Arequipa, asentada en plena zona sísmica, vive al compás de temblores frecuentes, esos de menor magnitud que, aunque no tiran edificios, mantienen a los habitantes en una constante danza de alerta. La tranquilidad parece un lujo inalcanzable en una ciudad donde la tierra recuerda con sus sacudidas quién tiene el control. La gente lo sabe, lo siente, y aunque muchos se jactan de estar acostumbrados, la verdad es que cada sacudón es una advertencia discreta de que todo puede cambiar en segundos.
No obstante, la historia de Arequipa no se define precisamente por temblores leves. Hubo terremotos que derribaron iglesias y casas con la misma facilidad con la que caen las hojas en la plaza de armas. El cementerio tampoco fue la excepción, con lápidas partidas y mausoleos vencidos, que parecían murmurar la fragilidad de lo que alguna vez se creyó eterno.
Se trata del Cementerio General de La Apacheta, ubicado en las faldas del volcán Misti, con una extensión de 120 mil metros cuadrados. Considerado el más grande de la región de Arequipa, esta necrópolis vio su imponencia reducida tras el devastador terremoto de 1960. Dos años antes, otro sismo ya había golpeado a la región, causando daños en las estructuras del camposanto, aunque no tan graves como los ocurridos en 1960.
El Cementerio General de La Apacheta
El Cementerio General de La Apacheta, cuya construcción comenzó en 1826 por orden de Simón Bolívar, se levantó sobre una antigua huaca prehispánica, como si la historia de Arequipa decidiera anidar memoria sobre memoria. Ubicado en el actual distrito de José Luis Bustamante y Rivero, el camposanto reposa al pie del Cerro Salaverry.
Pero, ¿por qué se decidió construir en un lugar tan particular? Para responder a esta pregunta, es menester citar al historiador y docente Hélard André Fuentes Pastor, autor del libro “Historia del Cementerio General de LA APACHETA”.
“Para Arturo Villegas, la orden radicaba en que el Cementerio de Miraflores debía ser clausurado, construyéndose otro en el área denominada La Apacheta, ‘que estaba lejos de la ciudad y no al oriente y a inmediaciones de la población como sucedía con el de Miraflores’ (1985:420). Dicha explicación parece coherente, por tratar de cuidar la salubridad de la población y el corazón de la urbanidad”, se lee en el libro consultado.
Durante las primeras décadas del siglo XIX, un sector de la población experimentó un temor ante la posibilidad de epidemias generadas por el entierro de cadáveres en las proximidades de la ciudad. Al revisar la historia, se observa que los difuntos eran sepultados en iglesias y monasterios, lo que contribuyó a aumentar la preocupación por la salubridad de la comunidad.
Una vez finalizada la edificación del cementerio, que empleó el sillar, un bloque de roca característico de la arquitectura arequipeña, se llevó a cabo su inauguración en 1833. Ese mismo año, se realizó el solemne entierro de Mariano Melgar, un prócer arequipeño, cuyos restos mortales encontraron descanso en esta nueva necrópolis.
En relación con lo ocurrido el día de la inauguración del camposanto, Fuentes Pastor anotó lo siguiente en su libro: “(…) La urna fue conducida a la capilla portátil ‘para hacerse su entrega y la recibió el Obispo, y después en manos de sus parientes, nuevamente fue llevada delante del salón’ (Villegas, 1985: 423). Se cuenta que una sobrina de Melgar, pronunció un discurso agradeciendo al prefecto por haber repatriado los restos de su tío. Enseguida, se abrió la urna y ‘la cabeza perforada, fue mostrada al pueblo, y mucho se acercaron a besarla, en tanto que otros lloraban’ (Villegas, 1985: 424)”.
En otro apartado de su texto, el investigador señaló que “los constante descuidos de las autoridades, la falta de conservación y sucesivas remodelaciones, ocasionaron que la tumba de Melgar deje de existir”. De esto también dio cuenta el historiador Genaro Edgar Chalco Pacheco.
“El lugar del reposo cristiano de sus restos depositados con honores simplemente se han perdido”, indicó Chalco Pacheco.
Los terremotos que golpearon a Arequipa
El 13 de agosto de 1868, aproximadamente a las 5:15 de la tarde, Arequipa fue sacudida por un violento sismo que alcanzó una magnitud de 11 en la escala de Mercalli. Con un radio de 1.300 kilómetros, el movimiento telúrico provocó devastadores estragos.
Entre las construcciones más afectadas se encontraban diversos templos, entre los que destacaron San Agustín y San Juan de Dios, ambos gravemente dañados en su estructura. Aunque no se cuenta con un informe detallado sobre los impactos en el Cementerio General de La Apacheta, es razonable suponer que los mausoleos del camposanto también sufrieron perjuicios, dado que muchos de ellos estaban construidos con sillar.
Lo cierto es que el terremoto destruyó mamparas, paredes y puertas de las casas de la ciudad, las cuales estaban hechas de sillar.
“(…) encuentras habitaciones abiertas con la utilización del sillar tal y como se extrae de las canteras sin que tenga la forma de dovela y como elemento base, el mortero de cal (agregado de arena y cal que no presenta consistencia) colocado en las juntas a manera de cuña, resulta por demás deficiente, ya que ocasiona ante cualquier oscilación, el desprendimiento y la destrucción fatal (…) Cabe considerar a los pabellones de cementerios correspondientes a este periodo republicano, lo que explica la ruina de los mismos tanto en el terremoto de 1958 como de 1960″, escribió el historiador.
En relación con los terremotos del 15 de enero de 1958 y del 13 de enero de 1960, es preciso resaltar el devastador impacto que generaron. De estos dos eventos, el segundo fue especialmente destructivo para la necrópolis, donde se registraron mausoleos destrozados y nichos colapsados. Aún más alarmante, varios ataúdes resultaron dañados, dejando al descubierto los restos expuestos a la intemperie.
Antes de detallar los pormenores del terremoto de 1960, es pertinente señalar que el sismo de 1958 sí afectó algunas estructuras de la necrópolis, aunque no generó conmoción en la población. Sobre el particular, el autor de “Historia del Cementerio General de LA APACHETA” dijo lo siguiente:
“El cementerio también fue afectado en menor grado que en el año 60, como grave daño la prensa comentó: ‘El terremoto del 15 de enero causó muchos estragos a los departamentos del Cementerio General y fue necesario demoler la capilla a Cristo Yacente por cuanto el sismo lo dejó seriamente cuarteada’ (Noticias, 18-02-1960)”.
El devastador terremoto de 1960 destruyó ataúdes y expuso cadáveres.
El 13 de enero de 1960, un intenso movimiento sísmico sacudió Arequipa. Ante la magnitud de la destrucción, la Prefectura y la Municipalidad Provincial decidieron declarar el estado de emergencia para abordar la crisis y ofrecer asistencia a los afectados. La conmoción de la población se palpaba en el aire, mientras las personas hacían denodados esfuerzos para ayudar a los damnificados.
Sobre este hecho, el investigador Fuentes Pastor dio detalles en su libro. “Este sismo de 9 grados en la escala de Mercalli desconfiguró el rostro del Cementerio General de la Apacheta, muchos pabellones se vinieron al suelo, siendo imposible devolver los cuerpos a sus lugares e identificar los nichos”, contó.
En otro apartado del libro consultado, se puede leer cómo los medios locales dieron a conocer el suceso. “(…) En esta misma sección los mausoleos construido en el siglo pasado, han quedado totalmente dañados dejando descubiertos los despojos humanos hechos destrozos por la caída de los sillares y derrumbes provocados por el sismo (…) Todos los departamentos de nichos han sufrido averías de consideración, principalmente en las esquinas y muchos de ellos se han desplomado desperdigando por los suelos las osamentas”, se lee.
La Sociedad de Beneficencia se vio obligada a deshacerse de los escombros y levantar nuevas edificaciones. En cuanto a los nichos que se pudieron salvar, se realizó un esfuerzo por recuperarlos y restaurarlos, asegurando así el respeto por los restos y la memoria de quienes reposan en este espacio sagrado.
Finalmente, es importante mencionar lo que escribió el investigador respecto a los cadáveres, la mayoría de los cuales no pudieron ser identificados por sus familiares. Como resultado, no fue posible otorgarles un nuevo lugar de descanso, lo que generó un pesar en la comunidad.
“Su reconstrucción impulsará otras prácticas, y la demolición borrará del recuerdo la memoria de muchos paisanos que ahí descansaban, al ser imposible identificar los cadáveres y devolverlos a lugar de origen”, sostuvo.