A las afueras de Santa, en la región de Áncash, existe un cementerio que no figura en mapas ni documentos oficiales. Se trata de un camposanto improvisado, un refugio de la muerte para quienes no pueden costear un entierro formal. Aquí, las lápidas son piedras acomodadas al azar, y las tumbas son cavadas por manos familiares.
Tampoco hay nombres grabados en mármol ni flores frescas, solo montículos de tierra delimitados con lo que se tenga a la mano: ramas, botellas, pedazos de madera.
Este lugar, sin vigilancia ni administración, ha crecido con el paso de los años, al ritmo de la desesperación de los más pobres, convirtiéndose en un destino final para aquellos que partieron sin dejar bienes ni ahorros.
Un camposanto entre la miseria y el olvido
El cementerio se levanta sobre una extensión de tierra árida, rodeado de basura y maleza. No hay muros ni puertas de entrada, cualquiera puede acceder y sepultar a un ser querido sin restricciones, tal como lo detalla el youtuber @DarwinVlog.
La ausencia de vigilancia ha convertido este lugar en un sitio vulnerable a la profanación. Algunas tumbas muestran signos de haber sido abiertas; la tierra removida y los restos expuestos sugieren saqueos o incluso reutilización de fosas. Los propios visitantes han encontrado restos humanos a flor de tierra, desenterrados por desconocidos o por la erosión natural del suelo.
En medio de este desamparo, algunas familias intentan darle un mínimo de dignidad a sus muertos. Separan espacios con piedras, construyen pequeñas cruces de madera y, en algunos casos, improvisan techos de calamina para proteger los sepulcros. Sin embargo, la mayoría de las tumbas se pierden en el paisaje, sin marcas que permitan identificarlas.
Un lugar donde la muerte no cuesta
Para muchas familias de escasos recursos, este cementerio es la única opción viable. En las ciudades, un entierro puede costar una fortuna, sumando gastos de ataúd, trámites y el pago por el espacio en un cementerio formal.
Aquí, en cambio, basta con cavar un hoyo y dejar que el tiempo haga lo suyo. “No hay nadie que nos cobre ni nos pida permiso”, explica un visitante que ha venido a ver la tumba de un pariente. “Aquí enterramos a nuestros muertos porque no tenemos otra opción. En la ciudad nos piden dinero, pero nosotros apenas tenemos para vivir”.
La precariedad del lugar contrasta con algunas tumbas que parecen haber sido preparadas con más esmero. Algunas familias han cercado pequeñas parcelas, creando zonas diferenciadas dentro del mismo camposanto. Sin embargo, la mayoría de los entierros se realizan de manera improvisada, con cuerpos depositados en simples envoltorios y sin lápidas que los identifiquen.
Sin reglas ni control
A diferencia de los camposantos oficiales, este cementerio no cuenta con administración, registros ni mantenimiento. Esto lo convierte en un terreno de nadie, donde el respeto por los muertos depende exclusivamente de quienes visitan a sus seres queridos.
Al no haber vigilancia, cualquier persona puede excavar una tumba en cualquier momento. En algunos casos, los familiares han regresado y descubierto que sus muertos han desaparecido, posiblemente trasladados por otros para abrir espacio a nuevos entierros.
La falta de control también deja el lugar expuesto a quienes buscan aprovecharse de la situación. Algunos saqueadores han llegado a llevarse restos humanos, posiblemente para actividades ilícitas. En un sitio donde no hay supervisión ni normas, la muerte no es garantía de descanso eterno.
La otra cara de la pobreza: la muerte sin despedida
Para muchas personas, este cementerio refleja la dura realidad de la pobreza extrema. No solo se trata de la falta de dinero para pagar un entierro, sino del hecho de que muchos de estos muertos ni siquiera tuvieron una vida digna. Sin documentos, sin familia o sin recursos, terminan aquí, en un campo donde la muerte es anónima y el olvido es rápido.
A pesar de su precariedad, algunas personas siguen visitando este lugar para recordar a sus difuntos. Traen flores artificiales, dejan velas o simplemente se sientan junto a las tumbas en silencio. En medio del abandono y la soledad, el amor por los que partieron sigue siendo el único vínculo que sobrevive entre los vivos y los muertos.