En los últimos años, se ha escrito mucho sobre el trauma intergeneracional, especialmente en torno al “legado emocional” del Holocausto. Mayormente, estas obras presentan a los descendientes de sobrevivientes judíos lidiando con la ansiedad que se filtra a través de las familias; algunas provienen de los descendientes de perpetradores, usualmente explorando la culpa heredada. Linda Kinstler, nacida en Letonia y criada en Estados Unidos, proviene de una familia que abarca ambas narrativas.
Por el lado de su madre: una familia judía ucraniana perseguida durante el Holocausto, con varios de sus miembros masacrados en Babyn Yar. Por el lado de su padre: un abuelo que fue parte de una brigada colaboradora de los nazis.
Ven a este tribunal y llora: Cómo termina el Holocausto, sin embargo, no es un enfrentamiento emocional explícito, sino una genealogía legal. En su fascinante debut, Kinstler traza cómo los crímenes de la Segunda Guerra Mundial han sido procesados y la justicia intentada a lo largo de generaciones: cómo se han formado y utilizado los recuerdos, cómo se han usurpado y omitido.
Kinstler sabe poco sobre el pasado de su abuelo: después de la guerra fue agente del KGB y, en 1949, desapareció para siempre. Sin embargo, se siente atraída por la dramática historia de un comandante de su unidad, Herbert Cukurs. Es su historia, y la historia sobre su historia, la que constituye gran parte del libro. El “Lindbergh letón” de la década de 1930, Cukurs fue un carismático aviador y jefe de familia que huyó a Brasil después de la guerra. Al igual que con Adolf Eichmann, la agencia de inteligencia israelí Mossad se propuso en 1965 secuestrar para castigarlo por sus crímenes genocidas de guerra.
A diferencia de Eichmann, Cukurs fue ejecutado inmediatamente y en el acto, sin juicio. Sin una sentencia formal, su estatus permaneció ambiguo para los teóricos de la conspiración en su país natal. Los testimonios de los sobrevivientes describen los actos bárbaros de Cukurs en el gueto de Riga y en las matanzas de judíos en el bosque de Rumbula; algunos lo recuerdan como el “Carnicero de Riga”.
Pero más recientemente, los nacionalistas letones han producido películas, novelas de espías y piezas de teatro que lo defienden como un gran mártir letón, inocente. Una investigación criminal póstuma, establecida en Letonia cuando los simpatizantes buscaron limpiar su nombre —y simbólicamente, el del país—, seguía en curso cuando este libro fue publicado.
La vida de Cukurs, y sus ramificaciones, forman el esqueleto narrativo alrededor del cual Kinstler estructura una historia que incluye la historia del Holocausto letón, análisis de la identidad contemporánea de los Balcanes, reflexiones de la literatura moderna y citas del Talmud. Centrándose en la ley y sus “fracasos, victorias y silencios”, Kinstler examina los juicios de la Segunda Guerra Mundial desde Núremberg hasta los procedimientos contra Eichmann y el menos conocido “pequeño Núremberg” que tuvo lugar en Riga. ¿Para quiénes fueron realmente estos juicios? ¿Qué propósitos tenían? ¿Cómo puede la comunidad internacional unirse para evaluar la culpabilidad cuando los principios fundamentales difieren tan profundamente? ¿Cómo pueden aplicarse las leyes sobre actividad criminal a una matanza masiva sancionada por el Estado?
En Alemania, cualquier persona involucrada en el “complejo criminal” nazi es considerada cómplice; en Letonia, la fiscal del juicio en curso de Cukurs quería ver el cuerpo muerto, o al menos escuchar a un testigo que pudiera confirmar que vio apretar el gatillo. Y esos testigos tienen que ser aceptables: a lo largo del libro, Kinstler destaca el frágil estatus del testimonio de los sobrevivientes del Holocausto, exponiendo la brecha entre la ley y la historia.
Mucho de lo que sabemos sobre el Holocausto proviene de memorias, pero los tribunales no tratan los testimonios como prueba evidente. Un juez puede desacreditar un testimonio dependiendo de cómo y dónde fue recogido; cuándo se presentó en el procedimiento legal; si el testigo había cometido errores o exageraciones; si el testigo estaba vivo; no estaba enfermo; y así sucesivamente. Por todas las perspectivas que ofrece, el libro de Kinstler debería dejar a los lectores preocupados por lo que sucede cuando los testimonios pueden ser descartados con tanta facilidad, y a veces con tanto entusiasmo.
Kinstler, sin embargo, no es una escritora de tono estridente; es una interrogadora que entra desde múltiples lados, indaga, voltea, disecciona, expone matices. Cukurs, el asesino, también salvó a una mujer judía, y Kinstler considera diferentes razones por las que pudo haberlo hecho, desde el sexo, hasta un gesto de bondad pasajera, pasando por un cínico deseo de demostrar su inocencia. Letonia, un país que pasó de una ocupación a otra, de la nazi a la soviética, tiene sus propias historias de victimismo. “La guerra”, escribe, “creó un campo caótico de lealtades cambiantes”, y lleva a los lectores a través de muchas partes de este campo.
A lo largo de su investigación estratificada se filtran preguntas difíciles: ¿Qué pensar de los perpetradores que actuaron de manera contradictoria? ¿Cuál es un castigo adecuado, o incluso apropiado, para un asesinato en masa? ¿Qué constituye una prueba, especialmente para un crimen cometido hace 100 años? Y entrelazado muy silenciosamente en todo eso: ¿qué pensar de su propio linaje, especialmente cuando, como afirma, “no me interesa recuperar mi propia herencia”? Deja en claro que el libro no intenta lograr ni redención ni reconciliación emocional, pero, a lo largo del texto, introduce historias familiares y su búsqueda de información sobre su abuelo. Aunque pueda ser ambicioso pedir más en un libro tan lleno, desearía algunos detalles adicionales de la vida de Kinstler, por ejemplo, ¿por qué regresó a Riga?, para ayudar a contextualizar su investigación y sus implicaciones personales.
El Holocausto no es una historia monolítica, sino una multitud de narrativas, cada una moldeada por la política, el zeitgeist social y los actos personales: quién dijo qué, a quién, cuándo. Lo que recordamos de la guerra y lo que olvidamos, y lo que elegimos olvidar, reflejan ideologías cambiantes y culpas ocultas, por no mencionar el deseo de proteger a los hijos e incluso la cordura propia. “La memoria”, escribe Kinstler, “puede ser un tipo especial de prisión, una de la que no hay escapatoria fácil, ni camino hacia la libertad condicional”. “Ven a este tribunal y llora” es una mirada profundamente investigada, absorbente e importante sobre cómo se han transmitido y alterado las historias del Holocausto.
Fuente: The Washington Post