Esta es una historia de amor oscura, aunque si es oscura, no es posible afirmar que la palabra amor sea la correcta. Pero ¿cómo llamar entonces a esas historias donde el corazón late con más fuerza y la electricidad corre, cuando el ser adorado se halla cerca? Deseo, fijación, pasión, ceguera, obsesión, podrían argumentar muchos…
El primer acercamiento hacia la penumbra aconteció aquel día, cuando Mariana miró demasiado a Daniel en una reunión con potenciales clientes. No lo observó con ninguna intención, tan solo se detuvo en él sin saber por qué, tal vez por una distracción, que luego se transformó en un interés incipiente por imaginar la vida del hombre detrás del rostro.
Poco sabía de él, aunque en el pueblo (uno ubicado en la provincia de Buenos Aires), todos se conocían. ¿Pero era eso verdad? No, pensó Mariana, nos conocemos de vista y por los chismes, pero conocer, lo que se dice realmente conocer, imposible, aunque creamos lo contrario. Lo que ella sí sabía era que se trataba de uno de esos trabajadores incansables, casado con una ama de casa y padre de tres hijos que siempre daban la nota.
“No es el clásico buen mozo, aunque sí muy atractivo”, describe Mariana. “Pero ese día descubrí que tenía una mirada muy profunda y, de pronto, sentí la necesidad de saber qué se escondía tras ella”.
“Espero no incomodarte…”
Concluida la reunión, Daniel desapareció de su vista y de sus pensamientos, pero “la oscuridad”, como suele describir ella al recordar su historia, ya se había instalado sin permiso. Camino a casa, mientras tanto, el sol brillaba amable, era uno de esos días de primavera frescos, luminosos, perfumados, colmados de pájaros y pequeñas nubes livianas, que hacían juego con el ritmo del pueblo a esa hora de la mañana.
“Es una muy pequeña ciudad con aires de pueblo, bastante rural, con esas casas tipo americanas, cuadradas, con reja delante, poca arboleda en la parte urbana, una plaza central y la avenida principal. Pero te salís un poco y ya es muy campo, por ahí vivía yo, en un lugar con mucho parque y arboleda”, cuenta.
Por entonces, Mariana tenía 26 años, y lejos estaba de buscar el amor. En el pasado había tenido una relación agradable, pero no había estado enamorada, se consideraba del tipo más solitario. Su vida, así como se presentaba, fluía de maravillas, con su trabajo, sus plantas y la tranquilidad de su barrio.
Pero ese día, cuando el reloj dio las nueve y diez de la noche, un mensaje de texto en su celular quebró su calma: Hola, soy Daniel, espero no incomodarte, pero me di cuenta de cómo me mirabas en la reunión. Tal vez te suene atrevido, pero siempre me intrigaste, me parecés una mujer hermosa e inteligente, me encantaría tomar un café con vos, creo que podríamos ser grandes amigos.
Error de principiante
Mariana no sabe a ciencia cierta por qué dijo que sí, no compraba lo de “hermosa e inteligente”, conocía a los de ese tipo, y dejarse seducir por semejantes palabras era un error de principiante. Pero entonces, ¿por qué fue? Tal vez sí se dejó atrapar por la seducción sin aceptarlo, aunque optó por creer que había algo realmente intrigante detrás de la mirada de Daniel y ella quería descubrirlo.
A partir de aquella noche del sí, acepto, todo se encaminó a través de una espiral descendente que llevó a Mariana al sótano de su vida, que ni sabía que existía. La luz de su pueblo comenzó a extinguirse sin que ella lo percibiera, dejando paso a la estrechez, el moho y la oscuridad.
“Primero no lo pude ver para nada. Desde el día del café, me dejé atrapar por un deseo arrollador, es decir, era cuestión de verlo y no poder resistirme. Sí, ya sé, estaba casado, pero supe que su matrimonio era un infierno, que quería salir y lo que encontré detrás de la mirada fue a un hombre vulnerable que quería ser rescatado. Al final sí caí en un error de principiante: creerme especial, una todopoderosa capaz de rescatar a un hombre que ya veía hermoso, de las garras de la infelicidad”.
Seguir, a pesar de ver
Daniel trabajaba en capital, por lo que en su locura de amor, Mariana decidió dejar su vida de pueblo y mudarse a un sucucho en el microcentro, donde la ventanita minúscula daba al pulmón interno, que emanaba un olor a humedad deprimente. El amor, definitivamente, la había expulsado de su luz para llevarla al gris que oprimía su corazón de manera constante, aunque ella no lo admitiera y se jactara de que poder abrazar a Daniel unas horas a la salida de su trabajo era su felicidad completa. La pasión que sentía al respirar su aire, le parecía un milagro de la vida.
Poco a poco, ella comenzó a apagarse, pero continuaba, impulsada por la esperanza de las palabras de su amado: pronto me voy a separar y vamos a vivir juntos nuestra historia de amor sin restricciones, le decía.
“Claro, ¡todo era oscuro! Las mentiras que tenía que contar para volver tarde a su casa, los ocultamientos del ojo público, no poder salir a la luz, de la mano, a tomar un helado o dar la vuelta a la manzana… Para mí, y no quiero juzgar a nadie, ¡yo estuve ahí!, la clandestinidad es triste y definitivamente oscura…”
Cierto día, Mariana se miró al espejo y desconoció a la mujer que veía en el reflejo, ¿cuándo se había dejado apagar? Pero a pesar de reconocer la oscuridad, siguió.
La felicidad dura un invierno
Confesé todo y me fui de casa. Mariana vio a Daniel con una valija desgastada y un tapado negro delante de ella, se abalanzó hacia sus brazos y chilló de alegría. ¡La luz al fin iba a volver! Lo que parecía el pasaje a la felicidad, sin embargo, duró lo que duró el invierno.
En vez de abrir nuevas ventanas para dejar filtrar destellos de sol prometedores, poco a poco, la oscuridad pareció coparlo todo. Daniel quería salir a la vida menos que antes, volvía de trabajar y se refugiaba con Mariana sin demasiadas sonrisas, como perdido en el nuevo entorno. Los fines de semana, tampoco quería hacer nada, tan solo ver televisión, comer y quedarse con Mariana, que irritada por el panorama, comenzó a ver a su amor con otros ojos. Ya no sentía ese fuego de otros tiempos, y la esperanza de un verdadero cambio parecía lejana.
“En realidad, estuvo todo perdido desde el comienzo”, asegura Mariana. “Él estaba carcomido por la culpa, sus pocas ganas de mostrarse conmigo a pesar de que ya era un hombre libre me irritaba mucho, y la convivencia nos mostró en una rutina que en nada se parecía a la idealización que teníamos el uno del otro en el pasado”.
“Sé de personas que empezaron como amantes, que apostaron a ese amor y que les salió bien. No fue nuestro caso. Lo nuestro fue un amor oscuro”, continúa.
Un final feliz
Esta, tal vez, sea una historia de amor oscura, pero a pesar de la desilusión, para Mariana tiene un final feliz. Con Daniel trataron, pero finalmente aceptaron que no estaban en un vínculo donde se pudiera respirar paz ni proyectar un horizonte prometedor.
Tras la ruptura, Mariana quedó devastada, sobre todo perdida en el mundo y de sí misma. Pero, poco a poco, juntó los pedazos esparcidos en ese sótano en el que había caído, y logró ascender hacia una superficie sin paredes opresoras ni aire viciado.
Cierto día volvió a su pueblo, un poco más escéptica ante ciertas cosas de la vida, pero con una serenidad que le permitió volver a sonreír con una dicha infinita en la tranquilidad de su barrio, rodeada de sus plantas.