Entre el Hospital Argerich y la autopista Buenos Aires-La Plata se alza un conjunto habitacional que desafía las reglas habituales de la vida porteña. Aquí no hay calles asfaltadas, sino veredas peatonales; no hay bocinas ni tránsito, sino jacarandás y palos borrachos; no hay vecinos anónimos, sino una comunidad que se conoce por sus nombres. Bienvenidos a Catalinas Sur, el barrio donde lo colectivo se impuso al individualismo, un pequeño milagro urbano enclavado en La Boca que demuestra que otra forma de habitar la ciudad es posible.

Diseño comunitario

El complejo habitacional, oficialmente denominado Alfredo Palacios, fue diseñado como un microbarrio, según los preceptos del urbanismo de los años 60. Construido sobre antiguos terrenos bajos y anegadizos, formó parte de un ambicioso plan municipal para edificar 17.500 viviendas y se inauguró en diciembre de 1965.

Catalinas Sur fue diseñado como un microbarrio

“Catalinas Sur se distingue de otros barrios por su disposición y diseño particular enfocado en lo comunitario. Digamos que es algo así como una isla particular en medio de la ciudad”, explica Sergio Pisani, vecino del barrio. “Lo que más lo distingue es que no hay asfalto ni coches, solo veredas laberínticas comunicando todas las partes y enormes jardines con varias especies de árboles”.

Ese diseño, lejos de ser accidental, obedecía a una visión específica sobre cómo debían relacionarse los habitantes. “Es un diseño que recuerda a los conventillos que tienen espacios comunes como acá donde la gente se junta. El diseño es comunitario porque hace que los vecinos interactúen en un espacio común”, señala Cristina Paravano, quien es parte fundadora del grupo de teatro Catalinas Sur y vecina del barrio.

Arquitectura racionalista con alma boquense

El conjunto consta de 28 edificios de colores diversos y cinco complejos de casas bajas. Sus torres multicolores de doble cuerpo y diez pisos se distribuyen en cuatro grupos de cuatro edificios en disposición cuadrilátera y tres grupos de dos edificios alineados. A ellos se suman seis torres de un solo cuerpo de once pisos.

Un imponente mural del barrio

“Sus edificios simples pero bien construidos conservan los colores que caracterizan a La Boca”, observa Pisani. “Tiene varios edificios, cada cual de un color, o dos, y eso va mutando con los años, cuando los vecinos deciden pintar cada edificio nuevamente, en secreto homenaje a Quinquela”.

La calidad constructiva, poco común en otros complejos habitacionales estatales de la época, se complementa con una escala humana y una disposición que prioriza los espacios compartidos, donde las veredas funcionan como extensiones de las viviendas.

De tierra pelada a jardín comunitario

Uno de los fenómenos más interesantes de Catalinas Sur es cómo sus habitantes transformaron lo que originalmente eran terrenos baldíos en frondosos jardines.

El verde impera entre las edificaciones

“Los vecinos, sus primeros habitantes, se encargaron de cuidar y sembrar esos espacios intermedios. Ahí tenemos un cambio importante: lugares donde solo había tierra seca, con el compromiso y el trabajo comunitario de los pioneros que habitaron este complejo en los años 60, creció algo así como el jardín del Edén”, relata Pisani. “Los primeros vecinos plantaron los árboles y pusieron las baldosas”, confirma Yuri Dambitch, otro vecino.

La placita Lucila: autogestión vecinal

Entre los espacios emblemáticos de este sentido comunitario se destaca la Plaza Lucila. “Hay una placita que se llama La Lucila que está en el corazón de Catalinas y que existe únicamente por la gestión de los vecinos. No interviene nadie de la ciudad”, explica Dambitch.

Lucía Marchi, vecina desde hace 19 años, recuerda: “Hubo una generación de padres y madres que llenaban el arenero y lo limpiaban, cuidaban los juegos”. Cristina Paravano aporta su experiencia personal: “Yo iba a la placita con mi hija, empecé a conocer a otras madres y la arena se ponía sucia y juntábamos plata para cambiarla. Hacíamos una jornada para llenar los areneros. Todo acá llamó a ser comunitario”.

La canchita: epicentro de la vida deportiva

Si la Plaza Lucila es el corazón verde del barrio, “la canchita” es su epicentro deportivo y social. Este espacio de tierra que nunca quiso ser jardín se convirtió en punto de encuentro intergeneracional.

“Durante muchos años organicé campeonatos para chicos de la escuela. Yo armaba de 4to a 7mo grado y los fines de semana se reunía mucha gente a verlos jugar”, cuenta Jorge Edelstein, un vecino con 42 años de residencia. “Armamos un campeonato de veteranos. Éramos cuatro cuando empezamos. Ahora son 16 equipos. La canchita generó la pertenencia al barrio de mucha gente”.

El fútbol, presente

La importancia de este espacio es tal que incluso el prestigioso Museo Benito Quinquela Martín se interesó en él. “En 2023, el museo y los vecinos pusieron un mural del patrimonio del museo en la canchita. Hay un circuito de murales del patrimonio del museo, son cinco. Esto le da un valor distintivo al barrio”, describe Dambitch.

El legado cultural: teatro comunitario y mosaicos

La joya cultural de Catalinas Sur es, sin duda, su grupo de teatro comunitario, reconocido internacionalmente. “El maravilloso teatro de Catalinas es una creación colectiva que es tremendo orgullo del barrio y que es conocida no solo en Argentina sino en muchos lugares del mundo”, destaca Pisani.

Catalinas Sur está ubicado dentro del barrio de La Boca

Nacido tras la dictadura militar, el grupo surgió de la mutual de la escuela pública del barrio. “El grupo se gestó en la mutual de la escuela Della Penna. Cuando pusieron la cooperadora, la mutual quedó sin espacio, sin actividades. Entonces, empezamos a utilizar la mutual para hacer servicios comunitarios y de ahí se fundó el grupo de teatro”, relata Paravano.

Las primeras funciones fueron en el anfiteatro de la plaza Islas Malvinas, la más grande del barrio y la que concentra la vida social, la feria del Gobierno de la Ciudad y actividades que organizan los vecinos, como recitales o el desfile de bicicletas decoradas, que se hace para celebrar la llegada de la primavera. En estas actividades, suele haber una parrilla a cargo de los padres de los chicos de séptimo grado de la escuela, que recaudan así fondos para el viaje de egresados.

El arte recorre las paredes del microbarrio

A esta iniciativa se suman proyectos como Catamural. “Hago murales de mosaicos junto a otras vecinas del barrio”, cuenta Mariana Devoto, nacida en Catalinas. “Fue en 2016 que empecé a hacer estos murales. Nos llamamos Catamural”.

Un sentido de pertenencia que trasciende generaciones

Lo más notable de Catalinas Sur es quizá la permanencia de sus habitantes y el sentido de pertenencia que trasciende generaciones. “Yo nací en el barrio y nunca me fui. No podía concebir que mis amigos se fueran”, confiesa Paula Vázquez. Y añade: “Yo soy fan de Catalinas, formé durante muchos años parte del grupo de teatro. Soy lo que soy por haber nacido ahí”.

El sentido de pertenencia a Catalinas Sur recorre las distintas generaciones

Esta continuidad genera un arraigo poco común en Buenos Aires. “Catalinas es mi lugar en el mundo. Yo amo este barrio”, expresa Paravano. “Me sigo juntando con mis vecinas que son amigas”.

Incluso quienes se fueron mantienen el vínculo: “Nací en Catalinas, pero ahora vivo hace 35 años en Brasil”, cuenta Devoto, quien regresa para contribuir con sus murales. “Creo que Catalinas es un suceso de planeamiento urbano social”.

Un modelo que resiste al tiempo

En un mundo donde las relaciones comunitarias se diluyen, Catalinas Sur representa un modelo de resistencia. “Yo antes decía en dos años nos mudamos, ahora solo me sacan con los pies para adelante. Tengo muchos amigos por la cantidad de actividades en las que participé. Casi todos los amigos que tengo hoy son del barrio”, confiesa Jorge.

En Catalinas Sur las veredas son patios comunitarios

Para Juan Lautraro, presidente de la cooperadora de la escuela Della Penna, la explicación es clara: “Catalinas podría haber sido como cualquier barrio de monoblocks pero tiene un corazón que yo lo veo latir en la escuela”. En este sentido, Federico Prado, vecino del barrio desde hace 18 años, señala: “Una de las cosas que te da un pauta del vínculo de la gente con el barrio es que los que crecieron acá y se fueron cuando dejaron la casa de sus padres, vuelven cuando se casan o tienen hijos”.

Quizás el testimonio que mejor resume el espíritu del barrio sea el de Lucía Marchi, quien llegó ya adulta: “Fui abducida por Catalinas y su magia. Cuando conocí Catalinas me dio la sensación de un jardín secreto. Cuando me mudé, me di cuenta de que nunca te sentís sola por los espacios comunes, siempre te juntás con alguien, te saludás”.

En un Buenos Aires cada vez más anónimo e individual, Catalinas Sur demuestra que los espacios no solo nos albergan, sino que nos moldean y definen nuestra relación con la ciudad y con los otros. Un ejemplo vivo de que otra forma de habitar lo urbano es posible, si la arquitectura se piensa para fomentar el encuentro y si los vecinos deciden, día a día, seguir construyendo comunidad.