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Se sabe que los humanos inventan gestos privados con las manos. Un nuevo estudio sugiere que los chimpancés salvajes también lo hacen.

Los padres y sus hijos, o las personas que se conocen bien, suelen compartir alguna expresión que les es propia, una frase o un gesto que empezó por casualidad pero que fue adquiriendo un significado que solo ellos conocen.

Lo mismo le ocurre a Beryl, una chimpancé que vive en el Parque Nacional de Kibale, en Uganda, y a su hija pequeña, Lindsay. Cuando Lindsay quiere subirse a la espalda de su madre y viajar, pone una mano sobre el ojo de Beryl, un gesto que no se conoce que haga ningún otro chimpancé. Es su señal privada.

«Hay muchas palabras o gestos o cosas que son casi como bromas privadas, que solo tienen significado con otra persona», dijo Bas van Boekholt, primatólogo de la Universidad de Zúrich en Suiza. «Eso nos ocurre muy a menudo a los humanos. Y ahora también vemos que ocurre en la naturaleza, a los chimpancés».

Van Boekholt observó el gesto por primera vez en 2022, durante su segunda temporada de trabajo de campo en una comunidad de chimpancés de Kibale llamada Ngogo. Los científicos han trabajado con ellos desde principios de la década de 1990; ahora los chimpancés están tan habituados que los investigadores los acompañan durante horas, a menudo observando desde solo unos metros de distancia, documentando sus vidas con íntimo detalle.

La comunicación de los chimpancés es de especial interés para van Boekholt, sobre todo los gestos. Los chimpancés disponen de un rico repertorio de gestos, que utilizan de formas que técnicamente podrían no considerarse lenguaje, pero que sin duda se asemejan a él. Se han traducido más de 80 gestos, entre ellos una petición de comida con la palma de la mano hacia arriba y el brazo extendido; un rascado fuerte y largo que invita al acicalamiento; y un pisotón con los dos pies que significa «¡Basta ya!».

Cuando Van Boekholt vio que Lindsay ponía la mano sobre el ojo de Beryl, «era evidente que lo hacía para viajar», dijo. «Eso despertó mi interés». Hasta entonces no se había documentado ningún gesto semejante.

Van Boekholt y sus colegas revisaron grabaciones realizadas antes de que él llegara a Kibale. Las grabaciones mostraron que Lindsay empezó a hacer la señal de la mano sobre el ojo cuando tenía unos 3 años y medio. Al principio, el gesto no servía como petición para subir a la espalda de su madre y partir; eso empezó a ocurrir en torno a los 4 años y medio de edad.

También se vio a otros chimpancés jóvenes de su comunidad hacer el movimiento, pero ninguno lo hizo con regularidad ni con la misma intención.

Los investigadores no saben cómo se produjo el inusual intercambio de Lindsay y Beryl, pero tienen una teoría. Como cualquier niño pequeño hábil, Lindsay habría movido las manos mientras montaba el lomo de su madre, pero a Beryl le falta un ojo. (Los científicos desconocen la historia; el ojo ya le faltaba cuando Beryl se unió a la comunidad Ngogo en 2012). Cuando Lindsay inevitablemente cubría el ojo bueno, tenía que provocar una respuesta.

Quizá esto llevó a la chimpancé a repetir la acción. Como la interacción se repetía una y otra vez, fue adquiriendo significado. Lo que empezó como una forma de molestar a mamá mientras la montaba se convirtió en un símbolo del paseo.

En un estudio publicado en la revista Animal Cognition, van Boekholt y sus colegas contextualizaron la historia de las chimpancés dentro de un debate continuo sobre la naturaleza de los gestos de los chimpancés y, quizá, las raíces del lenguaje humano.

Algunos investigadores han sugerido que los gestos de otros grandes simios –la familia de primates que incluye a chimpancés, bonobos, orangutanes, gorilas y humanos– son una parte fija de la herencia biológica de la especie. Si así fuera, los gestos serían un modo de comunicación relativamente limitado e inflexible, nada que ver con el lenguaje o los gestos humanos. Y como todos los chimpancés se basarían en la misma herencia, no habría casos de lo que los primatólogos llaman gestos «idiosincrásicos», utilizados solo por uno o dos individuos.

Otros científicos sostienen que el aprendizaje social es primordial. Esto podría implicar observar e imitar los gestos de otros chimpancés. También podría implicar, mediante la negociación informal de ida y vuelta que se produce cuando dos individuos interactúan, la aparición de un entendimiento compartido en torno a un movimiento que originalmente no era comunicativo.

Se trataría, en efecto, de un sistema más flexible, similar al lenguaje, en el que surgirían gestos únicos e idiosincrásicos. El gesto mano-ojo de Lindsay y Beryl parece encajar en esa categoría. «Vemos que no todo está programado», dijo Simone Pika, coautora del nuevo estudio y etóloga de la Universidad de Osnabrück en Alemania. «Están creando nuevas señales».

«Solo hay un 1 por ciento de diferencia de ADN entre nosotros y los chimpancés, ¿verdad?». añadió Pika. «Entonces, ¿por qué siempre nos inventamos estas grandes diferencias en vez de decir: ‘¿Qué cosas compartimos?’ Y compartimos gestos».

Cat Hobaiter, primatóloga de la Universidad de St. Andrews en Escocia, quien no participó en la investigación, advirtió que el gesto de la mano sobre el ojo podría no calificarse técnicamente de idiosincrásico. Quizá sea simplemente poco frecuente. Pero está claro que «se plasmó en una expresión específica entre la madre y la hija», dijo Hobaiter.

Para Hobaiter, la dicotomía de naturaleza contra crianza que ha caracterizado el debate sobre los gestos de los chimpancés está evolucionando hacia una apreciación más matizada de que ambas influencias son importantes. Pika estuvo de acuerdo.

Por supuesto, la historia de Beryl y Lindsay es solo un dato. Mientras los científicos reúnen más ejemplos, el código privado mano-ojo del par sigue siendo un conmovedor recordatorio de lo parecidos que son los chimpancés a sus parientes vivos más cercanos.

«No puedes evitar darte cuenta de lo humana que es esta interacción», dijo van Boekholt, y añadió sobre Lindsay: «Me han dicho que sigue utilizándola hoy en día, aunque definitivamente ya se está haciendo demasiado grande para montar en el lomo de su madre».

Beryl, a la derecha, y su hija, Lindsay, son chimpancés que viven en el Parque Nacional de Kibale, en Uganda. (Kevin C. Lee/The New York Times)