me imagino quién sería hoy si no fuese por la experiencia de la maternidad.

—¿Por qué era importante para vos volver al trabajo?

—Para mí era vital, porque tengo una vocación, porque me gusta mi trabajo y porque me parecía que no hay mejor mamá que una mamá realizada y feliz con lo que hace. Esas cosas se transmiten con la experiencia, con lo que los chicos ven todos los días.

—Leo, tu marido, ¿te acompañó en esta decisión?

—Sí. Si no tenés una pareja que está muy a la par tuya y que tiene tus mismas ideas, a veces es difícil de llevar adelante. Cuando los chicos se quedaban con él, mi marido me decía “los voy a cuidar como si fueran mis hijos”. Las madres tenemos naturalmente o por mandato esta cosa de ser un poco como “dueñas” de los hijos y, cuando nos corremos, queremos que el que está haga lo que nosotras queremos. Bueno, esa es una trampa. De ahí tenemos que corrernos nosotras, chicas. Si somos pares, el otro decide igual que nosotras. Mi pareja ha sido el gran aliado para que yo pudiera trabajar, irme tranquila y asumir desafíos profesionales teniendo chicos chiquitos.

—¿Te costó ceder el control en la crianza?

—Me costó ceder el control, me cuesta ceder el control, en la crianza y en la vida. Pero mi marido, sobre todo cuando los chicos eran más chicos, fue siempre de imponerse mucho con la idea de lo que él quería y demandar un espacio y un tiempo propios con sus hijos, un rol. Eso terminó poniendo las cosas en un buen balance.

—Dijiste que sos quien sos también gracias a lo que aprendiste de Juani y Juli, ¿qué aprendiste de ellos?

—Un montón de cosas. Los chicos son re sabios si los podés escuchar. Te sacan prejuicios, te hacen ver realidades distintas, te hacen ver otros puntos de vista. Hay que escuchar y respetar lo que dicen los chicos. No hay que perder el rol, porque si vos te ponés a la par de tus hijos, tus hijos no tienen una guía. Si vos no ponés límites, los chicos no encuentran límites. Si vos sos el amigo se quedan sin padre. Sin embargo, eso no quiere decir que no tengas que prestarle atención a lo que dicen y que muchas veces tengan razón.

—¿Es un desafío mantener ese límite de tu rol como mamá?

—Ese es un dilema, ¿cómo acercarse a los hijos sin transformarse en un amigo o en un cómplice? Es un desafío muy grande y, sobre todo, es un desafío muy grande acompañar cuando empiezan a ser adolescentes, donde hay que encontrar el límite entre una picardía, qué es lo que está bien, qué es lo que está mal. Pensar qué hacías vos a esa edad, pero ahora no sos el hijo haciendo eso, sino que sos el padre dando una referencia. Y empezás a encontrar un momento en el que también hay que asumir que los chicos empiezan a ser más grandes y tienen que tomar decisiones propias. Uno tiende a tratar de organizarles la vida.

—Vos hacés foco en la educación financiera de los chicos, ¿cómo lo implementás con los tuyos?

—Hace un tiempo largo, además de ser periodista y especializada en economía, puse el foco en la educación financiera y escribí un par de libros sobre el tema. Los chicos hoy viven un poco en un momento en el que todo es premio y el imperativo de la felicidad muchas veces es el consumo. Me parece recontra dañino en términos de educación eso: no explicarles el valor del dinero, que es también el valor del trabajo. Nos cuesta hablar de dinero con los chicos, pero es súper importante.

—¿Cómo hacés para que registren el valor de las cosas que tienen?

—No sé si lo habré logrado, pero vuelvo a la idea de que me crié en un pueblo, y consumir es muy distinto en una ciudad chica que en Buenos Aires. Allá casi no hacía falta gastar plata para divertirse; acá, salir del colegio ya implica pasar por kioscos y casas de comidas rápidas. Así que desde primer grado de mi hijo mayor, y después con Juli, puse una regla: una vez por semana pueden ir a una casa de comidas rápidas. Si ese día no lo usan, esa plata se guarda y la pueden usar en lo que quieran, pero tienen que elegir. Que entiendan la restricción, que aprendan a decidir.

—¿Y cómo manejás las responsabilidades sobre el dinero?

—Para mí es fundamental darles una mensualidad desde pequeños, con referencias claras de para qué sirve esa plata y, si les sobra, que la puedan guardar. Cuando son más grandes, darles responsabilidades: administrar su dinero, ahorrar, donar o gastar en algo especial. También, cuando Juli cumplió 15, ella quería un vestido para la fiesta, ya había ido al Lollapalooza y después vino Taylor Swift a la Argentina. Le dije que había cosas a las que había que saber decir que no, pero armó un plan: empezó a vender waffles en la escuela para juntar la plata de la entrada a Taylor Swift. Juntó la plata con esfuerzo y se dio cuenta de todo lo que cuesta lograrlo. Esa experiencia fue clave.

Al final, Cecilia destaca que las experiencias cotidianas, los pequeños límites y las charlas sinceras sobre el valor de las cosas son lo que, para ella, más huella puede dejar en la formación de adultos atentos, prudentes y libres. Transmitir que la vida no siempre es inmediata y que el esfuerzo tiene sentido, es una de las herramientas fundamentales que quiere dejarle a sus hijos.