Primera pata del modelo: demanda
Durante la primera década del siglo XXI China creció al 10% anual, en la segunda década lo hizo a un ritmo del 8% anual, y ahora en la tercera década, parece entrar a ralentizarse en un más “modesto” crecimiento del 5% anual. Al compás de esta expansión, las importaciones de soja chinas pasaron de 10 millones toneladas en el 2000, a unos 50 millones en 2010, y duplicando la demanda China a 100 millones toneladas por año para 2020. Este aumento de consumo de soja trajo aparejada una fuerte suba de precios. De manera imperiosa debía encontrarse una contraparte de oferta.
Hubo países que aprovecharon esta coyuntura caso EE.UU., que aumentó sistemáticamente su producción, pero Brasil, surgió como la contraparte indispensable, que acompañó la demanda de soja con una explosión de oferta que parece no encontrar techo. A inicios del siglo, producía 40 millones de toneladas, y hoy ya ha cuadruplicado la oferta a más de 160 millones de toneladas. La Argentina en ese periodo apenas duplicó su producción (quedando estancada desde hace una década en 45-50 millones de toneladas).
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De esta manera, vemos que el ritmo de oferta de soja no solo alcanzó la demanda que se ralentiza, sino que viene adelantándose peligrosamente presionando precios hacia abajo. Esta es la primera pata del modelo agrícola argentino que funcionó y tuvo un “buen lejos” por dos décadas, en especial para los ministros de economía, que veían a través de los granos (en especial la soja) un yacimiento de dólares inagotable, y un autoservicio de recursos según las constantes urgencias presupuestarias y cambiarias.
Segunda pata del modelo: la agronomía
El modelo agronómico argentino muestra signos de debilidad y agotamiento luego de dos décadas brillantes. La irrupción de la biotecnología al inicio del siglo dio un impulso con resultados sorprendentes basados en tecnologías disruptivas y la siembra directa. La Argentina fue pionera en tomar las bondades de los adelantos genéticos, siendo junto a EE.UU. quienes aprobasen al unísono la primera soja transgénica. Luego vinieron los maíces.
Con esas herramientas, más las desarrolladas en el terreno por nuestros agricultores, parecía que se había llegado a un modelo invencible. Imposible parecía que la batalla por la productividad fuese jaqueada por malezas o plagas. Pero como decía Victor Hugo “Nada es más inminente que lo imposible”. Y hoy (lamentablemente) contamos con malezas que han tenido la capacidad de adaptación, como para dificultar casi de la misma manera su control que antes de la irrupción de la biotecnología. Tuvimos que bajar varios escalones de soberbia y aceptar cultivos imperfectos. Tampoco ingresaron al mercado ni nuevas moléculas de herbicidas ni mejores métodos de control, (salvo las aplicaciones dirigidas), complicando y agregando mayores costos.
Al mismo tiempo durante estas dos décadas las inclemencias climáticas no fueron tan severas, por lo cual muchas ineficiencias pasaban desapercibidas a medida que el modelo iba perdiendo su esplendor gradualmente.
La tercera pata: suelos
Los suelos argentinos entregaron estas décadas más de lo que podían dar. El balance de nutrientes no pudo ser equilibrado a nivel país. Tenemos la peor relación insumo/producto del planeta cuando comparamos precios granos argentinos (con DEX) vs valor internacional de los fertilizantes. Similar ecuación se da también para maquinaria agrícola y tecnología en general, debido a la letal combinación de DEX para los granos, y el proteccionismo industrial argentino.
La cuarta pata: organización contractual
Durante estos veinte años se desarrolló un modelo de manera espontánea basado en una distribución del riesgo sui generis. Contratistas venden sus servicios a precios por debajo de sus costos, ya que compran maquinaria en mercado cautivo con altos aranceles de importación, encadenamiento de ingresos brutos provinciales, doble IVA para importaciones, pagando la maquinaria muy por encima de valores internacionales, generando quebrantos en la actividad.
Solo con devaluaciones y licuación de deuda pudieron salir airosos en algunas ocasiones, y otras veces lamentablemente quedaron en el camino. Luego quien alquila campo, financia insumos a cosecha, tomando todo el riesgo de la operación, y a veces se juega todo a “la última bola de la noche”, y así pone en riesgo tanto su capital como también el de terceros.
El cinturón de plomo: carga tributaria
Es la que tozudamente resiste frente al resquebrajamiento de las cuatro patas. Se creó una estructura donde ningún ministro de economía puede sobrevivir en su sillón sin quitarle entre un 60% y 80% de la renta al sector agrícola (salvo en breves periodos). Hoy la Argentina agrícola solo sería competitiva con una presión tributaria similar a la de nuestros vecinos.
No podemos más correr la carrera de 100 metros dando tantos metros de ventaja. No podemos jugar más con naipes fraudulentos. Este Gobierno parece tener conciencia que esto es así, o al menos los ideales de la libertad así lo declaman. Por eso la esperanza no se pierde.
El modelo se va apagando. Lo que vimos durante dos décadas que pudo haberse catalogado de “milagro agrícola argentino”, ya se lo nota deslucido y carente de impulso para mantenerse a flote. Tantos no pueden vivir de lo mismo. No cabe más el Estado llevándose la parte del león, y lo que queda (cuando queda), se reparta entre quienes hacen la inversión, brindan servicios, y los que asumen los riesgos de la actividad.
Ya hay avisos importantes y bien a la vista, algunos más estridentes y con consecuencias zonales que exceden al agro.
Los autores son productores agropecuarios